El chico de la Ventana

¿Insignificante?

Hoy sin duda había sido un día lleno de novedades, nunca había maldecido tanto en mi vida, nunca había tenido que inventar tantas excusas y por supuesto nunca había estado tan nerviosa por enfrentarme a alguien.

Entramos al salón, él primero yo solo lo seguía como perrito faldero, sentía como mis mejillas ardían de la vergüenza pero pude levantar la cabeza para mirarlo, ya estaba harta de acachar la cabeza, era hora de levantarla.

—Sé que es más que obvio que me reconoces—dije sosteniéndole la mirada y sin tartamudear continúe —yo fui la estúpida de la ventana del frente a quien se le enredo la blusa a un clavo y mostro más de lo que debía mostrar—solté sin dejar de respirar.

—Alexa, mira yo solo…que… quería disculparme—dijo casi en un susurro y bajando la mirada—Dios ¡yo lo estaba intimidando!, a este chico guapo, varonil, yo lo estaba intimidando, no lo podía creer… me sentí poderosa en ese momento, era la primera vez que intimidaba a una persona, siempre era yo la intimidada, me erguí más todavía y sosteniendo aún más la mirada continúe;

—No tiene por qué disculparse—no lo iba a tutear, eso era demasiada confianza y solo que me haya visto medio desnuda no se la da—solo estaba usted en el momento y lugar equivocado, solo fue un accidente—dije con las manos cruzadas para mostrar seriedad.

—Me podrías tutear—dijo—al decirme ‘usted’ me haces sentir viejo.

—No—respondí secamente—ahora no pretenda “usted” que ahora seamos amigos, solo seremos vecinos y compañeros de clase, nada más.

—Entonces si estas molesta por lo que paso—dijo con voz firme— porque si no lo estuvieras no te comportarías así conmigo por algo tan insignificante.

—¿Insignificante?—esta era la gota que rebasó el vaso— puede que yo haya dicho que era fue un accidente, que no debía disculparse, pero yo nunca dije que no fuera importante, porque se vio involucrado mi pudor y mi vergüenza, porque MOSTRÉ y usted solo admiro el espectáculo.

—Como “usted” ya dijo—se acercó más, debía ser raro ver a dos jóvenes llamándose “usted”— yo solo estaba en el momento y lugar equivocado— ¡Diablos! CASTIGADA POR MI PROPIA LENGUA – Sonrió sarcásticamente, lo que me dio más rabia todavía

Estaba inmóvil de indignación, pero que cínico resulto ser el muchachito. Había pasado como un minuto en que no decíamos nada, mirándonos frente a frente. Lo empecé a reparar, era algo predecible ya que lo tenía bastante cerca, su boca era linda, sus labios carnosos y rojizos, apuesto que sería bueno besando, un momento… como llegué a ese pensamiento ¡ya basta Pretelt!, ¡concéntrate! Y deja de mirar su boca, y sus ojos también, mejor dicho todo.

—Mira, —dijo espirando profundamente y rompiendo el silencio— ¿solo podemos olvidar esto?

—Supongo—replique fríamente.

Él quería seguir hablando, lo pude notar porque sus labios perfectamente delineados se abrieron ligeramente y llegaron a musitar algo pero no lo entendí, sonó el timbre para regresar a clases y me separe inmediatamente de él, llegue a mi puesto y me senté.

Poco el salón de clases se fue llenando de estudiantes ansiosos a causa de que faltaba poco para que se pudieran liberar de esta prisión que llaman escuela. Como era de esperarse una de las últimas horas de clases eran las de la señorita Morgan… ¡diablos!... (No. No se puede decir esa palabra en clase de religión, pero estoy furiosa) no quería leer mi ensayo de 4 páginas estaba muy molesta y no me expresaría de la mejor manera, por suerte Liz se ofreció a leer el suyo y entre opiniones diversas sobre una mujer de la época a. c terminó la hora de religión.

De algo estaba segura, mis curiosas amigas querrían saber que hablamos simón y yo, les contaría todo, bueno, casi todo, solo omitiría la parte en que el me vio medio desnuda, hirió mi orgullo y pisoteo mi dignidad (si, así me sentí) solo les contaría que era mi vecino y que me estaba preguntando direcciones. La primera en empezar el interrogatorio fue Susana:

— ¿De qué hablaron Simón y tú?—pregunto integrada.

—Es que él es mi vecino y me estaba preguntando direcciones—encogí los hombros para darle un toque de menos importancia a lo que estaba diciendo—

— ¿Es tu vecino?—grito Liz asombrada.

—Sí, yo no lo sabía—miento—él fue el que me dijo porque me vio saliendo esta mañana de mi casa que queda al lado de la suya— ¡vaya! Pero que bien sonó eso, yo misma estoy asombrada de mi facilidad para mentir.

Liz era muy ingenua y nunca advertía la malicia en las personas, y mucho menos a las que ella consideraba sus amigas, Bárbara solo escuchaba sin cuestionar, pero Susana, esa si no era fácil de engañar, se requerían años de prácticas y mis resientes métodos de mentir no tenía menos de 24 horas de adquiridas.

— ¿Tú no lo sabías? –Pregunto— ¡pero el sí! ¿Cómo?

—No lo sé—trago saliva, ¡Porque tiene que ser tan curiosa, mujer!—como ya te dije creo que fue cuando me vio salir de mi casa que queda al lado de la suya con el uniforme y me distinguió—señorita Pretelt se merece un perfecto 10 por mentir tan bien—.

—Ajá — respondió Susana un poco dudosa.

Al llegar a casa lo primero que hice fue poner una cortina oscura en la ventana, no me agradaba pero ese era el precio que tenía que pagar por no verle la cara, era una ventana con una vista envidiable y prácticamente le rogué a mi mama para que me la dejara conservar, cuando compramos la casa me advirtió que esa ventana la iba a quitar debido a que era muy grande y cualquiera podía entrar a la casa por esa ventana con facilidad así que le dije, no, le rogué que me la dejara, pero puso unas condiciones, la primera fue que le comprara puertas para que la cerrara en las noches cuando me fuera a acostar y la segunda es que nunca la dejarla abierta si no estuviera presente, pero nunca le quise poner cortinas, porque le quitaba toda la gracia y hermosura que representaba, hasta el día de hoy, y todo por mi estúpido y fisgón vecino.




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