El Chico de las Flores

Octava Entrada

Viernes, 03 de febrero.

Fui a hablar con Oliver sobre el encuentro con el hombre blanco, o mejor dicho, el vistazo que tuve sobre ese fantasma de las calles.

Nuestro encuentro tampoco fue como lo esperaba. Al momento de entrar en la florería todo fue normal, un saludo y una sonrisa por parte del menor pero al momento de contarle mi anécdota...

«Tuve que verme bastante alterado»

¡Se puso como loco!, me sujetó de los hombros haciendo presión en estos y me besó... -No, mentira-. Me miró con el ceño fruncido y comenzó el interrogatorio. “¿Hace cuánto los viste?, ¿estás bien?, ¿Te hicieron algo?, ¿Dónde fue?, ¿Te siguieron?, ¿Les preocuparon tus colores?, ¿Alguno llevaba un sombrero de copa?”

Eran palabras sin sentido que me lanzaba, por lo que lo único que logré decirle fue un simple pero adecuado “Cálmate, te lo contaré todo”, lo tomé del brazo para cordialmente invitarlo a sentarse sobre el mostrador –aunque parezca inadecuado para la florería-, cuando ambos estuvimos sentados sobre ese gran mesón que estaba húmedo y con restos de hojas y ramas, comenzamos a conversar.

—No pasó nada del otro mundo, simplemente iba caminando hasta la oficina cuando unas cuadras antes comencé a notar pasos bastante cerca, y eso es extraño ya que la mayoría de los ciudadanos me ignoran. No pude voltearme porque podría resultar extraño y todavía el único dato que tenía era que alguien caminaba por la vereda, así que seguí caminando como si nada pasara. Cuando por fin llegué al edificio y me decidí a entrar, pude ver por el reflejo del cristal que los que me seguían no eran grises o coloridos, eran blancos. No podría equivocarme, sin imperfecciones, ninguna mancha. Solo un gran abrigo blanco que cubría todo su cuerpo y por su puesto su rostro que al mismo tiempo era hermoso y extraño.

—Sí, definitivamente son ellos —Oliver no me miraba, tenía su vista dirigida hacia el suelo, aunque estaba seguro de que lo que miraba estaba más allá de mi aún desactualizada mente, también apretaba con fuerza sus manos en el borde del mesón—. Creo que no fue buena idea darte colores. Lo siento, pero tendrás que volver a ser un gris.

En ese momento mi mundo, el que estaba tan feliz de que estuviera creciendo poco a poco, se desmoronó. Me iba a quitar los colores, los colores que ahora eran parte de mi vida y que aunque lo odiara al principio, solo lo tomara como una enfermedad y que ahora mis compañeros de trabajo me discriminen por eso, aun así los quería y aunque a veces fuera doloroso, prefería tener emociones antes que seguir en el mundo gris en el que antes estaba atrapado.

—Mañana debo ir al prado, me toca cocinar así que te espero el domingo. Te espero a las trece horas en la entrada de la florería. No llegues tarde —a pesar de la seriedad del asunto y del miedo que me provocaba, me guiñó el ojo. Realmente tenía una confusión de pensamientos y sentimientos—. Y a las ocho de la tarde se le dice veinte horas. Así no hay mal entendidos —Sonrió y realmente no supe si estar aterrado o enamorado.




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