El chico de la otra realidad

Capítulo XIX

Volví a apoyar mi frente al delgado cristal que me separaba de unos árboles altos y robustos cuando el doctor salió de mi habitación. Estaba nublado, hacía frío y como siempre, la intuición no me falló: Había comenzado a nevar.

Apenas hasta ayer me consideraba la persona más dichosa de la tierra. Lo sentía como si hubiese sido ayer, pero había sido hace ya muchos años. Que mi madre, mi padre, Allie y yo viajábamos en coche a todos los lugares que se nos antojaba cuando se acercaba la navidad, pero aquel diciembre de mi secuestro decidimos quedarnos en casa por los rumores de que se acercaba una de las nevadas más intensas en Minnesota en los últimos años, segundo error. El primero fue mi culpa, por no haber esperado a Allie.

Recuerdo que en uno de esos viajes mi madre volteó al asiento de atrás donde estábamos sentadas Allie y yo de brazos cruzados y con cara de enojadas porque no habíamos podido llevar a Taz con nosotros.

ㅡVamos, chicas, ¿por qué esas caras largas? Algún día, cuando sean mayores, estoy segura de que tendrán algo digno de ser contado. Algo como este viaje, algo grande y maravilloso, algo que querrán compartirlo con el resto del mundo ㅡdijo.

Mi padre sonreía en el retrovisor y me miraba como su pequeña princesa. La música era genial, Rock de los 80's, inspirada en el gusto musical de mi padre, pero Allie y yo simplemente no la estábamos disfrutando.

Vaya que estaba en lo cierto mi madre. Se le veía tan feliz cuando nos dijo esas palabras. Pero resultaba que ese "algo digno de ser contado" era la noticia que a estas horas ya había recorrido todo el país y no significaba nada, absolutamente nada maravilloso. La vida no es más que un recorrido abstracto lleno de caminos complicados.

Qué irónica es la vida. Ahora que sabía que mi vida podría ser finita en cualquier momento y que el tiempo estaba enumerando mis días, supe que mi debilidad había reconocido mi propia voz. En ese preciso momento, me encontraba impaciente por saber qué me esperaba a la vuelta de la esquina y de todas las esquinas futuras.

Deja ya de llorar, Cassie. No sacarás nada llorando de esta manera ㅡme repetía a mí misma. Me pareció gracioso que, con frecuencia, me daba excelentes consejos que casi nunca seguía.

Así es que tomé una decisión. Me puse un abrigo para el invierno y metí mi nuevo móvil en el bolsillo, por si Robin me necesitaba o yo necesitaba de ella y en un momento salí andando por el pasillo rumbo al jardín del psiquiátrico, iba a enfrentarme a mis monstruos. Iba a entrar al bosque que estaba detrás del jardín para recordar todo lo que había olvidado y seguir con mi vida de una vez por todas.

Quería encontrar a Lorent en el lugar donde lo había dejado el día anterior y seguir escuchando sus maravillas eternamente, deseando que la muerte no existiera. Sin embargo sentía un miedo desesperado de verlo. Temía que la noticia de mi ineficiente corazón se hubiese regado tan rápido como la noticia de mi reaparición. Pues hasta ese punto no había nadie más que él que conociera la única parte de mí que era real y no quería que eso cambiara.

Tenía demasiadas preguntas que hacerle. Quería saber qué pensaba sobre si seremos los mismos después de romper aquella cúpula de cristal negro y llegar a la luz tan brillante pero que no afecta a los ojos; si tendremos los mismos sentimientos y diversas reacciones a ellos; si había espacio para todos los muertos allá arriba; si seríamos capaces de amar y odiar como se hace en la tierra o si era posible que el odio no existiera pero el amor sí y también preguntarle que, si desde aquí podemos ver las estrellas, ¿qué podríamos ver desde aquella altura?

Estaba segura de que tendría respuestas para todo eso y más.

Las puertas de cristal se abrieron y la luz del atardecer tenía la necesidad de filtrarse entre los espacios abiertos que dejaba la distancia marcada entre los árboles. El camino de la luz recorría las ramas atiborradas de copos de nieve ligeros y las coloreaba de diversos tonos, casi parecía que los árboles estuvieran incendiados en lugar de nevados. El sol estaba apoyado sobre una nube de barbas blancas, muy cerca del horizonte.

Allie me había enseñado un método para calcular cuanto tiempo faltaba antes de una puesta de sol. Tenía que mantener mi mano con el brazo estirado a la altura de mis ojos, mis dedos debían estar paralelos y alineados entre la línea que dibujan las montañas del horizonte y la parte superior del sol. Cada dedo suma quince minutos. Ese método me sirvió mucho mientras estaba encerrada y lo usaba cuando veía el atardecer a través de mi pequeña ventana. Mi horizonte era el marco inferior.

A aquella luz de sol en el jardín sólo le quedaban unos treinta minutos y no había señales de Lorent, lo busqué en todas partes, pero sin atreverme a seguir adentrándome a lo más profundo del jardín, que se unía a un denso bosque de pinos rojos.

Estaba exhausta y adolorida y la oscuridad comenzó a reinar, como quien extiende una sábana de seda negra que cae lentamente sobre una superficie. Estaba lejos del edificio y mientras caminaba, mi cuerpo comenzó a descentrarse, se sentía como si los kilómetros nunca serían suficientes para silenciar la voz en mi cabeza.

Patética perra inútil.

Escuché un suspiro, luego otro y sellé mis ojos dándole la bienvenida a la oscuridad absoluta.

Escuché música clásica a la distancia, los sonidos iban in crescendo a medida que mi cuerpo experimentaba la rabia y la ira. Un furor se metía dentro de mis huesos y sentía ganas de explotar. Era una sensación que ya había experimentado antes y parecía peligrosa de lo profunda que era. Oí en torno a mí el susurro de las sombras, el rasgado de las ramas de los árboles que chocaban unas con otras.

ㅡDetente... ㅡadvirtió una voz a lo lejosㅡ ¡Para! ¡PARA, YA!

Una voz suave, femenina y masculina a la vez. Pudo ser perfectamente mi propia voz susurrándome al oído para intentar calmarme de la rabia, un monstruo que se había metido en mi piel, porque la que actuaba no era realmente yo. Me giré, pero sólo había noche, así que no sabía quién era el dueño de esa voz.




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