El Champú no me hace Alergia

Capítulo 21: Belleza Peligrosa

Hugo

Algo pasaba en la escuela. Lo sentí en el aire nada más cruzar la puerta. Un murmullo constante, un cuchicheo que no era el habitual rumor de voces después de clase. Mi radar de “cosas raras que involucran a Gema” se disparó al instante y, por desgracia, casi siempre acertaba.

La encontré en el pasillo principal, pero por un segundo no la reconocí. Estaba rodeada de un grupo de chicos, riendo con una facilidad que me dejó paralizado. Llevaba el cabello diferente, más liso y con unos reflejos dorados que capturaban la luz de una manera nueva y su ropa… no era la sudadera holgada de siempre. Era un jersey que le quedaba bien, y unos jeans que… bueno, que dejaban claro que Gema había decidido dar un paso adelante.

Una sensación amarga, caliente y fea se enroscó en mi estómago. ¿Molestia? ¿Celos? No quería ponerle nombre. Solo sabía que verla allí, siendo el centro de atención de medio equipo de baloncesto, me hacía querer lanzar mi mochila contra la pared. Hoy no había ido a clase por la mañana por el entrenamiento, y por la tarde se suspendían por los preparativos de la maldita fiesta de Halloween. Llevaba días notando que se distanciaba, pero esto… esto era una declaración de intenciones y no me incluía a mí.

Me acerqué, pero me detuve a unos metros, observando cómo se reía de un chiste de Chloe, estaba hablando con chicas a las que hace años no le dirigía la palabra, pero su sonrisa era amplia, genuina. Hacía semanas que no la veía tan… radiante. Tan hermosa. La palabra me golpeó con la fuerza de un balonazo en el pecho. Siempre lo había sido, pero de una manera cómoda y familiar. Esta era diferente. Peligrosa.

De repente, sus ojos se encontraron con los míos. La sonrisa no se desvaneció, sino que se transformó en algo más cálido, más personal, y un alivio instantáneo me recorrió. Dejó a los chicos atrás sin pensarlo dos veces y caminó rápidamente hacia mí.

- ¡Hugo! ¡Pensé que no vendrías! -su voz sonaba como siempre, pero con un punto de alegría extra- Oye, ¿se mantiene la nueva tradición? ¿Pizza con piña y ponche no venenoso en mi casa? Podemos saltarnos la fiesta del colegio y no sentirnos mal -su mirada era esperanzada. Tentadora. Cada fibra de mi ser quería decir que sí. Quería que fuera nuestro refugio, como lo habíamos planeado, pero tenía un plan. Un plan estúpido y arriesgado, pero era lo único que se me había ocurrido para sacar la verdad a la luz. Tenía que hacerla confesar lo que sentía, o al menos, descubrir si lo que yo sentía era verdad o una alucinación.

-Eh… sobre eso -desvié la mirada- Es que… tengo planes. Una fiesta de disfraces. Con… una cita -el efecto fue instantáneo. Todo el brillo de sus ojos se apagó, como si alguien hubiera desconectado la corriente. Su sonrisa se congeló y luego se desvaneció por completo. Se cruzó de brazos, abrazándose a sí misma en un gesto que me partió el alma- ¿Tienes… frío? -pregunté, estúpidamente.

-No -murmuró, clavando la vista en el suelo- ¿Una cita? ¿Con quién?

-No la conoces. Es de otro instituto -mentí, sintiendo cómo cada palabra era una puñalada- Pero… ¡puedes venir con nosotros! Será divertido.

-No, no, está bien -dijo demasiado rápido- Yo… tengo un compromiso a las diez. Con un… viejo amigo - ¿Un viejo amigo? Su único amigo viejo era yo. La mentira era tan transparente que dolió más que si hubiera dicho la verdad.

- ¿A qué hora es tu cosa? -preguntó, alzando la vista con un destello de desesperación- ¿Podríamos… ir al cine antes? A las ocho. Solo un rato. Para… mantener un poco la tradición -Mi corazón galopaba. Era mi oportunidad. Ceder. Pero el plan… Tenía que seguir adelante.

-No puedo -forcejeé, evitando sus ojos- Tengo que… recoger a mi cita a esa hora. Lo siento.

Ella asintió lentamente, como si acabara de recibir una sentencia. Sin decir otra palabra, dio media vuelta y se marchó. La vi alejarse, y todo en mí gritaba para correr tras ella, agarrarla de la mano y confesarlo todo. Quería ver si esa picazón en sus ojos, ese brillo apagado, se convertía en lágrimas. Lágrimas por mí.

Pero me quedé petrificado.

Y entonces lo vi.

En el estacionamiento, justo cuando Gema salía por la puerta principal, Adrián se acercó a ella. Le dijo algo, y ella, con la cabeza gacha, se dejó abrazar. Él la rodeó con sus brazos, y ella no se resistió.

¡Dios! No. No podía ser.

Una ira fría y nítida me invadió. Todos mis planes, mis estúpidas tácticas, se hicieron añicos en un instante. No importaba nada. No importaba la fiesta inventada, ni la cita falsa.

No podía dejarla allí. No en sus malditos brazos.

Sin pensarlo, eché a correr.




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