El Chico De La Parada

Capítulo 3: El libro y el contacto visual

Miércoles. La parada. 7:15 de la mañana.

Ya no intentaba fingir que no esperaba a Daniel. La negación se había desmoronado el día anterior con ese ridículo sonido de ahogo. Ahora, me preparaba mentalmente para los tres minutos y treinta segundos de tensión compartida.

Esta vez, cuando llegó, había un cambio sutil.

Daniel no se detuvo en el poste, sino que se sentó en el extremo opuesto del banco, dejando un abismo de madera y metal entre nosotros. Era un alivio y, al mismo tiempo, una decepción. Lo hacía menos tenso, pero también me alejaba de la posibilidad, por mínima que fuera, de una interacción.

Sacó su cuaderno de espiral. Yo abrí Crónicas de la luna perdida. Y así comenzó nuestro duelo silencioso.

Intenté concentrarme en la historia, realmente lo intenté. Pero mi visión periférica era un imán. Constantemente registraba sus movimientos. La forma en que mordía la punta de su bolígrafo cuando pensaba. El leve golpeteo de su pie contra el pavimento, marcando un ritmo que solo él oía a través de sus audífonos.

Me obligué a leer dos páginas completas. Mi mente retuvo cero información.

Respiré hondo. Tenía que relajarme. El autobús no llegaría por cinco minutos. Me permitiría una sola mirada. Rápida. Como un espionaje furtivo.

Deslicé mis ojos hacia la derecha, bajo la pantalla de mi libro. Daniel estaba escribiendo con fluidez, su mano moviéndose en un ritmo constante.

Luego, se detuvo.

Y en lugar de seguir escribiendo, giró su cabeza. No me miró. Miró hacia mi regazo. Específicamente, hacia el lomo de mi libro.

El corazón me dio un vuelco. Me quedé inmóvil, paralizada, esperando.

Él se quitó uno de sus audífonos. La acción fue tan inesperada que mi cuerpo se tensó. ¿Iba a hablarme? ¿Ahora? Después de días de silencio sepulcral, ¿iba a iniciar la conversación por un libro?

Me aclaré la garganta, sintiendo mi voz completamente oxidada. Lo miré con mis ojos grandes y expectantes.

Daniel me sostuvo la mirada. No era la mirada fugaz e incómoda del día anterior, sino una fija, silenciosa. Su expresión era neutra, pero había algo en sus ojos que se parecía a una pregunta.

Y entonces, su voz. Grave, baja, casi inaudible.

—Buena elección —murmuró, señalando con la barbilla hacia mi libro.

La voz era la misma que recordaba: tranquila, como el murmullo de un río. Pero el impacto que tuvo en mí fue sísmico.

—¿Qué? —pregunté, tontamente.

Daniel pareció avergonzarse un poco de haber roto el silencio. Su mirada cayó brevemente al pavimento antes de regresar a la mía.

Crónicas de la luna perdida —repitió, un poco más claro—. Es mi favorito de la saga. El mundo es muy… complejo.

Mis palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, un revoltijo de admiración, nerviosismo y pánico. Él me estaba hablando de literatura. ¡El tema que yo mejor manejaba! Y aun así, me sentía como si estuviera a punto de reprobar un examen oral.

—Sí… sí, lo es —logré balbucear. Lo normal habría sido preguntar si le gustaba el personaje principal o qué pensaba del giro de la trama. Pero mi cerebro estaba apagado.

Hubo otro silencio. No tan incómodo como los anteriores, sino más bien como una pausa necesaria, un respiro.

Daniel se puso el audífono de nuevo. Suavemente. Lo que era un claro indicador de que la conversación había terminado, que ya había gastado toda su cuota social para el día.

Regresó a su cuaderno. Yo regresé a mi libro, aunque ahora tenía una sensación de euforia que me hacía sonreír tontamente. Me había hablado. Había roto la burbuja.

Justo en ese momento, el autobús 203 llegó, con su acostumbrado estruendo.

Nos pusimos de pie. Los tres metros se redujeron a centímetros mientras nos dirigíamos a la puerta. Yo subí primero. Daniel, detrás de mí.

Y esta vez, cuando me senté en mi asiento junto a la ventana, no se quedó parado cerca de la puerta trasera. Daniel se movió.

Se sentó.

Tres asientos más atrás que yo. Lo suficientemente cerca para ser notable, lo suficientemente lejos para seguir siendo seguro. Y aunque no hablamos ni nos miramos durante el resto del trayecto, yo podía sentir su presencia, firme y cálida, justo detrás de mí.

El corazón me dolía de tanto latir. Mañana no sería solo una rutina. Sería una expectativa. Y eso, me di cuenta, era el inicio de algo muy peligroso para una chica tan tímida como yo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.