Mi mamá siempre me decía que era una persona muy curiosa y,
como curiosa, algún día iba a encontrar algo muy malo. ¿Sabes
aquella típica frase: «la curiosidad mató al gato»? Pues creía que
fue hecha para mí. O mejor dicho, eso creía mi madre.
Para mí era muy divertido mirar desde mi balcón a las personas en
la calle, curiosear lo que pasaba allí. Mi habitación era pequeña,
aunque suficiente para que cupieran mis cosas y muebles, pero el
principal atractivo era el hermoso balcón donde podía ver lo que
pasaba fuera del edificio donde vivía. No era exactamente un
balcón, ya que tenía escaleras de emergencia en el lado adyacente
de la pared, pero era suficiente para ver por la calle hacia la famosa
esquina en donde siempre solían ocurrir cosas. Ya sean accidentes
de bicicletas, personas cayéndose e incluso accidentes de autos, no
muy fuertes, claro. Siempre había algo nuevo e interesante para ver.
Vivir en la ciudad tenía sus ventajas, y más aún en la calle principal.
Desde mi balcón se podían apreciar aquellas cosas gracias a la
ubicación de éste. A pesar de estar en el tercer piso, no solo veía la
calle sino también el extenso panorama, incluyendo algunos
parques cerca de aquí.
Lo nuevo del día de hoy en la calle era un camión de mudanza justo
al lado de mi edificio. Sabía que el único apartamento libre era el
que estaba por encima de nosotros, el cuarto piso, así que las
personas que subían las cajas y demás cosas serían nuestros
nuevos vecinos. En un edificio antiguo como este, y de pocas familias, todos sabían de todos. Mis padres me habían asegurado
que ya habían conocido a la familia y estaban muy emocionados por
su mudanza aquí. Según ellos, la pareja que se mudaba tenía tres
adolescentes de aproximadamente mi edad. Ni siquiera los
conocían aún y mis padres ya me habían insistido en entablar una
amistad con ellos. Como si fuera tan fácil para alguien como yo,
tímida, conocer nuevas personas.
Faltaba una semana para que comenzaran las clases, planeaba
quedarme en casa el tiempo que quedaba, leer buenos libros en el
sillón de mi balcón mientras el sol del atardecer me bañaba y
también salir con mi mejor amiga.
Vi como dos señores de mediana edad, tirando para mayores,
subían algunas cajas pequeñas e indicaban a unos hombres que
subieran los muebles sin dañar alguna cosa. También estaban con
ellos dos chicos jóvenes y una chica. Los tres ayudaban a sus
padres cargando varias cajas cada uno. Me quedé espiando hasta
que lograron subir todas sus cosas. Lo malo de este edificio antiguo
era que no existía ascensor y tenías que usar las escaleras sí o sí, a
menos que quisieras matarte volando por la ventana. Solo era
posible para los vampiros, seres que obviamente no existían. Y si
existieran, todos los días salía el sol y el calor era insoportable, por
lo que no hubieran sobrevivido ni dos horas a este clima infernal.
El sonido de alguien tocando la puerta de mi habitación antes de
que esa persona la abriera me sacó de mi ensoñación. La única
persona en esta casa con aquella manía era mi madre, quien nunca
esperaba una respuesta mía para abrir la puerta y, ya que no me
dejaba usar seguro, no tenía otra opción más que aguantarme sus
repentinos asaltos.
—El almuerzo ya está listo, cielo.
Asentí.
—Ya voy, mamá —respondí alejándome del balcón.
Había estado ahí por horas viendo cómo los vecinos de arriba
llevaban sus cosas. Ya estaba cansada de acecharlos, había
pasado toda la mañana leyendo y solo me distraje cuando observé
el camión de mudanza estacionarse al lado. Cuando bajaron dos
chicos de mi edad, mi atención se concentró en ellos y dejé de lado
mi lectura. Ahora, luego de actuar como una acosadora, solo quería
comer y seguir leyendo. Estas semanas de vacaciones las había
pasado de vaga y no iba a ser para menos el día de hoy.
Luego de almorzar con mis padres, entré de nuevo a mi habitación
para leer un poco antes de dormir. Era una rutina que jamás rompía,
ni siquiera cuando me moría de sueño y mucho menos cuando el
libro era tan interesante —con una trama sobre ángeles caídos,
arcángeles y una protagonista pelirroja exasperante—. Tomé mi libro
de la cama y fui a mi balcón. Afuera había un pequeño sillón para
que yo me echara si así lo deseaba y una maceta con mi planta
favorita: buganvilia. Todas las flores moradas sobresalían de la
maceta dándole un aspecto hermoso a mi pequeño pero acogedor
balcón.
Definitivamente este era mi lugar favorito en todo el apartamento.
Me senté en el pequeño sillón, abrí el libro y retomé mi lectura. A los
pocos minutos, sentí que algo caía en mi rostro, eran pequeñas
gotas de agua. Maldecí en mi mente. Iba a llover. ¿En época de
verano? Era normal, claro, pero había revisado el clima en mi celular
y no había indicios de lluvia. Miré el cielo pero no había nubes
negras, estaba despejado.
Agudicé el oído cuando el sonido de una risa desde arriba me llegó.
Eran voces masculinas y una femenina. Dejé mi libro sobre el brazo
del pequeño sillón para mirar hacia arriba buscando la fuente de
donde provenía el sonido.
Un grito agudo luego de una risa chillona me sobresaltó.
—¡Oye! —grité a quien fuera que estuviese ahí. Suponía que era
uno de los chicos nuevos de arriba. No tenían derecho a fastidiar mi tranquilidad e irrumpir mi lectura con sus gritos inquietantes—.
¡Quién seas, deja de molestar si no quieres que suba a avisarle a
tus padres!
Con esa mediocre amenaza, con mi voz nerviosa y titubeante,
esperaba que funcionara. Me senté de nuevo en mi sillón y abrí de
nuevo mi libro. Hacía mucho calor y aun así el vestido corto que
estaba usando era demasiado para mí. Con una mano sostenía el
libro y con la otra me daba aire, aunque era inútil, el calor seguía
siendo insoportable a pesar del viento que me golpeaba el rostro.
En un instante estaba leyendo y al siguiente el agua estaba cayendo
sobre mí, me aparté rápido, lo suficiente para que no me mojara el
cuerpo. Pero solté un grito al ver que mi libro no se había librado,
estaba todo empapado, con la cubierta y todas las hojas mojadas.
Rápidamente miré arriba, pero solo atiné a ver una mata de cabello
marrón antes que esa persona corriera a esconderse.
Maldita sea.
Enojada, entré a mi habitación y fui al baño por una toalla para
secarme el cabello, que fue lo único de mí que estaba
completamente mojado, aunque algunos mechones se escurrían en
mi vestido, mojándose también. Me dirigí donde mamá mientras me
secaba el cabello que chorreaba por el suelo, mojándolo todo a su
paso. Ella se encontraba en la cocina, al parecer preparando alguna
tarta. La interrumpí, asustándola con la pinta que tenía.
—Dios mío, Ruby. ¿Qué? ¿Tenías mucho calor? —preguntó mamá
con una sonrisa divertida en el rostro. Al ver que no le devolvía la
sonrisa se puso seria—. ¿Qué pasó, hija?
Apreté mis manos en puños, arrugando la toalla.
—El vecino de arriba me ha tirado agua —respondí con voz
peligrosamente tranquila. Me estaba conteniendo demasiado y en
cualquier momento explotaría.