El chico de arriba

1. El baldazo de agua

Mi mamá siempre me decía que era una persona muy curiosa y, 
como curiosa, algún día iba a encontrar algo muy malo. ¿Sabes 
aquella típica frase: «la curiosidad mató al gato»? Pues creía que 
fue hecha para mí. O mejor dicho, eso creía mi madre. 
Para mí era muy divertido mirar desde mi balcón a las personas en 
la calle, curiosear lo que pasaba allí. Mi habitación era pequeña, 
aunque suficiente para que cupieran mis cosas y muebles, pero el 
principal atractivo era el hermoso balcón donde podía ver lo que 
pasaba fuera del edificio donde vivía. No era exactamente un 
balcón, ya que tenía escaleras de emergencia en el lado adyacente 
de la pared, pero era suficiente para ver por la calle hacia la famosa 
esquina en donde siempre solían ocurrir cosas. Ya sean accidentes 
de bicicletas, personas cayéndose e incluso accidentes de autos, no 
muy fuertes, claro. Siempre había algo nuevo e interesante para ver. 
Vivir en la ciudad tenía sus ventajas, y más aún en la calle principal. 
Desde mi balcón se podían apreciar aquellas cosas gracias a la 
ubicación de éste. A pesar de estar en el tercer piso, no solo veía la 
calle sino también el extenso panorama, incluyendo algunos 
parques cerca de aquí. 
Lo nuevo del día de hoy en la calle era un camión de mudanza justo 
al lado de mi edificio. Sabía que el único apartamento libre era el 
que estaba por encima de nosotros, el cuarto piso, así que las 
personas que subían las cajas y demás cosas serían nuestros 
nuevos vecinos. En un edificio antiguo como este, y de pocas familias, todos sabían de todos. Mis padres me habían asegurado 
que ya habían conocido a la familia y estaban muy emocionados por 
su mudanza aquí. Según ellos, la pareja que se mudaba tenía tres 
adolescentes de aproximadamente mi edad. Ni siquiera los 
conocían aún y mis padres ya me habían insistido en entablar una 
amistad con ellos. Como si fuera tan fácil para alguien como yo, 
tímida, conocer nuevas personas. 
Faltaba una semana para que comenzaran las clases, planeaba 
quedarme en casa el tiempo que quedaba, leer buenos libros en el 
sillón de mi balcón mientras el sol del atardecer me bañaba y 
también salir con mi mejor amiga. 
Vi como dos señores de mediana edad, tirando para mayores, 
subían algunas cajas pequeñas e indicaban a unos hombres que 
subieran los muebles sin dañar alguna cosa. También estaban con 
ellos dos chicos jóvenes y una chica. Los tres ayudaban a sus 
padres cargando varias cajas cada uno. Me quedé espiando hasta 
que lograron subir todas sus cosas. Lo malo de este edificio antiguo 
era que no existía ascensor y tenías que usar las escaleras sí o sí, a 
menos que quisieras matarte volando por la ventana. Solo era 
posible para los vampiros, seres que obviamente no existían. Y si 
existieran, todos los días salía el sol y el calor era insoportable, por 
lo que no hubieran sobrevivido ni dos horas a este clima infernal. 
El sonido de alguien tocando la puerta de mi habitación antes de 
que esa persona la abriera me sacó de mi ensoñación. La única 
persona en esta casa con aquella manía era mi madre, quien nunca 
esperaba una respuesta mía para abrir la puerta y, ya que no me 
dejaba usar seguro, no tenía otra opción más que aguantarme sus 
repentinos asaltos. 
—El almuerzo ya está listo, cielo. 
Asentí. 
—Ya voy, mamá —respondí alejándome del balcón.

