El Champú no me hace Alergia

Capítulo 22: El precio de un malentendido

Gema

El mundo era una mancha borrosa. Caminaba por el estacionamiento, sintiendo cómo las lágrimas que me negaba a derramar nublaban mi vista. ¿Una cita? ¿En Halloween? La tradición que habíamos creado juntos, nuestro refugio contra todo lo predecible y estúpido, se había esfumado por alguien de “otro instituto”. La ironía era tan amarga que podría haber cortado un acero.

-Gema, espera -la voz de Adrián me detuvo, me sequé los ojos con furia antes de alzar el rostro. Él estaba allí, con su sonrisa fácil y su mochila al hombro.

-Solo quería despedirme, el vuelo a Canadá sale en unas horas -dijo, encogiéndose de hombros como si mudarse a otro país fuera lo más normal del mundo.

-Ah. Suerte -murmuré, fingiendo un poco de interés, él había sido bueno conmigo, pero mi mente estaba a kilómetros de distancia, en una fiesta de disfraces a la que estaba invitada, pero en la cual no me apetecía ni un poco participar

-Y quería dejarle claro a Hugo -añadió, bajando la voz- Que no eres… una opción segura. Que otros también te ven -una risa agria se me escapó.

-Si supieras que a Hugo le importo un bledo, Adrián. Está demasiado ocupado con su misteriosa cita.

- ¿De verdad? -preguntó él, con una ceja arqueada- Porque viene hacia aquí como si fuera a apagar un incendio.

Antes de que pudiera procesarlo, sentí una mano firme girándome y allí estaban. Esos ojos color avellana que conocía mejor que los míos propios, pero ahora me atravesaban con una intensidad que nunca había visto. El mundo entero entró en cámara lenta. El murmullo del estacionamiento se apagó. Solo existíamos nosotros dos. Vi cómo su mirada bajaba a mis labios, cómo su cabeza se inclinaba… y luego, el contacto.

Fue rápido, solo un roce, una presión cálida y seca que apenas duró un segundo, pero para mí fue una eternidad. Mi primer beso y era de Hugo. Me quedé absolutamente paralizada, sintiendo cómo cada célula de mi cuerpo estallaba en un confeti de fuegos artificiales. ¡Por todos los dioses del azúcar! ¡Lo había logrado! ¡El plan de Adrián, el paso cuatro, había funcionado!

Cuando se separó, el mundo volvió a sonar con estruendo y entonces me di cuenta. Toda la maldita escuela nos estaba mirando. Bocas abiertas, miradas de incredulidad. Me ardían las mejillas, pero una sonrisa de triunfo empezaba a dibujarse en mis labios. Hasta que habló.

-Perdona, amiga - ¿Amiga? La palabra sonó como un golpe seco. Me alejó de Adrián el cual se despidió con un guiño, que ahora mismo no me importaba, miré a Hugo ¿amiga? -No podía dejar que él siguiera jugando contigo -continuó Hugo, con una voz ronca que no le conocía- Sé que Adrián está comprometido con su novia de Canadá. No podía permitir que jugara más con los sentimientos de mi mejor amiga.

Algo se quebró dentro de mí. Un cristal fino y frágil que había estado a punto de llenarse de luz. No eran celos. Nunca lo fueron. Era… lástima. Protección. La misma que se le da a una hermana pequeña torpe que no sabe cuidarse sola. Él no había visto a una chica deseable; había visto a su amiga patética a punto de ser engañada. La heladería entera que se había derretido dentro de mí se convirtió instantáneamente en un bloque de hielo. Mis piernas, que antes temblaban de emoción, ahora lo hacían de rabia.

- ¿Comprometido? -logré decir, y mi voz sonó como un susurro áspero- Lo sé. Él solo vino a despedirse, era solo un viejo amigo -vi la confusión en su rostro, pero ya era demasiado tarde. La humillación me abrasaba por dentro - ¡Mierda, Hugo! -empujé su pecho con todas mis fuerzas, haciéndole retroceder- ¡¿Acaso crees que soy idiota?!

-Gema, no…

- ¡Él solo era un amigo que se va del país! ¡Yo sabía de su compromiso! ¡Eres tú el que ha malinterpretado todo! ¡Siempre lo haces! -grité, sin importarme el auditorio que teníamos- ¡Y por tu estúpido malentendido, por la novela que te montaste en tu cabeza, me arrebataste mi primer beso! ¡Mi primer beso, Hugo! ¿Y para qué? ¡Para jugar al caballero protector de la tonta del pueblo! -su cara palideció. Intentó hablar, acercarse.

-Lo siento, no pensé…

- ¡Exacto! ¡No pensaste! -lo interrumpí, sintiendo cómo las lágrimas de furia por fin asomaban- Nunca piensas en lo que yo siento. Solo en lo que tú crees que es mejor para mí. Pues gracias por nada. Ya puedes irte a tu fiesta. Espero que tu cita sea tan perfecta como crees.

Le di la espalda. Ya no podía mirarlo un segundo más. Cada palabra suya había sido un cuchillo. Caminé hacia la salida, sintiendo el peso de todas las miradas, pero en ese momento, me daba igual. Lo único que importaba era escapar de allí, de él, de la dolorosa certeza de que, para Hugo, nunca sería más que su mejor amiga.

Y mientras me alejaba, supe una cosa con claridad: había sido el mejor beso del mundo, pero era hora de enterrar mi estúpido sueño de una vez por todas.




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