Gema
El universo, en su infinita sabiduría para arruinarme los días, había decidido que mis padres aparecieran en casa justo cuando yo, en un acto de heroísmo doméstico sin precedentes, intentaba freír unos Nuggets con la forma desesperada de quien intenta domar un dragón con una espátula de silicona. No hubo saludo, ni aviso. Solo la puerta abriéndose y la voz de mi madre cortando el aire como un cuchillo.
- ¡Gema Lucía! ¿Esto es un domicilio o un campo de batalla postapocalíptico?
El regaño fue una obra maestra en tres actos: el desastre de mi habitación "Acto I: La Tragedia de la Ropa Limpia Mezclada con la Sucia", mi último boletín de notas "Acto II: El Naufragio de las Expectativas" y mi actitud general hacia la vida "Acto III: La Pereza como Filosofía de Vida". Intenté defenderme, pero mis argumentos sonaban a excusa barata incluso para mis propios oídos. Me sentí pequeña, como una niña regañada, no como una adolescente a punto de cumplir diecisiete. La frustración me hacía hervir por dentro.
¿Para qué estaban aquí ahora? El director había aceptado que me incorporara a las clases luego de una conversación que tuvo con la señora Vega, la mamá de Hugo a quien le estaré agradecida toda mi vida. ¿Ni siquiera me podían dar un abrazo o un hola hija? No me importaba las razones para la que hubieran vuelto, solo sabía que yo no era una de ellas.
Así que hui. No podía ir a La Dulce Espiral, mi pastelería favorita, estaría llena de gente feliz comiendo sinfonías de azúcar, y mi drama personal le amargaría el merengue a todo el mundo. Necesitaba soledad. Necesitaba un lugar donde poder gritar sin que me miraran como a un bicho raro. Mi segundo lugar preferido era un pequeño claro junto al lago, escondido tras una cortina de sauces llorones. Era mi lugar de las piedras furiosas.
Llegué jadeando, con los ojos nublados. La primera lágrima cayó con un sonido casi audible contra una hoja seca y luego, ya no pude parar. El sentimiento de fracaso me ahogaba. No servía para estudiar, no servía para mantener mi cuarto ordenado, no servía para freír unos malditos Nuggets sin quemar el cielo raso, no servía para nada más que ser la amiga tonta de Hugo. Era un desastre andante.
Agarré una piedra del suelo, lisa y fría.
-¡Estúpida! -le grité, y la lancé con toda mi fuerza contra el agua tranquila del lago. El chapuzón fue violento, satisfactorio.
Otra piedra.
-¡Inútil!
Otra más.
-¡Torpe!
Cada insulto que me lanzaba a mí misma iba acompañado de una piedra que rompía la serenidad del agua, asustando a una bandada de patos que dormitaban en la orilla. Levantaron el vuelo con un estruendo de alas y protestas, lo que solo avivó mi furia. Empecé a lanzar piedras más pequeñas contra los troncos de los árboles, buscando un impacto más seco, más contundente.
-¿Crees que así solucionas algo?
La voz no vino de mi cabeza. Vino de detrás de mí.
Me giré tan rápido que casi me caigo. Allí, recostado contra el tronco de un roble, con las manos en los bolsillos y una expresión entre preocupada y divertida, estaba Hugo. Mi mejor amigo. El causante de que, en medio de mi catarsis autodestructiva, mi corazón decidiera dar un brinco de alegría en lugar de seguir compadeciéndose de sí mismo y ese detalle, ese pequeño motín cardiaco, me delató aún más que mis ojos hinchados.
-¡Hugo! ¿Qué haces aquí espiándome? -traté de sonar irritada y logrando solo un pitido estridente.
-Pasé por tu casa, vi a tus padres con cara de pocos amigos, sabía que o te habías evaporado o estarías aquí, descargando tu ira contra la geología local -me giré con fuerza y me sequé las mejillas con el dorso de la mano, haciendo un esfuerzo titánico por componerme.
-Pues no, para nada. Estoy perfectamente. Solo… no quería verles las caras. Eso es todo. Una necesidad temporal de no ser juzgada. Muy comprensible, por cierto -el silencio de Hugo me dejó claro que no se tragó ninguna de mis excusas. Ni un poco. Se acercó, lento, y se plantó frente a mí. Su mirada era tan persistente que sentí la necesidad imperiosa de mirar al suelo, al cielo, a cualquier sitio menos a sus ojos.
-Gema -su voz era suave pero firme.
-¿Qué? -refunfuñé, clavando la vista en sus zapatillas, que tenían un pequeño agujero en el empeine. Con un dedo, me levantó la barbilla con una delicadeza que me desarmó por completo. No había forma de esconderse. Sus ojos avellanas recorrieron mi rostro, deteniéndose en los míos, inevitablemente rojos e hinchados.
-Vaya -murmuró- Pareces un mapache que ha perdido una pelea.
-Gracias ¡Justo lo que quería oír! -intenté bromear, pero me tembló la voz.
- ¿Por qué no me llamaste? -preguntó, y esta vez el reproche era claro - ¿Para eso están los mejores amigos? Para los buenos momentos y para esconderse cuando vienen los malos
-No quería… molestarte -aparté la mirada sintiendo que en cualquier segundo mi corazón iba a escapar de mi pecho -Son mis problemas.
-Eso es lo más estúpido que has dicho en toda la semana, y el martes me aseguraste que los aguacates eran frutos alienígenas -una sonrisa minúscula se escapó de mis labios. Él la vio.
-Mis padres… me hacen sentir tan poca cosa, Hugo. Como si nunca fuera a estar a la altura. Como si todo lo que hiciera estuviera mal.
#2159 en Otros
#653 en Humor
#5492 en Novela romántica
humor amistad amor, amor oculto malentendido, mentiras friendstolovers
Editado: 16.10.2025