Hugo
El ambiente en el vestuario era espeso, una mezcla de sudor y puro terror. Estábamos en las semifinales del Torneo Interprovincial de Fútbol Juvenil, y nuestros rivales, los "Halcones del Norte", no solo tenían un nombre intimidante: parecían gigantes salidos de un videojuego. Eran más altos, más anchos y su calentamiento consistía en disparos al arco que resonaban como cañonazos. Steve, a mi lado, ajustaba los guantes con una concentración que le transformaba la cara. Por primera vez, no parecía el chico divertido y despistado, sino un verdadero capitán.
-Oye, Hugo -murmuró, sin apartar la vista del suelo- Si hoy ganamos, le pido a Jessica que sea mi novia oficial. En serio - ¿Es que acaso ya no lo eran? ¡Dios!
- ¿Y si perdemos? -pregunté, sintiendo el peso de su confesión.
-Entonces le digo que fue culpa tuya por perder ese balón -dijo, y un leve guiño traicionó su nerviosismo. Salir al campo fue una bofetada de realidad. Las gradas, abarrotadas, vitoreaban a los Halcones. Mi mirada escaneó la tribuna de un lado a otro, buscando desesperadamente un jersey número 14 demasiado grande. Nada. Un vacío se abrió en mi estómago. ¿Había huido? ¿Había decidido no ver la posible derrota? - ¡Vega! ¡Allí! -gritó Steve, señalando con la cabeza hacia un rincón alto de las gradas.
Y allí estaba. En primera fila, casi escondida, pero llevaba puesta mi camiseta. Cuando nuestras miradas se encontraron, ella me sonrió suavemente. Me saludó levantando la mano, un gesto pequeño pero lleno de una determinación feroz que me llegó directamente al corazón. Respiré hondo. Podía hacerlo.
El silbato del árbitro dio inicio a cuarenta y cinco minutos de puro infierno. Los Halcones eran tan buenos como parecían. Su juego era rápido, físico y preciso. Nos barrieron del medio campo. Steve era un muro, parando lo impensable, gritando instrucciones con una autoridad que nunca le había visto. "¡Cierra a la izquierda!", "¡Presiona, Hugo, presiona!". Yo corría como un poseso, pero cada vez que tocaba el balón, un Halcón me arrebataba el esférico con una facilidad humillante. Erraba pases fáciles, mis disparos no tenían fuerza. Éramos un milagro que el marcador siguiera 0-0 en el descanso.
El segundo tiempo fue una batalla de desgaste. Las piernas me pesaban como el plomo. A cinco minutos del final, recibí un pase en el centro del campo. Por un instante, vi una brecha. Un pase filtrado podía ser la oportunidad. Pero dudé. Un segundo demasiado. Un Halcón me robó el balón con una entrada limpia y se lanzó al contraataque. La jugada terminó con una falta desesperada de nuestro central a las afueras del área. Tiro libre directo. Peligrosísimo.
El tiempo se congeló. El estadio enmudeció. Solo se oía el latido de mi corazón en mis oídos. Si marcaban, era el final. Mi última oportunidad con Gema se esfumaría.
De repente, un movimiento en la banda me distrajo. Gema bajaba de las gradas como un rayo, esquivando a un vigilante, y se plantó tras la valla publicitaria, justo detrás de nuestra portería. Sus ojos, llenos de pánico y de furia, me traspasaron.
- ¡HUGO! -gritó, y su voz, aguda y desesperada, cortó la tensión- ¡SI PERDÉIS, ME VOY DEL PAÍS! ¡TE LO JURO! ¡ME VOY Y NO VUELVO!
No era una motivación. Era un ultimátum. Y en su amenaza, vi la verdad: ella no quería irse. El miedo en su mirada era idéntico al mío. Esa fue la chispa.
El jugador de los Halcones disparó. Un tiro potente y colocado. Steve voló por el aire en una estirada imposible y desvió el balón con las yemas de los dedos. El esférico salió rebotado hacia la banda derecha. Mi cuerpo reaccionó antes de que mi cerebro lo ordenara. Corrí con una energía que no sabía que tenía. Llegué al balón, lo controlé y empecé a avanzar por la banda. Esquivé a un defensor con un recorte seco. Solo me quedaba el último hombre. Amagué a centrar, él se lanzó al suelo, y en esa milésima de segundo, con una calma surrealista, cambié el balón a mi pierna izquierda y la envié cruzada al área. Nuestro delantero, completamente solo, solo tuvo que empujar el balón a la red.
“Goooool”
El silbato final sonó segundos después. La explosión de alegría fue monumental. Mis compañeros saltaron sobre mí en una montaña de cuerpos sudorosos y gritos de euforia. Cuando logré liberarme, lo primero que hice fue buscar a Gema. La vi saltando y abrazando a Chloe. Una sonrisa de alivio y triunfo iluminaba su rostro.
Corrí hacia ella, esquivando a la multitud. Ella también vino a mi encuentro.
- ¡Lo lograste! -gritó, con la voz quebrada por la emoción.
- ¡Tú lo lograste! -le grité yo, y sin poder contenerme, la envolví en un abrazo tan fuerte que casi la levanto del suelo. Ella se aferró a mí, y por un momento, el mundo desapareció. Solo existíamos nosotros, el olor a manzana y a victoria- Ahora sí -susurré en su oído, mientras la bajaba suavemente- Ahora sí me tienes que perdonar -aunque planeaba robarlo un beso si ganaba hoy, no podía tentar tanto a mi suerte -Por… robar los boletos.
Gema se separó un poco, solo lo suficiente para mirarme a los ojos, su expresión de sorpresa fue total. Sus labios se abrieron para decir algo, pero no le di tiempo. Incliné la cabeza y dejé un beso rápido y suave en su coronilla, justo donde el cabello era más suave.
- ¡Vega! ¡La foto de equipo! -rugió la voz de Steve desde el centro del campo.
Le guiñé un ojo a Gema, cuyo rostro estaba teñido de un rojo escarlata que hacía competencia con su cabello, y corrí de vuelta con mis compañeros, con el sabor de su champú en mis labios y la certeza de que, aunque el partido había terminado, lo más importante estaba a punto de comenzar.
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Editado: 23.10.2025