El Chico de las Flores

Segunda Entrada

Mi hermana no quiso decirme qué es lo que decía esa nota, cada vez que le preguntaba se reía burlándose de mí y negaba con la cabeza dándome a entender que no me iba a responder.

Sabía que con ella no iba a tener resultados. Ahora era bastante obstinada pero desde que le di las flores adquirió ese estilo infantil que tuvo desde siempre pero que cuando se separó de su pareja lo perdió completamente, o al menos eso creía.

Sólo me quedaba preguntarle a quién lo escribió...

Debía ir con el chico de las flores.

Ya era lunes, tuve que esperar todo el fin de semana porque la florería no abría esos días.
Me escapé en la hora de almuerzo para espiar al chico de la florería, de seguro oculta algo y debía saberlo antes de entrar en su territorio.

Nunca esperé lo que sucedió después.

Miré por una ventana para espiarlo, pero no lo encontré. Decidí pasar para ver si estaba dentro o en algún lugar escondido. Fue en ese momento en el que empecé a escuchar gemidos detrás del mostrador.

—Ah, que delicia —decía de repente la voz de un chico.

—Mmm, quiero más —decía de nuevo la misma voz.

Yo simplemente me quedé pensando en las posibles posiciones que estaría haciendo mi chico de las flores. Estoy seguro de que si mi rostro tuviera colores, estaría de un color rojo en esos momentos.

Y el que leía estos escritos también lo estaba.

Me acerqué al mostrador y tuve que ponerme de puntitas para lograr ver detrás de este. No podía creer lo que veía, fue tanta la impresión que llevé mi mano a mi frente golpeándome fuertemente y el tap que produjo eco en el lugar fue el que hizo que mis ojos hicieran contacto con el chico pelirrojo.

Ese día utilizaba un suéter grande naranjo y unas calzas negras. Su cabello pelirrojo estaba alborotado y su homosexualidad se notaba a kilómetros cuando me miraba de esa forma. El chico estaba sentado, apoyando la espalda en el mostrador y con las piernas cruzadas. Tenía una cuchara en la boca y un suspiro limeño en una mano; miraba hacia arriba con curiosidad, con los ojos brillantes y sus mejillas con un leve sonrojo.

«Tiene un orgasmo comiendo» Fue lo primero que pensé al momento de verlo de tal forma.

—Oh, el señor de la otra vez —dijo balbuceando por culpa de la cuchara que aún estaba en su boca— ¿Qué lo trae por aquí? —esta vez se le entendió lo que decía porque se dignó a sacarse la cuchara.

—No soy señor, me llamo Alexander —dije un poco molesto. Nunca me agradó que los adultos me digan señor, me hacía sentir un anciano al lado de ellos.

—Oliver —se levantó del suelo y dejó su suspiro limeño con la cuchara encima de él sobre en el mostrador, para después extenderme la mano-, es un placer.

Apreté su mano en señal de amistad pero al momento de tocarnos sentí una leve descarga eléctrica, por lo que alejé mi mano inmediatamente, dejando al chico desconcertado.

—Bueno, vine para que me dijeras qué fue lo que escribiste en la nota —dije desviando la mirada.

—¿Nota? —su voz sonaba desconcertada pero después la misma risa murmurada que había escuchado el día anterior se hacía presente— Ah, te refieres a esa nota. Ya se lo dije, solamente dice el verdadero significado del ramo.

—¿Y ese es...? —dije en un ademán. El chico podría ser lindo pero era un idiota.

—Oh, claro —se quedó mirando el techo mientras hablaba—. El Junquillo Oloroso es como si estuviera diciendo: "Deseo que vuelva el afecto". Y la Zinnia quiere decir: "Recuerdo de los amigos ausentes". Y el color amarillo se refiere a la amistad, amor platónico o agonizante; así que lo encontré perfecto para su chica. ¿Cómo se llamaba? —bajó la vista para clavarla en mí— Emily, ¿no es cierto?

—¿Mi chica? —me quedé unos segundos pensativo tratando de comprender las intenciones de sus palabras— ¿Emily, mi chica? —me eché a reir— Ella es mi hermana, no mi chica. Mejor has bien tu trabajo antes de sacar malas conclusiones —le di un pequeño golpe en su frente, dejándolo desconcertado.

—Entonces, ¿Estás soltero? —me preguntó mientras que con su mano se tocaba la frente, probablemente por el “golpe” que le había dado.

—Eso no importa —evité la pregunta. No quería quedar como un solterón—. Bueno, la hora del almuerzo ya casi termina. Adiós —me dirigí a la puerta y cuando la abrí él me grito. Mala costumbre suya, supongo.




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