El chico de la otra realidad

Capítulo XXVI

Atravesé el bosque y luego el camino se hizo más fácil. Menos inclinado y más amplio, aunque también menos emocionante que cuando iba en sentido contrario con Lorent. Por supuesto me habría gustado volver al edificio en algo parecido al trineo para no tener que caminar. También hubiese querido volver acompañada de alguien a mi lado, pues mi cuerpo temblaba de frío y sentía un miedo que tuve que obligarme a controlar, sin embargo, creía que la mejor manera de volver era a solas.

Había jodido la velada a lo grande y Lorent no se merecía todo aquello. Tenía ganas de hacerlo, quería besarlo de nuevo y quedarme allí hasta ver el amanecer. Aparentemente mi mente no estaba preparada para ninguna de esas cosas.

Maldije un par de veces en el camino, estaba cansada, me dolían las piernas por la escalada, quería llegar a mi habitación para entrar en calor y me arrepentí por completo de haber asistido a la fiesta.

Habían pasado apenas dos horas desde que llegamos a la fiesta y habían ocurrido demasiadas cosas juntas en tan poco tiempo: El viaje en trineo que me hizo sentirme viva; enfrentarme a un grupo de personas de mi edad que movió sensaciones de ansiedad; escuchar sobre las lamentables muertes de compañeros del psiquiátrico y no saber si había sentido más tristeza que pánico; el beso perfecto con la persona indicada que me dió la fuerza que necesitaba y las imágenes reviviendo en mi cabeza que me hicieron sentir miserable.

Desgraciadamente supe que el beso que Lorent me había dado con tanta magia, no era mi primero. Tenía sobradas razones para alejarme de él, el mundo me había sacudido y devastado a la vez de la peor manera posible.

Con frecuencia me pasaba que olvidaba lo que significaba ser feliz, pero los pequeños actos de Lorent me lo recordaban. Sabía que en mis recuerdos estaba lo más desagradable que alguien jamás hubiese podido vivir y no podía parar de sollozar, quería tumbarme allí, pero debía continuar, divisando a través de los ojos empañados que enturbiaban mi visión.

Algunas imágenes se me cruzaban como las páginas de un álbum de fotos. Por ejemplo, como cuando mis pechos habían comenzado a crecer y un día descubrí a Erik mirándolos por encima de mi blusa. Era tan ingenua que ni siquiera tuve tiempo de analizar lo que pasaba, hasta que a medida que iba creciendo, lo iba comprendiendo todo.

El hecho de cumplir catorce años era maravilloso para cualquier niña, pero en mi caso fue todo lo contrario. No se celebró una fiesta con sorpresas y familia a mi alrededor, sino que estuve escondiéndole a Erik que había manchado mis bragas con algunas gotas de sangre y supo en el instante en que lo descubrió que me había convertido en "mujer". Su explicación sobre que ese era un proceso por el cual pasaban todas las niñas me hizo sentir como un asco de ser humano. Hasta llegué a pensar que mi cuerpo estaba mal, luego supe que quien estaba mal era él. No lo recordaba antes, pero ahora que lo hacía, simplemente me causaba náuseas.

Por un momento agradecí haber tenido diminutos recuerdos sobre él, incluso no recordaba lo malvado que había sido en múltiples ocasiones. Se me ocurrió que quizás el psiquiatra pensaría que yo había vivido como una reina en los últimos años, porque al fin y al cabo, no le había narrado nada tan aterrador como lo que acababa de vivir dentro de mí. Tampoco estaba dispuesta a contarlo. No me hacía gracia contarle a nadie sobre la primera vez que alguien me tocó, pero hay cosas que más vale no compartir, incluso los peores secretos tienen un lugar enterrado muy en el fondo de la tierra.

Observé el edificio del Fergus Falls a unos cuantos metros de distancia detrás de la neblina y me sentí aliviada de al fin haber llegado. El clima era muy traicionero y deseaba entrar apresuradamente, quitarme los zapatos y quizás olvidarme de todo por un rato. Apagué la linterna cuando ya no me hizo falta y la dejé detrás de unos arbustos. Justo cuando estaba a punto de tirar de la puerta que seguía apoyada en el extintor de incendios, escuché tres pasos sobre la nieve tan rápidos que ni siquiera me dió tiempo de girarme y alguien tapó mi boca desde atrás.

Tomé toda mi fuerza para girar sobre mi propio eje, zafándome de él. Era Aiden.

ㅡ ¡¿Te has vuelto loco?! ㅡle grité enfadada.

ㅡSi entras por esta puerta vas a crear un problema para todos. A esta hora el personal de seguridad está vigilando los pasillos, no sabes si hay alguien detrás de esa puerta.

Me alejé de la puerta de inmediato.

ㅡ ¿Qué haces aquí? ㅡpregunté con restos de molestia y secando las lágrimas que aún corrían sin cesar de mis ojosㅡ. Estabas con el grupo cuando todos salimos a bailar.

ㅡNo. En realidad, cuando todos se levantaron yo me fui a dar una vuelta. Es que... cada vez que hablan de Harry... siento un dolor en el pecho casi indescriptible. No quería estar allí y quise volver.

Me di cuenta de que él también había estado llorando y que quizá se había tomado más tiempo que yo en volver al edificio para tratar de desahogar su llanto. Suavicé mi actitud porque supe que todos en ese lugar habíamos pasado por cosas terribles, y debía sacarme de la cabeza que yo era la única con problemas.

Aiden trató de sacar una sonrisa detrás de su nariz roja y exhaló para calmarse un poco.

ㅡCreo que los dos tuvimos un mal día, ¿no es cierto? ㅡdijo con cierto desvanecimiento en su vozㅡ. Siento haberte asustado. Debemos movernos de aquí, alguien nos puede encontrar. Existe un aspecto negativo de salir de fiesta por las noches en este sitio, y es que no hay forma de volver a entrar al edificio hasta las seis de la mañana que es el siguiente cambio de turno del personal de seguridad.

Me decepcioné, en verdad quería volver a mi habitación. Por otro lado, no creía que iba a poder dormir aquella noche, así que decidí que tal vez sería buena idea pasar el rato.

ㅡ ¿Hay algún lugar donde podamos cubrirnos del frío? Soy un poco sensible a las bajas temperaturas.




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