El charco

El charco

El charco

El parque “Las rosas” se llamaba así por la enorme cantidad de rosas que poseía. Hoy es la época en la que empiezan a florecer, pero casi nadie podrá verlas debido a las cintas policiacas puestas en la puerta.

Una joven fue asesinada en ese parque hace unos días.

“Casi nadie” porque en el camino vacío se movía una chica de vistoso vestido amarillo. Si nombre era Isabela, pero todos le decían Isa. Ella cruzaba el parque porque era un atajo para llegar más rápido a casa, aunque eso no quería decir que no le maravillasen las rosas que crecían por todas partes. En los arbustos y el pasto.

Los árboles eran jóvenes y con unas copas muy frondosas, dónde alguien podía perderse sin problemas. Este sería un paseo normal (Isa había cruzado ese parque desde que tenía uso de razón), pero no podía evitar sentirse observada.

Varios ojos. Todos provenientes de los árboles.

En los troncos estaban pegados varios carteles con un rostro blanquecino, con dos agujeros negros como ojos, sin boca ni nariz. Era una máscara. Su dueño tenía los hombros anchos y vestía con una chompa negra.

El cartel decía: ¿Me has visto? Si es así, CORRE y, de paso, llama a la policía. Era un retrato robot del asesino que estuvo atormentando su barrio desde hace un mes, con tres víctimas en su haber y contando.

Los troncos de los árboles eran demasiado anchos, como para que alguien robusto pudiera esconderse sin problemas; y los árboles, tan frondosos, ideales para que alguien saltara y la sorprendiera.

Isa sintió algo húmedo en su pie. Había pasado un charco muy profundo, que se encontraba en medio del camino. El agua negra llegó hasta su pantorrilla, cuando Isa levantó su pie su calcetín estaba totalmente oscuro.

—Carajo — Isa miró hacia ambos lados. Temía que si madre la haya escuchado maldecir.

Miró hacia ambos lados menos hacia atrás. Unas manos negras se acercaban a ella con pasos discretos. El cazador no quería espantar a su presa. Isa estaba parada en un solo pie, echando toda el agua sucia de su zapato, sin preocuparse de otra cosa que no sea la posible inutilidad de su zapato.

Las manos tocaron la espalda de Isa.

El empujón la hizo perder el equilibrio, y el estar parada en un solo pie tampoco ayudó mucho, y caer dentro del charco. Todo su tan sorpresivo para Isa. El charco era más grande y profundo de lo que esperaba, casi todo su cuerpo cupo en el, dejando fuera sus rodillas y brazos.

Isa trató de levantarse, pero un pie se lo impidió y la hundió más dentro del charco. La dueña del pie lo retorció en la espalda de Isa como si estuviera parada en una alfombra que no dejaba de quejarse.

La dueña había pisado excremento de perro y necesitaba un lugar donde limpiarse. El juego duró por cinco largos minutos. Para Isa lo fueron mucho más porque tragó el equivalente a dos vasos medianos de agua sucia y mucha se ella se metió dentro de su nariz.

Isa escucho unos bostezos antes de que retiraran su pie de su espalda. La chica del vestido ya no rosado trató de levantarse, su cuerpo le dolía, en especial la espalda. Consiguió levantarse como si fuera una anciana de noventa años que se cayó de su silla de ruedas.

La otra chica tenía los brazos cruzados y no dejaba de sonreír. Este espectáculo le complacía demasiado. Isa de quitó el barro de los ojos para poder ver mejor.

Apenas vio de quién se trataba. Deseo tener el barro de regreso.

Carla. La abusiva más malvada de la escuela. Tenía un año más que Isa y compartían el mismo salón. El verdadero legado de Carla no se media en base a sus calificaciones, que eran muy pobres, sino al número de estudiantes y profesores a los que hizo llorar.

Isa tragó saliva. Había una leyenda relacionada con Carla que la hizo desear no estar sola con ella en un lugar vacío. Carla le rompió las piernas a un chico que le tocó las tetas. Primero lo empujó y luego le dio un pisotón tremendo en la tibia. La partió en dos.

El chico grito y lloró más fuerte que el día en el que nació.

—Fueron dos.

—¿Qué? — preguntó el chico entre lágrimas.

—Fueron dos tetas las que tocaste.

Carla no aclaró nada más y le rompió la otra pierna.

Carla no dejaba de sonreír. “Esa chica tiene que ir al dentista urgentemente”, pensó Isa. A Carla le faltaban dos dientes del lado superior de su boca.

—¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó Carla seriamente. Retiró un mechón de cabello de sus ojos —. ¿No sabes que aquí ocurrió un asesinato? — Carla le mostró una expresión satánica —. ¿Acaso quieres que ocurra otro?

Isa se mantuvo de pie con la espalda recta. Tenía tanto miedo, pero no quería que Carla lo supiera. A sus ojos, Carla era una criatura malvada que se alimentaba del miedo y las penas de los demás.

—¿Y tú qué estás haciendo aquí? — le pregunto con un evidente aire de firmeza.

—No es asunto tuyo — Carla llevaba una gruesa mochila en la espalda. Dicho esto, la conversación se acabó.

Isa vio su vestido. Este había quedado inservible, con manchas imposibles de lavar en todas partes.




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