El chico de la Ventana

Cavernícola

Nos sentamos en mi convertible un rato, le conté absolutamente todo sobre nuestro viaje a Cartagena y la razón de las crisis de Bárbara.

—No puedo creer lo que me estás contando.

—Barby estuvo internada en el hospital por un mes debido al golpe en la cabeza, yo solo tuve unas cuantas contusiones en el cuello, fue horrible. Gracias a Dios el pervertido ese se declaró culpable y Bárbara no tuvo que declarar.

Me quedó un rato en silencio, Simón apretó mi mano mostrándome fuerza

—Luego de un año, el pervertido escapó-Susurre recordando ese horrible momento -No sé como pero dio con nuestra escuela e intento colarse, afortunadamente la seguridad lo detuvo justo a tiempo, fueron momentos angustiantes, Barby tuve una crisis nerviosa y tuvimos que cambiarnos de escuela.

—Y ella ¿ Como está?

—La veo más fuerte, más decidida, por un lado eso me tranquiliza pero tengo miedo que en el futuro las crisis se vuelvan recurrentes.

—¿ Y tú como estas?

—Había reprimidos esos recuerdos, pero ahora están muy fresco.

—¿ Que puedo hacer?—pregunto cautelosamente.

—Quedamos así un rato mas, por favor- Comenté.

■■■

Cuatro semanas más tarde todo parecía normal, Bárbara estaba mejor y no había vuelto a tener otra crisis y mi relación con Simón era… de amistad, como siempre. Nos habíamos convertido en grandes amigos, sip, escucharon bien, AMIGOS; éramos tutores el uno del otro, comíamos juntos y todos los viernes sin falta él me tocaba el piano y yo me dormía en su cama, éramos inseparables y, maldición no les voy a mentir, era una ¡total tortura china! Las bromas, los besos en la frente, los abrazos inesperados, todo eso en vez de confirmarme su amistad me estaba matando, lenta y dolorosamente. Éramos tan distintos pero de pronto encontrábamos algo en común y lo volvíamos nuestro, de nosotros, de nadie más, como esa vez que descubrimos un puesto de pasteles cerca de la escuela, era el único lugar en donde encontrabas toda clase de pasteles que te podías imaginar, teníamos cita todos los jueves para probar cada pastel de la tienda y decir cuál era nuestro favorito, hasta ahora el mío era uno de 3 leches o tal vez esa vez que descubrimos que nos gustaba las películas de rápidos y furiosos. A mitad de la noche cuando no podía dormir, lo llamaba y siempre me respondía… ¿Qué voy hacer con estos sentimientos? ¿Seré solo yo? Solo tenía certeza de una cosa, esto me estaba consumiendo por dentro.

Me encontraba sentada en la cafetería de la escuela, escribiendo estos tormentosos pensamientos en una libreta a rayas que compré en un impulso. Sé que debo verme patética escribiendo mis pensamientos en este cuaderno como si fuera mi diario personal pero no tenía otra opción, era la única manera que encontraba para desahogarme.

— ¿Grises?—levante mi cabeza para encontrar al protagonista de mi historia sonriendo de oreja a oreja, llevando una gloriosa bandeja llena de comida saludable.

—Ten, come—me dijo poniendo la bandeja encima de mis apuntes—tuve que seducir a la vieja Bertha para que me diera fruta fresca, así que más te vale que comas.

Sonreí.

—vaya al fin tu cara bonita sirve para algo—respondí

Arqueo una ceja y pregunto presuntuoso— ¿cara bonita?

—Sabes, he pensado detenidamente- cambió de tema con el fin de distraerlo—Y no me gusta del todo mi apodo

—¿Cómo te atreves?—Exclama indignado.

Yo sonrío.

Las chicas trajeron sus respectivos almuerzos y sonrieron complacientes al ver mi gran bandeja de comida como todos los días, si, simón siempre me traía el almuerzo. Normalmente ahora que lo pienso el siempre traía algo para que yo comiera entre horas, manzanas, peras, sándwiches.

¿Por qué no comes? ¿Qué estas escribiendo? —pregunto simón alargando el cuello hacia mis apuntes, inmediatamente lo cerré de golpe—Nada—respondí.

Me dispuse a comer cuando me di cuenta de que a mi plato le falta algo esencial

— ¿Dónde está el ponqué de arándano?—pregunte con fingida molestia

—Lo cambie por uno de 3 leches—respondió poniendo el pequeño postre en mi bandeja.

Inmediatamente mi espalda se puso recta y Levante la vista.

— ¿Qué quieres?—increpé levantando una ceja

Si, sépanlo ahora, simón cuando quería algo siempre me sobornaba con postres, conocía mi debilidad y siempre acertaba con los que más me gustaba: tres leches, Napoleón, encarcelados.

Llevo su mano hasta su pecho y con gesto de indignación dijo:

—Me ofendes, grises—sostuve la mirada y enarque mi otra de ceja de tipo “no voy a ceder”, rápidamente Dejó caer sus hombros y con gesto de derrota me miró y entonces caí en cuenta, puso sus manos sobre la mesa, ladeó un poco la cabeza… Oh no...Por favor que no lo haga, por favor que no lo haga y… ahí estaba, esa medio sonrisa saca babas.

Sé fuerte Pretelt no lo mires, no lo mires, ignóralo, finge que no lo ves. Estaba aprendiendo una técnica para no babear y dejar de sentir taquicardia cada vez que miraba a simón; consistía en concentrarme en cualquier objeto que estuviese más allá de él, como por ejemplo ahora esa ventana, me concentraba en ella a tal punto de que Simón se veía borroso.

—Grises—y allí acababa toda concentración — práctica de vóleibol—dijo despacio

—NO—espeté incrédula—olvídalo, la última vez que fui casi una de tus rubias me rompe la cabeza con uno de esos pompones—mostré la cabeza para darle un efecto más dramático— y no creo que fuera un accidente.

—No son mis rubias—alego

—Lo que sea—dije ignorándolo—prefiero mil veces ver dragón Ball z que ir a una de tus prácticas—además no se para que me quería en sus practicar, lo único que hacía era sudar, sudar y verse increíblemente sexy.

Su mandibular cayó y me perforo con la mirada.

—Hey—me apunto con un dedo—no te metas con dragón Ball z, Goku fue un gran guerrero saiyajin que lucho por defender la tierra —dijo Simón divertido pero tratando de verse serio




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