Hugo
El porche estaba en silencio, un silencio pesado y hueco después del ruido de la fiesta. Me dejé caer en la escalerilla de la entrada, sintiendo el peso de la noche sobre los hombros, mira fijamente el lugar exacto donde había hablado con Gema. El eco de las risas y la música aún zumbaba en mis oídos, pero era un recuerdo lejano, distorsionado. Todo lo que podía ver era la imagen de Gema alejándose en ese taxi, con una sonrisa falsa y unos ojos que destellaban con algo que se parecía demasiado al dolor.
La puerta de la casa se abrió con un chirrido suave. Mi madre se deslizó fuera y se sentó a mi lado, sin decir nada durante un largo momento. Solo miró hacia el jardín, ahora bañado por la luz plateada de la luna.
-Fue una buena fiesta -interrumpió el pesado silencio; su voz era un susurro cálido en la fría noche- Tu padre está muy contento con su regalo.
-Sí -murmuré, sin poder entusiasmarme.
-Hugo -me llamo, girándose hacia mí- ¿Quieres contarme qué pasó con Gema? La tensión entre ustedes dos era… palpable -respiré hondo, frotándome la cara con las manos. ¿Por qué tenía que ser tan perceptiva?
-Nada. Se sintió mal. Dice que fue un champú nuevo. Le dio alergia otra vez, que le picaban los ojos, que le dolía la cabeza… -repetí la excusa mecánicamente, como si al decirla en voz alta se volviera más creíble. Para mi total desconcierto, mi madre soltó una carcajada. No una risita, sino una carcajada completa y sincera que resonó en la quietud de la noche.
- ¡Dios mío, Hugo! -exclamó, secándose una lágrima de risa- ¿Todavía le crees esa mentira? -me quedé paralizado. ¿Mentira?
- ¡No es una mentira! -protesté, defendiendo lo indefendible con una terquedad que incluso yo reconocí como absurda- Siempre le pasa. Se cambia de champú y le da alergia. Se le ponen los ojos rojos, se le cae un poco el pelo… Son caspas por daño, ¡lo he visto! -mi madre dejó de reír. Su sonrisa se suavizó hasta convertirse en una expresión de ternura y una profunda pena.
-Cariño -susurró, poniendo una mano sobre la mía- Las caspas pueden salir por un champú agresivo, sí y también por el cambio constante de champú, la caída del cabello puede deberse al estrés o a la depresión, también, pero los ojos rojos… -hizo una pausa, buscando las palabras correctas- Los ojos rojos, Hugo, lo único que esconden son lágrimas. Siempre es más fácil fingir una alergia que aceptar que el desamor duele.
La palabra cayó como una losa en el silencio.
- ¿Des… amor? -logré balbucear. La palabra me sabía extraña en la boca, pesada y afilada. Ella no respondió directamente, solo se levantó, me dio un beso en la frente y me dejó con esa bomba de relojería en las manos.
-Piénsalo, hijo. Solo piénsalo.
Me quedé petrificado, mirando la noche, mientras sus palabras retumbaban en mi cráneo. “Lágrimas de Desamor.” No era una alergia. Nunca lo había sido.
Una urgencia repentina me invadió. Tenía que saber. Tenía que comprobarlo.
Subí las escaleras de dos en dos hasta mi habitación y cerré la puerta de un golpe. El caos de la fiesta, los recuerdos de Natasha, la voz de Adrián… todo se desvaneció. Solo existía una misión.
En mi habitación, puse en marcha la investigación más importante de mi vida. La Operación: La Verdad de mi Preciada Gema.
Abrí mi laptop y accedí a todas las carpetas de fotos compartidas de la escuela, a las redes sociales, a todo archivo digital donde pudiera haber un rastro de Gema. Empecé a descargar imágenes. Docenas de ellas. De excursiones, de fiestas de cumpleaños, de eventos escolares. De todos los años, luego, fui a mi armario y saqué mi vieja pizarra blanca, la que usaba para estudiar fórmulas de química. La limpié con un trapo seco. Esta no era para fórmulas. Era para conectar puntos.
En el centro, escribí con rotulador negro: "OJOS ROJOS - GEMA".
Y empecé a pegar las fotos que había impreso, formando una línea de tiempo a su alrededor. Debajo de cada foto, escribí la fecha y el evento.
“Foto: Fiesta de pijamas, 4to grado. Ojos rojos.”
“Evento: La mamá de Sarah le dijo que su dibujo no era tan bueno para el concurso.”
“Foto: Campeonato de natación, 5to grado. Ojos rojos.”
“Evento: Perdió por una centésima de segundo. Llegó segunda.”
“Foto: Día de la foto escolar, 6to grado. Ojos ligeramente rojos.”
“Evento: Sus padres no pudieron ir. Fue con la niñera.”
“Foto: Baile de séptimo grado. Ojos muy rojos.”
“Evento: Cresian Lewis (el imbécil) le dijo que bailaba como un pato.”
Cada foto, cada evento, era una pieza de un puzle terrible y triste. Cuanto más lo miraba, más obvio se volvía. No había alergia que resistiera ese patrón. No había champú en el mundo que causara ese nivel de irritación justo en los momentos de mayor decepción, tristeza o frustración. Me detuve frente a la pizarra, con el rotulador azul en la mano, sintiendo el peso de la revelación. No era alergia.
Eran lágrimas.
Eran lágrimas que ella había escondido toda su vida, detrás de una excusa que todos, incluido yo, su mejor amigo, habíamos comprado sin cuestionar. Ella no se rascaba los ojos por picor. Se los frotaba para disimular que había estado llorando.
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Editado: 16.10.2025