El chico de la otra realidad

Capítulo XXXIV

Tuve que reprogramar mi cita con el psiquiatra esa tarde, pues era el momento de obtener respuestas, sabía que no iba a poder soportar un día más de secretos. En la sesión encontré todas las respuestas que necesitaba para terminar de armar cada una de las piezas que faltaban en el rompecabezas de mi vida. Fue la sesión más larga que el psiquiatra había tenido en años, según sus propias palabras y lamentaba todo lo que le había pasado a mi vida, aunque tenía la convicción de que todo iba a mejorar muy pronto.

Mi vida había cambiado después de aquella sesión con el Dr. Sanders, pues había descubierto cosas que no sabía, pero que siempre estuvieron dentro de mí y que nunca quise aceptar. Ahora todo tenía un antes y un después. El psiquiatra finalmente me dijo su nombre y allí fue que me di cuenta de que era el Phillip de quien tanto hablaba mi hermana en su libreta. Así que una de las cosas que hice durante la sesión fue agradecerle con el corazón todo lo que había hecho por ella para superar su depresión luego de mi desaparición y por mí, por haberme hecho leer su libreta. Haberlo hecho había sido algo bueno, después de todo, pues pude conocer sentimientos reales de Allie.

Cuando entré mi habitación, esperé que nadie me escuchara llorar, porque eso era lo que quería hacer durante lo que quedaba del día y así se me desvanecieron las horas hasta que oscureció.

La noche parecía estar a mi favor. Un particular silencio rondaba el lugar y era mi oportunidad para huir. Dudaba que hubiesen tomado acciones tan rápido en cuanto a la seguridad, pues el personal pasaría al menos un mes en descubrir todo lo que estaba en su contra. El contra más poderoso era que Charlie y Lorent tenían las llaves de todas las habitaciones y ahora mismo yo tenía la del núcleo de servicios del edificio.

A pesar de la tormenta de emociones, allí me encontraba yo, limpiando mi torrente de lágrimas y a punto de volver a romper las reglas para ver a Lorent. Esperé con paciencia a que todo estuviera en silencio, tenía que ser sigilosa e inteligente esta vez porque la seguridad estaría muy atenta a cualquier movimiento. Escaparme por la ventana no era una opción, así que no quedaba otra que atravesar los pasillos a oscuras.

A las siete en punto, los médicos de turno se aseguraron de ir de puerta en puerta para saber si todos estábamos en nuestras habitaciones, así que fingí estar cansada y hacerme la dormida.

Los pasillos quedaron en silencio, tomé algunas prendas de ropa y con ellas armé la figura de un cuerpo debajo de mis sábanas. Había quedado un poco desfigurado, para ser sincera, y los glúteos me parecían un poco exagerados comparados con mi cuerpo esquelético, pero no tenía el tiempo ni las ganas para perfeccionar mis dotes artísticos. Sólo quería ver a Lorent para que le cambiara el semblante a uno de los peores días de mi vida. Me puse un suéter de caperuza negra, pantalones negros y botas negras. Estaba lista para pasar desapercibida detrás de las sombras.

Atravesé el pasillo con éxito, solo que aún me quedaba llegar al ala B burlando unos cuantos puntos de control hasta llegar al núcleo de servicios. A lo lejos pude ver a un vigilante con su móvil en mano. Un vigilante que no estuviera cumpliendo con su trabajo era justo lo que necesitaba. 

Unos minutos después, me encontré frente a la puerta que me llevaría hasta su habitación y un cartel decía claramente que aquel acceso era únicamente para uso de empleados. Metí la llave que Lorent me había dado en el cerrojo y la giré una vez. La segunda vez pareció sonar más fuerte y presioné mis ojos esperando no escuchar la voz de algún vigilante detrás de mí pero, para mi suerte, eso no ocurrió.

La puerta se abrió e inmediatamente mi rostro se iluminó de incandescencia. Un recorrido de luces tenues se enredaba como serpientes danzantes en las escaleras y me guiaban el camino. Me pareció curioso que en lugar de guiarme hacia los pisos de abajo, donde se encontraba su habitación, me estaban guiando en sentido ascendente y no había dudas de que Lorent quería que lo encontrara en su lugar favorito, donde cada noche encantaba a las estrellas en un hechizo. 

Mi móvil vibró en mi bolsillo y solté un brinco. 

Disfrútala. Es tu última noche en el hospital, mañana comenzarás una nueva vida.

Yo los cubro.

Robin.

Era alucinante, mi rostro se alumbró en una enorme sonrisa, la primera del día, frente al mensaje de texto que acababa de leer. La nostalgia recorrió mis huesos, no sólo por todo lo que había pasado aquel día, sino porque ahora Robin sabía sobre el lugar secreto de Lorent, pero entendí que esa noche sería sólo nuestra. De nadie más.

Comencé a subir escalón por escalón, fascinada por las ganas que tenía de ver su rostro y que me dijera que todo estaría bien, que a pesar de todo lo malo, de nuestras diferentes vidas y de la tragedia que las unía, el universo nos iba a dar una oportunidad.  

Llegué al último piso, donde culminaba el camino de estrellas artificiales. Un papel en el suelo terminaba el recorrido. Lo tomé entre mis manos y lo abrí. Era un récipe médico, como el resto de las notas que me había dejado durante mi estadía en el hospital.

"Me pregunto si las estrellas se iluminan 

con el fin de que algún día 

cada uno pueda encontrar la suya"

El Principito - Antoine de Saint-Exupéry

PD.: Yo he encontrado la mía.

La puerta que llevaba al techo estaba entreabierta y cuando tiré de ella el chico alto y delgado me estaba esperando con un pequeño libro entre las manos. Era el ejemplar de El Principito  que llevaba conmigo esa mañana cuando lo encontré agonizando. 

ㅡCassie ㅡmencionó con sus labios aún secos y pálidos.

Me quedé helada por su belleza y por verlo hacer un esfuerzo por estar de pie.




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