Gema
La celebración en casa de Hugo fue exactamente lo que necesitaba después de la tensión del partido: caótica, ruidosa y llena de pizza. Por primera vez en semanas, no me escondí en mi "guía de supervivencia para fiestas" que básicamente consistía en refugiarme junto a la comida, al empapelado de las paredes o la pecera. Me reí de los chistes malos de Steve, hasta conseguí que Jessica me sonriera sin sarcasmo, bailé una canción ridícula con Chloe en medio del salón. Era una normalidad falsa, pero necesaria como un respiro profundo antes de sumergirme de nuevo a la cruel realidad.
Cuando me fui a ir, Hugo insistió en acompañarme a casa. "Es tarde", dijo con una seriedad que no admitía discusión. No pude negarme. Subir a su coche fue un viaje en el tiempo. Sonreí, nostálgica, al reconocer el olor del aromatizante de manzana que siempre colgaba del espejo retrovisor y el desorden de CDs viejos en la guantera. Parecía que hacía siglos que no me subía. El trayecto fue en silencio, pero no incómodo. Solo... cargado.
Justo antes de bajarme, con una mano ya en la manija de la puerta, él habló.
-Oye, para celebrar que no te vas del país... ¿qué tal si vamos al cine mañana? Como... amigos -aclaró, rápidamente, mirando el volante. La palabra "amigos" resonó en el coche como un golpe sordo. Pero, ¿qué iba a decir? ¿Qué no?
-Claro -respondí, con una voz que esperaba sonara más convincente- Como amigos. Suena bien.
Esa noche casi no pude dormir. Mi mente era un bucle de "¿qué me pongo?" y "¿por qué acepté esto?". A la mañana siguiente, en un acto de desesperación que ni yo misma me creía, fui a un estilista. "Solo un poco de control para este desastre", le dije a la señora, que me miró con pena y asumió el desafío, salí con el cabello liso y sedoso, como si una versión ordenada y adulta de mí me hubiera poseído. Me puse unos jeans que me quedaban bien y un top que Chloe me había insistido en comprar. "No era para llamar su atención", me repetí, ignorando el hecho de que era totalmente consciente de cada detalle.
Cuando me vio en la entrada del cine, sus ojos se abrieron un poco. Misión cumplida, supongo.
-Te ves... diferente -fue lo único que atinó a decir y eso solo me quebró más -El pelo está más… calmado
-Es el champú nuevo -mentí, automáticamente, ya era un reflejo. La película que íbamos a ver era el clásico de “Titanic” y, como siempre, cuando Jack se hundió en el océano helado dejando a Rose con solo una tabla y un silbato, no pude evitarlo. Unas lagrimitas traicioneras se deslizaron por mis mejillas. Estaba tan concentrada en la tragedia de ficción que no noté que Hugo me estaba mirando a mí, no a la pantalla.
- ¿Estás llorando? -preguntó, con un tono suave y un poco divertido ¡No! ¡No otra vez! No podía ser la chica sentimental que llora con las películas cursis. No delante de él.
- ¡No! -me reí, nerviosa, secándome rápidamente los ojos- Es... la alergia al champú. Ya sabes, la de siempre. Me pica mucho -hubo un silencio, en la penumbra, vi cómo su sonrisa se desvanecía. Me miró seriamente, directamente a los ojos aun en la oscuridad.
-Gema... -su voz era tan baja que casi no la oí por encima de la música dramática- Ya no me creo esa mentira -sus palabras me golpearon en el estómago. No eran un reproche, eran una declaración. Un "te estoy viendo, y sé que estás mintiendo" y en ese "sé que estás mintiendo", yo solo pude escuchar "sé que te gustó el beso en la coronilla, y sé que esto es incómodo para ti, pobre amiga confundida". No podía soportar la posibilidad de que, en el siguiente segundo, me dijera algo como "tranquila, solo somos amigos, no tienes que ponerte nerviosa".
-Tengo que ir al baño -farfullé, levantándome tan rápido que derramé las palomitas.
Pero no giré hacia los baños. Corrí directamente hacia la salida, empujando la pesada puerta que daba al luminoso y ruidoso vestíbulo. El contraste fue abrumador. Seguí caminando, sin mirar atrás, salí a la calle y eché a andar. No podía enfrentarme a la verdad, fuera cual fuera. Era más fácil huir. De nuevo. Prefiero mil veces la incertidumbre de no saber lo que siente, que la certeza devastadora de oír que solo somos amigos. Al menos, en mi huida, podía fingir que aún había una posibilidad. Por pequeña e ilógica que fuera.
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Editado: 23.10.2025