El chico de la Ventana

De 25 a 100%

Dicen que, cuando estás a punto de morir, tu vida entera pasa ante tus ojos.

Dicen que ves tus mejores momentos, esos que dejaron huella sin que siquiera te dieras cuenta, que ves a cada una de las personas que conociste: las buenas, las malas y las que nunca debiste haber cruzado en tu camino.

Dicen también que recordarás instantes tan cotidianos que, en su momento, no te parecieron importantes. Que tu mente se llenará de recuerdos de tu infancia, de las primeras cosas que hiciste, probaste o temiste; que revivirás tu primera caída, tu primera risa y tu primera lágrima. Dicen que, en medio de la agonía, sentirás un dolor punzante al pensar en tu familia, en no volver a verlos, y que cada pelea pasada te parecerá absurda.

Pero, de alguna manera, ese no es mi caso.

Porque ¡a la mierda voy a morir por la bala desviada de un maldito pervertido!
Y, en contra de todo lo que dicen, lo único que pasó por mi mente antes de perder el conocimiento fue que debí dejar que Susana rematara al bastardo.

****

Estaba en un estado de inconsciencia, en una bruma caótica donde mi cuerpo no me pertenecía.

Intenté abrir los ojos, pero no pude. Era como nadar en un océano oscuro, demasiado profundo, donde por más que luchara, no lograba alcanzar la superficie.

¿Estoy muerta?
¿Así se siente la muerte?
¿Confusión?

—Está estable —escuché a lo lejos, como si alguien hablara desde el fondo de un túnel.

—Afortunadamente, el disparo no causó daño severo. Entró limpiamente, sin tocar ningún órgano.

No estoy muerta, entonces.

Pero mi cuerpo seguía sin responder. Todavía sentía que nadaba sin llegar a la orilla.

—¿Cuándo despertará, doctor? —preguntó una voz desesperada… mi madre.

—Cuando se sienta lo suficientemente fuerte —respondió el médico con calma.

¿Por qué me siento tan cansada?
De repente, sentí que me hundía de nuevo.

Alguien sostenía mi mano.

—Simón, creo que deberías ir a casa. Mañana es tu cirugía —dijo Susana, o tal vez Liz.

—No me importa —respondió él, firme, con la voz cargada de angustia—. ¿Por qué no despierta? Han pasado dos días.

¿Dos días? ¡Dios! He estado inconsciente dos días.

—No lo sé… Supongo que aún no se siente lo suficientemente fuerte —susurró Susana, con la voz quebrada—. Debí matar al bastardo cuando tuve la oportunidad. Si lo hubiera hecho, ella no estaría en esta cama.

Alguien lloró y salió de la habitación.

—¿Viste lo que hiciste? —recriminó Liz—. Ya hablamos de eso, Susana. Sabes que a Bárbara no le gusta que toquemos ese tema. Simón, deberías irte. Nosotras tres podemos quedarnos.

—No quiero irme —replicó él, su voz tan rota que dolía escucharla—. La última vez que hablamos le dije cosas horrendas. Si no despierta… entonces ya no tengo por qué seguir.

Apretó mi mano y la besó.

¡No! Simón, estoy aquí. ¡Te siento! No te rindas. Estoy luchando. Estoy tan cerca de la superficie… Solo espera por mí.

—Basta —masculló Susana—. No hables estupideces. Ella va a despertar y tú tendrás tu cirugía mañana. Ella es fuerte, y tú también lo eres. No puedes rendirte sin pelear. Piensa en Alex: hasta se disfrazó de pescador y peló camarones para tu operación. No la decepciones… —Su voz se estranguló al final, y supe que lloraba.

Susana, siempre tan fuerte. Estaba bien llorar, Susana. Estaba bien.

—Solo… solo… —tartamudeó Simón—. ¿Puedo tener cinco minutos a solas con ella? Por favor. Prometo que me iré después.

—Por supuesto —respondió Liz con suavidad.

Escuché el movimiento de los cuerpos, la puerta cerrándose. Nos quedamos solos.

Simón no habló de inmediato. Se limitó a mirarme, lo sentí. Pasaron minutos hasta que su voz quebró el silencio.

—Grises… —empezó—. Sé que puedes oírme. Porque eres demasiado obstinada como para dejarte vencer.

Sonreí por dentro. Me conocía bien.

—Desde el momento en que te vi, mi vida cambió. Nunca pensé que esa chica con una mano tan pesada para el vóleibol terminaría siendo alguien tan… importante para mí. ¿Recuerdas? —río suavemente—. ¿Recuerdas aquella vez que cantaste la canción de Dragon Ball Z? Parecía tan irreal… Y no era cierto eso de que cantabas horrible, solo lo dije para molestarte.

Su voz se quebró.

—Recuerdo mirarte y pensar: Dios, estoy totalmente loco por ella. Y, Grises, me aterré. Darme cuenta de que te amaba me asustó tanto que solo pensé en hacer cualquier cosa para verte feliz… aunque eso significara alejarme. Me arrepiento de haber sido tan cobarde, de no haberte amado desde el principio como te lo merecías.

Unas gotas calientes cayeron en mi mano. Estaba llorando.

—Siento que nos faltan tantas cosas por vivir… demasiadas. Si no sobrevivo a la cirugía… —vaciló—. Mi único arrepentimiento será no haberte llevado al norte, no haberte hecho bailar bajo la lluvia, todas esas cosas cursis que siempre quisiste hacer conmigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.