El Champú no me hace Alergia

Capítulo 25: Capitán Escamas

Hugo

Llevar la tarta de chocolate con almendra de "La Dulce Espiral" era mi escudo humano o mi bandera de rendición, no estaba muy seguro. Mi plan era simple: tocar la puerta, entregar la tarta, soltar un "Me porté como un idiota, lo siento" bien practicado delante del espejo, y salir huyendo antes de que mi cerebro tuviera tiempo de sabotearme otra vez, pero cuando Gema abrió la puerta, con el pelo recogido en un moño desaliñado y una de mis viejas camisetas de Star Wars, todas las palabras se me olvidaron.

-Hugo -dijo, cruzando los brazos. No parecía enfadada, solo… cansada o tal vez era la alergia al champú que seguía haciendo de las suyas.

-Traigo ofrenda de paz -anuncié, levantando la caja de la tarta como si fuera el tesoro de un dragón- Y… una disculpa oficial por… todo. Por el beso, por las flores fúnebres. Lo empaqueto todo en un "soy un desastre" y te lo entrego aquí -ella miró la caja, luego me miró a mí, y una sonrisa minúscula, la primera en días, asomó en sus labios.

-Bueno, como traes mi tarta preferida puedes pasar, pero solo un rato. Estoy en medio de… una transformación existencial -la seguí hasta el salón, notando cómo mi corazón latía con un ritmo que no era del todo normal. Todo olía a limpio, a limón pulido. Era inquietante.

- ¿Transformación existencial? -pregunté, dejando la tarta sobre la mesa.

-Sí. De huracán Gema a… brisa suave y organizada -explicó, encogiéndose de hombros- Es agotador, pero mi madre dice que es signo de madurez. He ordenado hasta el cajón de los calcetines. Por colores -me senté en el sofá, sintiéndome como un elefante en una tienda de porcelana. ¿Quién era esta alienígena ordenada que había poseído a mi mejor amiga? Intentamos fingir normalidad. Hablamos del partido de mañana, de lo mal que jugué al principio, de cómo Steve casi llora de alegría con mi gol de práctica. Fue… agradable. Demasiado agradable. Cada vez que se reía, notaba un calambre en el estómago. Ya no era la risa cómoda de siempre. Era algo más, algo que me hacía querer hacer tonterías solo para escucharla de nuevo.

-Eh, ¿puedo usar tu baño? -pregunté, de repente necesitando un momento para respirar.

-Claro. Al final del pasillo, ya sabes.

Caminé por el pasillo como un convicto camino a su celda y entonces lo vi. La puerta de su habitación, entreabierta. Una fuerza irresistible me empujó a asomarme. Tenía que verlo con mis propios ojos. ¿Realmente había domado el caos?

Al entrar, me quedé helado. No era solo orden. Era… el paraíso de los maniáticos del control. Las fundas de sus almohadas coincidían. Los libros estaban ordenados por altura. En la mesita de noche, justo al lado de una foto de nosotros dos en la feria sonriendo como idiotas, con algodón de azúcar por todas partes, no había el habitual revoltijo medias, solo un libro y un organizador.

Y entonces, mi corazón se detuvo.

Al lado del organizador, había un sobre abierto y asomando por él, dos boletos de avión. Los recogí con dedos temblorosos. "Salida: día 28, 08:00 a.m. Destino: Costa del Sol". El día después de mi cumpleaños. Se iba. En serio se iba.

Una oleada de pánico frío me recorrió. No. No podía ser. No después de haber sentido, aunque fuera por un segundo, que quizá no había arruinado todo para siempre. Sin pensar, de un movimiento rápido, doblé los boletos y me los metí en el bolsillo del pantalón. Sentí el papel como una braza contra el muslo.

- ¿Encontraste el baño o te perdiste en el laberinto del pasillo? -la voz de Gema sonó justo detrás de mí. Me giré tan rápido que casi me caigo. Ella estaba apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

- ¡Eh! ¡No! Es que… -balbuceé, sintiendo que el rubor me subía por el cuello- ¡Es que esto me ha dejado en shock! ¿Qué bicho te ha picado, Gema? ¿Dónde está el caos sagrado? ¿Dónde está la pila de ropa que según tú tenía "personalidad propia"? ¡Esto parece una habitación de catálogo! ¡Has matado al huracán Gema! -ella se rio, una risa genuina que le iluminó toda la cara, y por un momento, olvidé los boletos robados en mi bolsillo. Me di cuenta de que tenía un pequeño hoyuelo en la mejilla izquierda cuando se reía de verdad. ¿Siempre lo había tenido? ¿Por qué nunca lo había notado? Ya no estaba mirando a mi amiga. Estaba mirando a una chica que me volvía loco, y el miedo a perderla era tan grande que me atenazaba la garganta.

- ¿Tan raro se me ve? -preguntó, mirando alrededor con cierta satisfacción.

-Sí. Pero… bonito raro -logré decir, y fue la verdad más honesta y aterradora que había dicho en mi vida. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un segundo, el aire se cargó con algo eléctrico. Podría haberlo dicho todo allí mismo. Podría haber sacado los boletos y suplicarle que se quedara, pero el miedo ganó.

- ¡El pez! -exclamé de repente. Gema parpadeó.

- ¿Perdón?

- ¡Capitán Escamas! -dije, caminando hacia la puerta con paso decidido- ¡Se está… mudando de pecera otra vez! Es un proceso muy traumático para él, necesita apoyo emocional. ¡Tengo que irme! -la vi fruncir el ceño, completamente confundida, aunque luego soltó una carcajada.

- ¿Hablas de mi pez imaginario?

- ¡Es muy sensible! -grité desde el pasillo, ya casi en la puerta de salida- ¡Terminaste bien la… limpieza! ¡Y suerte con la… brisa organizada!




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