Había estado ahí por horas viendo cómo los vecinos de arriba 
llevaban sus cosas. Ya estaba cansada de acecharlos, había 
pasado toda la mañana leyendo y solo me distraje cuando observé 
el camión de mudanza estacionarse al lado. Cuando bajaron dos 
chicos de mi edad, mi atención se concentró en ellos y dejé de lado 
mi lectura. Ahora, luego de actuar como una acosadora, solo quería 
comer y seguir leyendo. Estas semanas de vacaciones las había 
pasado de vaga y no iba a ser para menos el día de hoy. 
Luego de almorzar con mis padres, entré de nuevo a mi habitación 
para leer un poco antes de dormir. Era una rutina que jamás rompía, 
ni siquiera cuando me moría de sueño y mucho menos cuando el 
libro era tan interesante —con una trama sobre ángeles caídos, 
arcángeles y una protagonista pelirroja exasperante—. Tomé mi libro 
de la cama y fui a mi balcón. Afuera había un pequeño sillón para 
que yo me echara si así lo deseaba y una maceta con mi planta 
favorita: buganvilia. Todas las flores moradas sobresalían de la 
maceta dándole un aspecto hermoso a mi pequeño pero acogedor 
balcón. 
Definitivamente este era mi lugar favorito en todo el apartamento. 
Me senté en el pequeño sillón, abrí el libro y retomé mi lectura. A los 
pocos minutos, sentí que algo caía en mi rostro, eran pequeñas 
gotas de agua. Maldecí en mi mente. Iba a llover. ¿En época de 
verano? Era normal, claro, pero había revisado el clima en mi celular 
y no había indicios de lluvia. Miré el cielo pero no había nubes 
negras, estaba despejado. 
Agudicé el oído cuando el sonido de una risa desde arriba me llegó. 
Eran voces masculinas y una femenina. Dejé mi libro sobre el brazo 
del pequeño sillón para mirar hacia arriba buscando la fuente de 
donde provenía el sonido. 
Un grito agudo luego de una risa chillona me sobresaltó. 
—¡Oye! —grité a quien fuera que estuviese ahí. Suponía que era 
uno de los chicos nuevos de arriba. No tenían derecho a fastidiar mi tranquilidad e irrumpir mi lectura con sus gritos inquietantes—. 
¡Quién seas, deja de molestar si no quieres que suba a avisarle a 
tus padres! 
Con esa mediocre amenaza, con mi voz nerviosa y titubeante, 
esperaba que funcionara. Me senté de nuevo en mi sillón y abrí de 
nuevo mi libro. Hacía mucho calor y aun así el vestido corto que 
estaba usando era demasiado para mí. Con una mano sostenía el 
libro y con la otra me daba aire, aunque era inútil, el calor seguía 
siendo insoportable a pesar del viento que me golpeaba el rostro. 
En un instante estaba leyendo y al siguiente el agua estaba cayendo 
sobre mí, me aparté rápido, lo suficiente para que no me mojara el 
cuerpo. Pero solté un grito al ver que mi libro no se había librado, 
estaba todo empapado, con la cubierta y todas las hojas mojadas. 
Rápidamente miré arriba, pero solo atiné a ver una mata de cabello 
marrón antes que esa persona corriera a esconderse. 
Maldita sea. 
Enojada, entré a mi habitación y fui al baño por una toalla para 
secarme el cabello, que fue lo único de mí que estaba 
completamente mojado, aunque algunos mechones se escurrían en 
mi vestido, mojándose también. Me dirigí donde mamá mientras me 
secaba el cabello que chorreaba por el suelo, mojándolo todo a su 
paso. Ella se encontraba en la cocina, al parecer preparando alguna 
tarta. La interrumpí, asustándola con la pinta que tenía. 
—Dios mío, Ruby. ¿Qué? ¿Tenías mucho calor? —preguntó mamá 
con una sonrisa divertida en el rostro. Al ver que no le devolvía la 
sonrisa se puso seria—. ¿Qué pasó, hija? 
Apreté mis manos en puños, arrugando la toalla. 
—El vecino de arriba me ha tirado agua —respondí con voz 
peligrosamente tranquila. Me estaba conteniendo demasiado y en 
cualquier momento explotaría.



#5289 en Novela romántica

En el texto hay: juvenil, amor, vecinos

Editado: 10.01.2024

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