El Chico De La Parada

Capítulo 7: La Propuesta

Martes. La parada. 7:15 am.

Ya no había necesidad de fingir. La galleta de mantequilla había sido nuestro puente, un silencioso tratado de amistad. Hoy, la distancia entre nosotros se sintió diferente, ya no era una barrera, sino un espacio lleno de potencial.

Daniel llegó a su hora, sin sus audífonos puestos. Llevaba el uniforme, y en lugar de su cuaderno, tenía un libro en la mano. Se acercó a mí sin dudar, rompiendo la regla no escrita de los tres metros.

—Buenos días —dijo, su voz tan tranquila como siempre.

—Buenos días —respondí, sintiendo una cómoda calidez en lugar del pánico.

Me fijé en el libro que sostenía: La estructura del vacío. El mismo ensayo filosófico que yo había estado "releyendo" el día anterior.

—Lo traje —dijo, mostrando el libro con una sonrisa—. Me quedé pensando en lo que dijiste sobre la ‘densidad’ de la lectura para un lunes.

—¿Lo vas a releer ahora? —pregunté, sintiéndome halagada de que mis palabras lo hubieran animado a retomar el libro.

—No. Lo traje por el capítulo cinco. El que habla del concepto de la nada. Creo que la autora arquitecta de tu otro libro se inspiró ahí para crear sus vacíos.

La facilidad con la que unía mis dos lecturas me hizo sonreír. Parecía que nuestros intereses se entrelazaban sin esfuerzo, si tan solo nos dábamos el permiso de hablar.

—Tienes razón —admití, sintiendo que mi timidez se retiraba un poco, reemplazada por la fascinación—. Siempre me he preguntado si esas pausas en la trama eran realmente un vacío o un espacio para la posibilidad.

Daniel se sentó a mi lado en el banco, el codo rozando mi brazo. El contacto físico fue tan sutil que no resultó abrumador, sino natural, como si ese fuera siempre el lugar que le correspondía.

—Espacio para la posibilidad —repitió, mirándome—. Me gusta eso. Siempre estoy pensando en el 'por qué' de las cosas, y a veces, la posibilidad es la respuesta más interesante.

Hablamos durante los siguientes minutos, no de cosas triviales, sino del peso de las palabras, de la necesidad del silencio en la vida, y de cómo el vacío era a menudo más ruidoso que el lleno. Para mí, eran los minutos más profundos y significativos que había tenido con alguien de mi edad en mucho tiempo.

Justo cuando estaba a punto de preguntarle si en su cuaderno solo dibujaba sistemas o también... posibilidades, el autobús 203 irrumpió en la parada.

Nos pusimos de pie. La corta charla había pasado volando.

Subimos juntos al autobús, y Daniel no dudó en sentarse a mi lado. Estábamos hombro con hombro, las mochilas tocándose.

Cuando el autobús se puso en marcha, el silencio se instaló de nuevo, pero era un silencio compartido y cómodo.

Yo miraba por la ventana, viendo el paisaje pasar. Daniel miraba el lomo del libro en su regazo.

—Sabes, me gustaría hablar más de esto —dijo Daniel, su voz cerca de mi oído, lo que me hizo estremecer ligeramente.

—A mí también —respondí, girando la cabeza lo suficiente para mirarlo.

Hizo una pausa, y por un momento, la timidez regresó a su rostro. Sus ojos castaños buscaron los míos, como pidiendo permiso.

—Hay una cafetería cerca del Mercado Viejo —dijo, la mención de mi parada habitual era un punto crucial—. Se llama El Rincón Cálido. Podríamos… ¿Podríamos ir a tomar algo un día de estos? Y hablar de los vacíos y las posibilidades.

La pregunta me tomó por sorpresa, pero mi respuesta fue automática. No tuve que ensayarla, ni que luchar contra mi timidez.

—Me encantaría —dije, sintiendo que una sonrisa grande se extendía por mi rostro—. ¿El fin de semana?

—El sábado —respondió, su propia sonrisa se hizo más firme.

Y en ese instante, mi parada habitual, el Mercado Viejo, se anunció.

Me levanté, sintiéndome increíblemente ligera.

—Hasta mañana, Daniel.

—Hasta mañana, Clara —dijo.

Me bajé del autobús y caminé con un paso totalmente diferente. Ya no llevaba el peso de un secreto o la ansiedad del reencuentro. Llevaba una cita. Lenta, tímida, y nacida en una parada de autobús a las 7:18 de la mañana, pero una cita al fin.

El chico de la parada y yo íbamos a cambiar el cemento por el café. Y no podía esperar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.