El Champú no me hace Alergia

Capítulo 18: ¿Cambio radical?

Gema

Mi paz falsa duró menos que un helado en el desierto. La escena de ayer se repetía en mi cabeza como una película mala: Hugo, con esa patética llamada de Natasha solo para… ¿qué? ¡¿La vida quería hacerme sufrir más?! Y lo peor fue su salida. Esas palabras: "No hace falta".

Dolieron más que cualquier alergia al champú. "No hace falta". Como si mi presencia, después de todos estos años, hubiera pasado de ser esencial a ser prescindible. Eso no era la Hugo que conocía. Ese era un extraño incómodo, y yo estaba harta de sentirme la tonta de la obra.

Sophia Rey y su sabio consejo de "esperar una semana" entre pasos podían irse a paseo. Una semana era demasiado tiempo para seguir agonizando por un idiota de ojos avellana. Necesitaba un cambio. Ya. Un cambio tan drástico que me hiciera irreconocible, incluso para mí misma.

Así que, en un acto de rebeldía contra mi dolor y contra las reglas de la autoayuda, salté directamente al Paso 2: El Lenguaje del Cuerpo y el Armario como Aliado.

Según el blog:

"Deja de encorvarte. Camina como si llevaras una corona. La elegancia comunica respeto por una misma, y eso es imán para hombres de calidad."

-Bueno, hoy no me siento como una reina con corona -murmuré, mirando mi reflejo en el espejo- Pero sí con ganas de prenderle fuego a todo esto.

Abrí mi armario. Un cementerio de sudaderas oversize, jeans holgados y camisetas de bandas que ni yo misma escuchaba. Ropa de "hermana cool". Ropa de "amiga eterna". Ropa de "Gema, la que no pretende gustar a nadie". Era hora de un funeral simbólico.

Saqué todo. Absolutamente todo. Formé una montaña de tela en el centro de mi habitación que parecía la guarida de un dragón perezoso. Llamé a una asociación para que vinieran a recogerlas. Mientras esperaba, me puse la única falda que poseía, una cosa negra y sencilla, y una camiseta ajustada. Me miré al espejo. Me sentí... rara. Como si estuviera disfrazada, pero también un poco más alta. Un poco más... dueña de algo.

-Paso dos: no encorvarse -me ordené, enderezando la espalda hasta que me dolió.

La tienda de ropa del centro comercial era un territorio alienígena para mí. Caminaba entre vestidos, blusas y faldas como una exploradora en una jungla de seda y algodón, totalmente perdida. ¿Qué se supone que debía elegir? ¿"Prendas de ropas que respeten mi figura"? ¡Si yo no sabía ni qué figura tenía!

-Necesito ayuda -susurré, agarrando un vestido que parecía un trapo de cocina de diseño.

-Parece que sí -dijo una voz masculina y familiar a mi lado. Me giré y ahí estaba él. Adrián Leyva, apoyado en un probador con una sonrisa de medio lado con una seguridad que resultaba... irritantemente atractiva - ¿Vas a un funeral de góticos alegres? -preguntó, señalando el vestido negro y triste que yo sostenía.

- ¡Adrián! ¿Tú? ¿Qué haces aquí? -estaba demasiado sorprendida para ser ingeniosa, pero ¡Hola! Estaba en una tienda de ropa para chicas.

-Comprando un regalo para mi prometida, ella adora esta marca -explicó, mostrando una bolsita pequeña con unas letras que yo desconocía- La pregunta es, ¿qué haces tú aquí? ¿Es para impresionar a alguien? -su mirada fue directa, como un láser. El nombre de Hugo estuvo a punto de salir de mis labios por inercia, pero lo detuve a tiempo.

-No -mi propia firmeza que me sorprendió- No es para impresionar a nadie. Es para mí -él alzó una ceja, claramente escéptico.

-Venga ya. No me digas que ese cambio radical no tiene que ver con cierto futbolista de mirada melosa.

- ¡No! Hugo y yo solo somos amigos -protesté, sintiendo cómo las palabras "solo amigos" me sabían a hiel. Adrián se rio, una risa suave pero que me hizo sentir como una niña mintiendo sobre haber robado una galleta.

-Perdona, no me río de ti. Es que sois la pareja de "solo amigos" más poco convincente que he visto en mi vida.

- ¿Qué quieres decir? -pregunté, cruzándome de brazos.

-Sois amigos que se tienen ganas, Gema, que no lo quieras aceptar es otra historia -el golpe fue tan directo que me dejó sin aire. La rabia y la verdad de sus palabras hicieron que soltara la bomba sin pensar.

- ¡La única que le tiene ganas soy yo! -exclamé y acto seguido, quise que el suelo me tragara. ¡¿POR QUÉ DIJE ESO?! Los ojos de Adrián se abrieron de par en par, y luego una sonrisa lenta se dibujó en su rostro.

-Ajá. Entonces, estás buscando cambiar tu guardarropa para “agradarle”.

- ¡No! -bufé, exasperada llevándome una mano a la cara obviamente avergonzada- ¡Dios! Quiero cambiarlo para “olvidarme de él”. No puedo seguir enamorada de mi mejor amigo por diez años más ¡Es agotador! -la confesión, hecha a un casi desconocido en medio de una tienda de ropa, fue liberadora y aterradora a la vez. Adrián dejó de sonreír y adoptó una expresión más seria, casi compasiva.

-Está bien. Te creo y te voy a ayudar.

- ¿A.… ayudarme? ¿A elegir ropa? -pregunté, confundida.

-No -negó- A olvidarte de él o, al menos, a pasar un buen rato en el intento, pero hay una condición: hoy, haces todo lo que yo te diga. Sin quejarte ¿Trato? -me lo pensé durante exactos dos segundos ¿Era una locura? Totalmente ¿Era más divertido que llorar en mi cuarto? Absolutamente.

-Trato -acepté.

Lo que siguió fue una tarde surrealista. Adrián resultó ser un tirano con muy buen gusto. Descartó mi vestido negro "Demasiado 'enterradora sexy'" y me empujó hacia prendas que jamás me habría probado: un vestido verde esmeralda que hacía brillar mis ojos y resaltaba mi cabello pelirrojo, unos jeans que me ajustaban en sitios que ni recordaba y una blusa blanca que, según él, "comunicaba elegancia y no desesperación".

- ¡Pero si se me ve todo! -protesté frente al espejo del probador, mirando el escote de la blusa.

-Se te ve una mujer, Gema. No una adolescente -replicó él desde fuera- Y no, no es para impresionar a Hugo. Es para que “tú” -me señaló suavemente -Te impresiones a ti misma. Ahora, sal y camina como si ese vestido costara mil dólares.




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