El Champú no me hace Alergia

Capítulo 11: Fantasmas, Calabazas y una Nueva Tradición

Hugo

Gema apareció frente a mi casillero un martes cualquiera con una determinación en la mirada que solo he visto en generales antes de una batalla crucial y, como un general, declaró sus intenciones sin preámbulos.

-Vamos a la fiesta de Halloween de la escuela -casi dejo caer mis libros, la miré, esperando el chiste, la broma pesada, el cartel del “Día de los Inocentes”. Pero su expresión era totalmente seria.

-Perdona, ¿has dicho "fiesta de Halloween"? ¿La misma fiesta que hemos evitado como si fuera la peste bubónica durante los últimos tres años? ¿Esa?

-La misma -afirmó, con un asentimiento enérgico que no admitía réplica- Y para ir, necesitamos disfraces. Vamos a la tienda de disfraces ahora mismo -antes de que pudiera articular una objeción, ya me arrastraba por el pasillo. Iba tras ella, completamente descolocado. Esto no tenía sentido. Gema y Halloween eran como el agua y el aceite, o más bien, como un vampiro y la luz del sol: una combinación naturalmente desastrosa.

-Espera, un momento -protesté cuando por fin recuperé el uso de la palabra- ¿Desde cuándo te gusta Halloween? Odias Halloween. Lo aborreces. Tienes una lista de razones.

- ¡Las he superado! -anunció, aunque su voz sonaba un poco estrangulada- Es hora de madurar y abrazar las festividades culturales, además, habrá ponche. Dicen que el ponche es bueno.

Llegamos a "Misterio y Fantasía", la tienda de disfraces más lúgubre y polvorienta de la ciudad. El interior era un laberinto de telarañas de plástico y máscaras vacías que parecían seguirte con la mirada. Gema cruzó la puerta como si estuviera entrando en una cámara de tortura.

-Mira, Hugo -señaló un disfraz barato de bruja con una punta de pánico en la voz- ¡Divertido! ¡Y mira ese de payaso sonriente! ¡No da nada de miedo!

-Gema, ese payaso tiene una lágrima de sangre pintada y sostiene un hacha de juguete manchada de… ketchup, espero.

- ¡Detalles! -exclamó, agarrando al vuelo un sombrero de vampiro y encasquetándoselo de cualquier manera, le quedaba torcido y le tapaba un ojo- ¿Qué te parece? ¿Elegante? ¿Misterioso?

-Pareces un murciélago con migraña -dije, sin poder contener una risa. Ella se quitó el sombrero como si le hubiera picado. Su respiración se aceleró un poco. La observé mientras recorría los pasillos tocando todo con la punta de los dedos, como si esperara que los disfraces cobraran vida y la atacaran. Sus ojos estaban abiertos de par en par, con unas pupilas tan dilatadas que parecían dos lunas llenas en una noche despejada- ¿Estás bien? -pregunté, mi confusión dando paso a la preocupación.

- ¡Perfectamente! -chilló, al tiempo que daba un salto de un metro al rozar accidentalmente un esqueleto colgado que se meció con un crujido siniestro- ¡Solo… no me gustan las sorpresas! ¡O los sitios oscuros! ¡O los ruidos fuertes! ¡O la sensación de que alguien me sigue! ¡O…

-…la historia de que en 1974 alguien envenenó caramelos con arsénico y estricnina, aunque probablemente sea un mito urbano, pero ¿y si no lo es? -terminé yo por ella, recitando uno de sus argumentos clásicos.

- ¡Exacto! -dijo, señalándome con un dedo tembloroso- ¡Y el vandalismo masivo de calabazas! ¡En 1992, en un pueblo de Ohio, destrozaron más de cien! ¡Es una cifra récord, Hugo! ¡Una tragedia hortícola!

-O el hecho de que las películas de terror que dan en la tele son malísimas y predecibles -añadí, suavizando mi voz.

- ¡Y que la gente se disfraza de cosas horribles! ¡Asesinos en serie! ¡Personajes históricos siniestros! ¡Políticos! -su voz iba subiendo de tono, el pánico ganando terreno a la fuerza de voluntad- ¡Y los ruidos! ¡Gritos y cadenas arrastrándose y…! -se calló de golpe, jadeando levemente y con su rostro palidecido. Me acerqué y le quité suavemente de las manos un par de garras de lobezno que estaba apretando con fuerza suficiente como para blanquearle los nudillos.

-Gema -dije con calma- ¿Por qué estamos realmente aquí? ¿Por qué de repente quieres ir a la fiesta de Halloween? -ella bajó la mirada, jugando con el borde de su sudadera.

-Porque… porque tú nunca has ido y pensé que quizá… quizá te apetecería y que yo debería ser una mejor amiga y… acompañarte. Apoyarte. Como tú haces siempre conmigo -ahí estaba. La pieza que faltaba. No era que le gustara Halloween. Era que estaba intentando devolverme el favor de una manera tan torpe, tan Gema, que me entraron unas ganas enormes de reírme y de abrazarla al mismo tiempo.

-Gema -suspiré, colocando las garras de lobezno en una estantería- No es que no valla a la fiesta de Halloween no porque a ti no te guste -me rio, esto suena a un trabalenguas -No me gustan las fiesta porque a ti no te gustan. No es mi plan. Nunca lo ha sido y no las necesito -ella alzó la vista, desconcertada.

- ¿En serio? Pero… todo el mundo va.

-Pues que vaya todo el mundo -dije, tomándola del brazo y guiándola suavemente, pero con firmeza hacia la salida, lejos de los payasos siniestros y los esqueletos crujientes- Nosotros no somos "todo el mundo". Somos tú y yo. -la saqué a la calle, donde la luz del sol de la tarde lo bañaba todo con normalidad. Ella parpadeó, como un vampiro que sale de su ataúd, y respiró aliviada.

-Pero entonces… ¿qué hacemos esa noche? -preguntó, con un deje de decepción en la voz.




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