El Cetro de Barro

Vigésima Tercera Práctica: El cetro de barro

En medio de la tormenta, Erick todavía estaba en casa esperando a Dolores o cualquier señal de Radimir para hacer algo. El chico, en completa soledad y con su guitarra en mano, veía su teléfono móvil cada vez que podía. A veces, lo hacía al haber pasado pocos segundos después de la última revisión, cosa que lo estaba desesperando, ya que estaba mortificado por sus amigos. En especial por Dolores.

—Maldita sea, por favor, Dol. Envíame una señal de que estás bien —mencionaba el chico hasta que la puerta de su casa se abrió repentinamente, por lo que corrió hasta allá a ver qué sucedía, encontrándose el joven con Sarutobi, quien le ladró al verlo de momento—. ¿Sarutobi? ¿Qué demonios haces aquí? —Dicho esto, el can tocó al joven y habló.

—No hay tiempo de explicaciones, mocoso —las palabras del cuadrúpedo asustaron al chico, mas escuchó atento al entender de inmediato que siempre él de verdad hablaba con Radimir y Dolores—. La siguiente batalla ya comenzó, Doly está en la casa esperándote. Necesito que vayas por tu cuenta primero. Yo iré por Tomás. Sé que el tarado de Radimir le aprecia lo suficiente para ya tener su protección. No te desvíes, ya marqué el camino en la nieve por ti —al terminar de decir esto, Erick miró su hogar preocupado, a lo que Sarutobi respondió—. ¡Olvida a los demás! Estarán bien…

— ¿De quienes hablas? Estoy solo —aquello dejó sin palabras al perro, el cual se puso serio y dejó al chico para salir corriendo de su hogar, seguido por Erick, el cual vio el camino que Sarutobi le creó, pues había cavado en la nieve al momento de andar entre ella de alguna manera que no podía explicar.

Dolores y su madre veían asustadas a Luis, mismo que sostenía el cetro con un vigor impresionante, lo que hacía al objeto brillar, cuyo resplandor iluminó todo el lugar con una calidez que traería confort a quien sea, menos a ellas, las cuales se abrazaron al momento.

—Nuestra Diosa de fuego lo necesita. Ella desea que los pecados de personas como nosotros sean absueltos de una u otra forma. Yo seré quemado de manera digna por sus llamas, y ustedes serán achicharradas con su ira. Yo usaré ésta, su voluntad, para destrozarlas, puesto mi fe es más grande que la de cualquiera aquí presente —dictó el hombre levantando el objeto para golpear a sus familiares, a la vez que Daniela sostenía a su hija y la abrazaba para protegerla, cerrados los ojos de ambas.

— ¡Ni lo pienses, bobo! —Gritó Sarutobi al salir desde los escombros, prácticamente intactos y con su báculo, listo para golpear a Luis. Desgraciadamente, el hombre alado pudo interceptar el ataque con el cetro, sin perder siquiera la postura ni demostrando algo de esfuerzo real, muy por el contrario del mono.

—No importa cuánto lo intentes, demonio. Jamás podrás vencer el poder de la fe.

— ¿Demonio? —dicho esto, Sarutobi usó su cola, tomó la pierna de Luis y lo hizo caer, luego lo bateó en el aire con su báculo y lo mandó a volar lejos, a pesar de que el hombre se cubrió del golpe con el cetro—. ¡Yo tengo más divinidad que tú, kusogaki! —Reiteró el mono, para ir con Dolores y su madre—. Díganme que están bien.

—Sí, pero no podrás ganarle mientras tenga ese cetro.

— ¿Qué es, mamá? ¡Tú lo trajiste!

—Lo sé, y lo siento. Se supone es la materialización de la fe de la Diosa de fuego. Está hecho de barro, pero se siente como si fuera de metal al blandirlo. Solamente una persona con una fe más poderosa que la de Luis puede quitárselo de las manos —explicó Daniela a los presentes, quienes se vieron desconcertados.

—Ja-jamás había escuchado de algo así. Está obviamente encantado, pero no creo que sea lo único —al momento de decir esto Dolores, Luis regresó a atacar a Sarutobi, pero aquel lo interceptó a medio camino para tenerlo alejado de Dolores y su madre.

— ¡Cómo jodes, maldito ridículo!

—Sus pecados van a ser… —antes de que terminara, Sarutobi comenzó a lanzarle un montón de ataques, atinado uno a su mandíbula.

— ¡Nadie te pidió opinión! —Aseguró el mono combatiendo sin parar.

—Mamá, ¿tú no tienes mayor fe que él? Tal vez puedas quitárselo.

—No lo creo, hija. Luis está con Jessenya desde el inicio. Dudo que mi fe hacia ella sea mayor.

— ¿Hacia ella? ¿No es hacia la Diosa?

—No lo sé, yo siento que él le tiene más fe a Jessenya. La ve como una figura mesiánica y el cetro le responde mejor que a mí. Lo puedo percibir —mencionaba la madre viendo cómo Luis manipulaba el objeto con una facilidad increíble, además de cómo su brillo iluminaba más.

— ¿Qué es la fe?

— ¿A qué te refieres?

— ¿Qué es la fe para ti? —Preguntó Dolores a su madre, la cual pensó unos momentos antes de responder, apaliado Sarutobi una vez más por Luis, pues parecía estar ganando terreno en el combate—. ¡Responde, mamá!

— ¡Es amor! —Contestó de inmediato la mujer a su hija—. Es una especie de sentimiento de amor y respeto. Es cuando amas a un ídolo, a alguien que sabes que no puedes alcanzar, que incluso dudas de su mere existencia, pero sientes en el corazón que está ahí, que puede escucharte y sentirte, que te ayuda. Es tener esperanza en algo cuando todo indica que eso no es posible —lo dicho por Daniela hizo entender a Dolores algo, por lo que se puso de pie, incluso aunque su madre trató de detenerla.

Pronto, la chica caminaría hacia Luis. Aquel la vio aproximarse y voló hacia ella. Sarutobi gritó al ver la escena y voló tan rápido pudo para detener al hombre, pero sería imposible.

El sujeto alado levantó el cetro lo más alto que sus extremidades le permitieron para golpear a Dolores, quien a su vez veía atenta a su tío y pensaba en todo lo que había ocurrido. Veía a su maestro cuando estaba transformado en una anciana, cómo se reveló ante ella, cuando comenzaron las clases, el día que le permitió llamarla por su apodo, las veces que lo sentía más y más cerca de ella, como un padre, como una persona a la que vería en lo alto de su vida.




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