El Champú no me hace Alergia

Capítulo 19: Likes y Cita Inesperada

Hugo

Ver a Adrián Leyva besar la mejilla de Gema fue como recibir una patada en el estómago por un burro con botas de fútbol. Pero verla a “ella” no apartarse… eso fue peor. Eso fue un terremoto de grado diez en mi cerebro. Steve, el genio incomparable, lo arruinó todo con su gritito de “¿Le has puesto los cuernos a Hugo?”.

Gema se giró hacia nosotros, con las mejillas encendidas y una bolsa de ropa nueva que gritaba a los cuatro vientos que Adrián Leyva tenía mejor gusto que yo. Sus ojos me buscaron, esperando una explicación, una broma, algo del Hugo de siempre.

- ¿Y vosotros? ¿Qué hacíais por aquí? -preguntó, con una voz un poco más aguda de lo normal. Mi mente era un blanco perfecto. No podía decir nada coherente, así que, bendito sea el cerebro simple de mi amigo, Steve intervino.

- ¡A Hugo se le fue el balón y me dio en la cara! -exclamó, señalándose la mejilla que, milagrosamente no estaba tan fea- ¡Poof! Directo. Tuvimos que comprar hielo y un balón nuevo, porque el otro se pinchó con una cerca. ¡Fue épico! -Gema miró mi rostro impoluto y luego la bolsa de deporte donde asomaba el balón nuevo y, efectivamente, un paquete de bolsas de hielo sin abrir.

-Pobre Steve -me molestó que su dulzura no estaba dirigida a mí- Venid a casa. Tengo una crema para golpes que es milagrosa. Te pongo un poco.

- ¡SÍ! -aceptó Steve antes de que yo pudiera articular palabra, siguió a Gema como un cachorro faldero y yo los seguí, sintiéndome como un fantasma. Un fantasma con un nudo de rabia y celos en la garganta que quería estrangular a Adrián Leyva y luego a Steve por ser tan idiota y tan afortunado al mismo tiempo.

En el sofá de Gema:

La escena era una tortura china. Steve estaba tumbado en el sofá, con la cabeza ladeada, y Gema le aplicaba la crema con demasiada delicadeza, cada vez que sus dedos rozaban la piel de Steve, algo primitivo y violento se retorcía en mi pecho.

“¿Por qué lo toca tanto? Es un simple golpe, por el amor de Dios. Con una palmadita basta.”

Pero no, ella le masajeaba la mejilla con una dedicación que me hacía hervir la sangre. Quería arrastrarla lejos de él. Quería agarrarla y… y…

“¿Y qué, Hugo? ¿Besarla? ¿Delante de Steve y de las bolsas de ropa de tu rival?”

La voz de mi conciencia me dejó paralizado. Era tan absurda y tan aterradoramente tentadora la idea que necesitaba una distracción. Urgentemente. Así que puse en marcha la Fase Dos de mi Plan Maestro: Demostrar que yo también podía estar con otras personas. Saqué mi teléfono y abrí Instagram como un poseso. Empecé a darle “me gusta” a todas las fotos de chicas que, en algún momento remoto, habían mostrado interés en mí. La lista fue tan patética como divertida:

  • Chloe (la del cine): Una foto con su perro. “Like”. “Bueno, Chloe es dulce. Aunque su perro parece una rata con peluca. Next.”
  • Sarah Jenkins (la de 4to grado que me dio una galleta con forma de corazón): Una foto de sus uñas pintadas. “Like”. “Vale, quizá esto sea demasiado. Además, se casó el año pasado. ¿Instagram me está saboteando?”
  • La chica nueva de la cafetería que me sonrió una vez: Una selfie en el gimnasio. “Like”. “Tiene bíceps más grandes que los míos. Me da miedo. Deslike mental.”
  • Jessica Lombard (sí, ESA Jessica): Un video bailando. “Me gusta”. “¿EN SERIO, HUGO? ¿A QUIÉN INTENTAS ENGAÑAR? Quitar me gusta rápidamente. Esperar que nadie lo haya visto”

Era un desastre. Cada “Like” era un clavo en el ataúd de mi dignidad, pero no podía parar. Necesitaba que Gema viera mi pantalla y pensara “Vaya, Hugo está superándome”. En vez de eso, ella solo tenía ojos para la mejilla ficticiamente lesionada de Steve. De pronto, la vi reírse de algo que Steve dijo. Una risa genuina, no la risa nerviosa que solía tener conmigo últimamente y algo en mi pecho se encogió. Un pensamiento claro y devastador atravesó la niebla de mis celos: “No quiero que toque a nadie más. No quiero que le haga esos masajes a nadie más. Punto.”

El pánico me inundó. Esto ya no era una teoría de la pizarra. Esto era real. Yo era un celoso posesivo y patético y necesitaba ayuda. De la única persona que no se reiría de mí o al menos, no mucho.

-Eh… tengo que irme -dije, levantándome del sillón como un resorte. Gema alzó la vista, sorprendida.

- ¿Ya? Pero si ni siquiera has abierto el hielo.

-Es que… -mi mente buscó una excusa desesperada- Quedo con una cita en la dulcería. En la… nuestra -la frase cayó en el salón con el ruido de un cristal al romperse. “La nuestra”. La dulcería a la que habíamos ido juntos desde que teníamos diez años. El lugar de nuestra tarta de chocolate de las paces. Gema me miró fijamente. Vi cómo procesaba la información. Su sonrisa se desvaneció.

- ¿Vas a nuestra dulcería… con tu cita? -preguntó, con una voz peligrosamente tranquila.

- ¡Sí! Es una… cita. -dije, sintiendo cómo el pánico hace que sudara- Luego te la presentaré. ¡No vemos luego!

-Vale -fue lo único que dijo, pero su mirada me atravesó. Sabía que algo olía mal. Steve, idiotamente, intervino otra vez.

- ¡ÉPICO!

- ¡Cállate, Steve! -le espetó Gema y yo al unísono. Ella se levantó y se acercó a mí. Sus ojos verdes, normalmente llenos de luz, ahora eran dos interrogantes puntiagudos.




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