El Cetro de Barro

Última Práctica: Satán

El viento soplaba suavemente, el sol parecía estar alegre aquel día y las pocas nubes en el cielo convertían el ambiente en uno digno de una hermosa pintura.

Por su parte, dos mujeres caminaban en diferentes caminos hacia el mismo destino, dentro de una tierra desconocida para ambas, sin saber que, aquel día, les cambiaría sus vidas para siempre.

La primera era una clérigo de ropas oscuras, misma que iba cargando una extraña caja de acero parecida a un cofre cuadrado, atado aquel con varias cuerdas y poseyendo sellos rúnicos sobre ella.

La segunda se trataba de una bardo que llevaba una especie de objeto un tanto largo y grande, envuelto en una tela de seda muy hermosa, mismo que se veía un tanto aparatoso y difícil de llevar en las manos.

Al paso de un rato, ambas consiguieron llegar al mismo tiempo a una casa que se encontraba en medio de una gigantesca pradera de pastizales brillantes, cuya fachada era la de una morada bastante bella y acogedora, con un hermoso jardín, arquitectura simple y refinada, además de poseer rasgos que ninguna de las mujeres había visto jamás antes en sus países de origen.

Las dos, sorprendidas de verse de frente, se detuvieron para analizarse un poco antes de decir algo.

— ¿Qué haces acá?

— ¿Estás buscándolo también? —Preguntaron al mismo tiempo, por lo que ambas callaron de inmediato. La clérigo continuó después de un suspiro—. Vine porque escuché que aquí vive un sujeto que tiene conocimientos mágicos extraordinarios. Hay rumores de que ni siquiera es de este mundo. No es nativo de Kahbern, sino de otro planeta —confesó la adulta.

— ¡Vaya! Yo también vine por eso… «El mago viajero», se hace llamar el tipo. Me dijeron que intercambia información por objetos mágicos de valor, por eso traje esto —confesó la mujer y desenvolvió un enorme instrumento musical de cuerdas muy hermoso, hecho de una madera oscura que brillaba muchísimo, además de poseer acabados dorados y unas cuerdas finas bien cuidadas—. Éste es un Koto legendario. Me costó trabajo encontrarlo, pero finalmente conseguí llevármelo para traerlo hasta acá.

—Lo robaste…

—Pues… —mencionó nerviosa y apenada la mujer de ropas claras y gran sombrero, con la mirada puesta lejos de la mujer de enfrente.

—No te preocupes, no pienso juzgarte. Yo también hice algo similar —confesó la clérigo, colocados sus ojos sobre la caja que cargaba—. Aquí tengo el corazón de Cenh, listo para entregarlo.

— ¿El corazón de Cenh? ¿La ciudad santa del desierto que desapareció hace unos años por una invasión de Helgarn? Creí que esa cosa era un mito. ¿Cómo es que un meteoro de diamante puede caber en esa cajita?

— ¿Magia? ¿Puede ser? —Mencionó cínicamente la clérigo, molesta.

— ¡Uy! ¡Qué amargada! ¡Oye! Perdona que no me haya presentado. Soy Zondra Vayne —dijo orgullosa la bardo, cosa que impresionó a la otra.

—La bardo de la llama danzante. Increíble.

— ¡Vaya! Soy conocida en otros lados. Por tu acento puedo decir que eres de Fuzjern.

—Sí, mi nombre es Jessenya Darkbless. Fui un alto clérigo de Cenh, la única que sobrevivió del gremio.

— ¡No puede ser! ¡Eres la clérigo de la fe ardiente! ¿Verdad?

—La gente le gusta dar nombres tontos a quienes temen o admiran. Lo mismo debió pasarte, como veo que entiendes.

— ¡Nah! Yo me puse ese apodo —la cara de Jessenya se volvió una de decepción total al escuchar dichas palabras, para luego voltear los ojos.

— ¡Bienvenidas, queridas damas! —Dijo una voz desde la casa, por lo que ambas mujeres miraron a la entrada de ésta, encontrándose con una mujer muy hermosa de cabello largo rizado, cuya piel morena brillaba en color dorado muy hermoso al toque del sol—. Soy Ángeles Daurentis y seré su anfitriona el día de hoy mientras mi señor, Radimir Astrophet, regresa a casa.

— ¿Eh? ¿El magucho no está en casa? ¡Qué desperdicio de mi tiempo! ¡Regresaré cuando…!

—Voy a pasar. Con permiso —interrumpió Jessenya a la bardo, adentrándose al hogar sin más.

— ¡Adelante! ¡Pase usted, por favor! —Invitó amablemente Ángeles a la clérigo, cosa que Zondra vio un tanto sorprendida.

— ¡E-Esperen! Yo también entraré —aclaró la bardo mientras caminaba y envolvía el koto con cierta dificultad.

Una vez dentro, Ángeles cerró la puerta detrás, algo que extrañó y puso algo nerviosa a Zondra, la cual no confiaba mucho en Ángeles ni en el lugar.

— ¡Psst! Oye, no crees que fue algo precipitado adentrarnos en este sitio. ¡Puede ser una trampa! —Mencionó la bardo a la clérigo, misma que, sin cambiar su expresión o siquiera voltear a verla, contestó.

—Si tienes miedo de que te superen, no debiste venir. Yo estoy segura de mis habilidades —Explicó tranquila Jessenya al observar la casa por dentro, curiosa de sus adornos y muebles.

—Ok… Si tu lo dices… —replicó Zondra al observar los alrededores, ya ambas en la zona donde en la actualidad Dolores lleva sus clases, mismo sitio que tenía antes algunos cuadros y posters que ya no se encuentran ahí—. ¡Ey! Esta actriz se ve que es buena. Mira toda la publicidad que hay de ella. Es bastante hermosa… un momento —al ver bien el retrato de uno de los cuadros, la bardo se acercó a verle bien el rostro, pensativa, hasta que Ángeles la interceptó.

—Así es, se trata de mí. En mi juventud fui una actriz de renombre. Aunque mis años de carrera actoral terminaron hace ya unos diez años atrás, jamás olvidaré mis épocas doradas —comentó la mujer orgullosa, con sus ojos clavados en los posters de publicidad de algunas de sus obras teatrales o películas, llena de nostalgia y felicidad.

—Estabas muy joven cuando iniciaste. ¿Qué fue lo que te hizo ceder de seguir? —Preguntó la clérigo un tanto seria, respondida de inmediato.

—Llegó un punto donde no me sentía ya cómoda haciéndolo. Desde niña estuve actuando y esforzándome para ser la mejor de todos, y sentía que, a pesar de haber llegado a lo más alto, no era feliz en verdad. Entonces lo conocí…




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