Aldora
Miro la puerta del negocio por última vez antes de volver andando a la casa, abroche bien mi sudadera gris demostrando que somos de la zona de media clase antes de subirme al bus que me dejara en la zona donde todas de "Mi clase se quedan."
Ya las calles perdieron su color, las luces solo funcionan por funcionar, la alegría murió desde el último atentado contra nuestro pueblo. Actualmente, no hay niños jugando en las calles como hace años, cada quien se cuida el mismo y mirar a tu prójimo es un delito que se paga duro, así que solo somos como robo automático fuera de nuestros hogares sin perder el mecanismo de "Buenos días" "Buenas tardes o Buenas noche", solo por educación y más nada.
Cuando bajo en mi zona agarro fuerte mi bolso de manos antes de caminar hasta el final de la calle donde se encuentra nuestra casa, vivo con mis abuelos y mi hermana gemela Alida, no sé por qué mi difunta madre nos puso nombre de diosas griegas si lo que nos cuentas nuestra abuela que ella amaba igual que ella a las estrellas. Pero son cosas que ella jamás no dice por qué según ella, ese nombre no lo escogió su madre sino su único y verdadero amigo que volverá poco de un viaje muy largo.
Y eso es lo más loco y raro que la he escuchado decir, porque personas extranjeras no puede entrar en nuestro pueblo porque está prohibido desde la última guerra que nos provocó fallas innumerables de muertos por todos lados.
Paso mi mano en el detector de huellas familiar antes que la puerta se abra automáticamente y me dé paso a la pequeña casa que está decorada de un color distinto por dentro. La casa por fuera están decoradas de un solo color blanco como todas de esta zona, pero, en cambio, la de mis abuelos tienen muchos colores que la hacen ver viva.
Me dejo caer en el gran sillón marrón antes de dejar ver a mi otra mitad, llegar con un corte de pelo nuevo, las dos somos dos gotas de agua idéntica, pelo castaño claro, ojos grises y piel blanca, cosa que lo único que sacamos de nuestra madre fue sus ojos porque el pelo fue de un señor desconocido sin rostro y nombre que no nos importa saber.
-Feliz cumpleaños hermanita.-dijo Alida antes de lanzarme una pequeña cajita de regalo y pasar por mi lado con su corte de cabello por los hombros de color rubio paco.
-Igual Alida.-pongo el regalo a mi lado antes de ver a mi abuelo que sale de la cocina con el periódico electrónico en la mano.
-Princesa, llegaste temprano.-dijo antes de sentarse a mi lado y darme un beso en la frente.
-Sí, cerré el negocio temprano porque el Alcalde mando un comunicado a todos los negocios que iba a ver toque de queda hoy.
Desde que mis abuelos se jubilaron del negocio, fui la única que se hizo cargo del negocio mientras estudio a la vez, en cambio, mi hermana era como la oveja negra de la familia que no hacía caso.
-Me lo imaginaba, cada día ese hombre está más loco.
-¿Y abuela?-pregunte después de un rato que no la vi, ella siempre estaba con mi abuelo para arriba y para abajo como dos chicles que no pueden quitarse.
Él se encogió de hombros antes de cambiar de página del periódico.
-Dijo que tenía que visitar al amigo de Estrellita que hoy llegaba de viaje, desde esta mañana no dejaba de parlotear y hacer comida como loca.
Qué raro, ella sabía que no podíamos salir de la zona porque las entradas están selladas.
-Pero, ¿está aquí cerca o tuvo que salir de la zona?
-No sé princesa, desde hace años dejé de preguntar y cuestionar a tu abuela en todo lo que hacía... cuando comenzaron a cerrar las entradas y la mejor comida estaba en las zonas prohibidas, esa mujer llegaba cargada y sin ningún rasguño solo para alimentarlas a ustedes.
Bueno, eso era verdad, a veces nosotros teníamos las mejores comidas que los de aquí y ella llegaba como si nada, como si la fuera comprado en el mercado del centro.
Resople cansada antes de subir a mi habitación a darme un baño y después bajar.
Había pasado más de cinco horas y abuela no llegaba, ni siquiera el rastreador que tenemos todos decía nada. Mire el techo de la cocina antes de dejarme caer en la pequeña mesa junto a mi hermana y abuelo frente la pequeña tarta que decía Feliz cumpleaños Princesas y tenía un número dieciocho en el centro.
-Aldora soplemos ya las velas que estoy un poco apurada.-insistió mi hermana mientras que yo miraba la puerta de la entrada todavía esperando que ella entrara.
-No será que le paso algo... es que hoy hay toque de queda y ya son más de las diez.-mire a mi abuelo angustiada porque ella no aparecía y solo hacía que me preocupara más.
Mi abuelo colocó la pequeña cámara digital en la mesa antes de mirarme y ver la hora en el reloj que estaba en la puerta.
-Esa debe de llegar ahorita, jamás se perdería uno de sus cumpleaños.- mi abuelo Leo se sentó a mi lado y señalo las velas antes de mirar a mi hermana con el ceño fruncido.- ¿Y tú por qué tanto apuro? Te crees que porque hoy cumpla dieciocho puedes hacer lo que quieres.
-Ay, abuelo ya no comience, sí. -Alida miro su teléfono por última vez antes de darse por vencida y mirar la pequeña tarta también.
-¿Quieren que le cuente la historia que su abuela le contaba a su madre todas las noches antes de dormir?-hablo mi abuelo después de un rato de silencio donde el único sonido era las llegadas de los mensajes de mi hermana.
Mi hermana y yo levantamos la cabeza de inmediato, porque siempre nos gustaba que nos contaran cosas de nuestra madre y más lo que a ella le gustaba y enamoraba.
-¡Sí, por favor!-las dos nos pusimos en cada lado de mi abuelo contenta porque teníamos tiempo que no escuchábamos algo de ella.
-Bueno, pero esto queda entre nosotros tres porque abuela no le gustaba mucho contar esta historia después que murió Estrellita.-nos dio un beso a cada quien en la frente y se acomodó bien antes de aclararse la garganta para hablar.- Cuenta la leyenda que cada veinticinco años...