El Chico de las Flores

Cuarta Entrada

Sábado, 31 de enero.

Vaya, por dónde empezar.

Supongo que por el principio; me levanté a las siete de la mañana, como siempre pareciera que tengo un reloj en mi sistema que no me deja disfrutar mi estancia fuera del trabajo.
Recordé la cita con Oliver y miré mi armario. Sólo tenía ternos para ir al trabajo y un buzo malgastado para estar cómodo los fines de semana.

Me puse el buzo. No pretendía bañarme, eso lo haría después de comprarme ropa nueva para mi salida de la tarde.
Me dirigí a la cocina y puse a tostar dos panes en la tostadora mientras me preparaba un café. Cuando le di el primer sorbo los panes saltaron tratando de decir que ya estaban listos. Les coloqué mantequilla y llevé uno a mi boca mientras que con una mano tomaba el café y con la otra el otro pan.

Me dirigí a la mesa y prendí la televisión, moví la rosa de Oliver porque obstruía mi vista. Me cercioré de sólo tocar el florero para no quitarle el color rojo a la rosa, aunque hoy su tono había cambiado a rosa.

«Otro incendio se produjo esta mañana en Villa primaveral. Al parecer los incendios sólo se producen en pueblos pequeños que anteriormente se habían negado a modernizarse por órdenes del gobierno. ¿Será este un atentado por los supe...? —la reportera miró con miedo hacia la pantalla. Hasta que después tragó saliva para seguir dando su información, pero esta vez no miró a la pantalla dando sus propias conclusiones, sino que leyó un papel que le fue entregado sin siquiera levantar la mirada—-. Es decir, los extraños incendios fueron producidos por la falta de modernización, ¿Cómo puede un simple campesino apagar un incendio con una simple pala? Es mejor cambiar a lo nuevo para estarse protegido. Al final, si te niegas a la modernización serás destruido —volvió a mirar la pantalla con un semblante serio y con ojos de preocupación—. Buenos días. Les habló Eleonora Vitae. Sigan con su programación normal»

La pantalla se volvió gris con distorsiones. Típico, la programación normal era nada, un ciudadano no podía ver programas de televisión porque eso te hacía tener sentimientos y la gente con colores no es apta para sobrevivir en un mundo modernizado.
Apagué el televisor y terminé de desayunar. Revisé mi reloj y eran las siete y media, el comercio abría a las nueve así que sería mejor caminar para hacer tiempo.
Pasé por la florería, aunque fuera el camino más largo sentía curiosidad por mi chico de las flores. Sé que probablemente él esté durmiendo en su casa en estos momentos, pero aun así con sólo ver sus flores guardadas en el interior y verlas brillar tan fuertemente al igual que sus emociones, es todo lo que necesito para ser feliz.
Me dirigí a la florería, eran alrededor de las ocho un cuarto cuando pasé por fuera de ella.

Me sorprendió ver a Oliver parado ahí fuera. Su cabello estaba brillando como nunca pero a diferencia de otras veces sus ropas eran de colores opacos y cafés. Me acerqué a él, después de todo tenía que preguntarle dónde nos íbamos a encontrar en doce horas.
Cuando me acerqué noté que estaba jugando con sus manos y que con la mochila que llevaba se veía menor de lo que era. Era como ver a un niño pequeño que espera a que su mamá lo venga a recoger al colegio, pero que por algún inconveniente se atrasó unos minutos y ahora el pequeño tiene una guerra con el mismo en si irse o esperarla. Ya que ella podría llegar en cualquier momento o simplemente se había olvidado de él.

—¿Qué haces por aquí? —me acerqué a preguntarle.

—Esperaba por ti —levantó su mirada con el ceño fruncido—. Como ayer te fuiste tan molesto pensé que no vendrías.

—Claro que voy a venir. A las ocho en punto estaré donde quieras. Oh, eso mismo tenía que preguntarte. ¿Dónde nos vamos a juntar?

Lo miré esperando una respuesta, pero él simplemente frunció el ceño.

—¿Es en serio? —levantó sus manos hasta la altura de su cara para agitarlas— Era aquí a las ocho. Llegas quince minutos tarde.

—Espera —lo miré sonriendo de lado por el gracioso malentendido que acabamos de tener—, ¿De verdad creíste que íbamos a salir a las ocho de la mañana? Je, ¿Qué haríamos tan temprano? A estas horas nada está abierto y yo pensaba llevarte a un restaurante para interrogarte, pero si quieres hacerlo en una cafetería mientras desayunamos no tengo problema.

Sus ojos se cristalizaron de la misma forma que había visto antes, no sabía si estaba triste o molesto, o tal vez ambas. De cualquier forma tenía que arreglarlo.




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