El chico equivocado

Comenzaré desde que era una muchachita...

... menuda y torpe de dieciséis años. Caminaba segura, a pesar de que mis pechos no eran tan grandes como los de otras chicas, ni mis caderas tan prominentes como quería. Todos decían que mi cuerpo se seguiría desarrollando y creciendo hasta los veinte, pero yo sabía que me quedaría estancada en el metro cincuenta y cinco de por vida.

Hacía un frío de los mil demonios cuando Eveline me llamó aquella noche de marzo. La temperatura descendió tanto que se rumoreaba que podía llegar a nevar, ¡en Cuesta Verde! Recuerdo ese momento a la perfección porque acababa de ver a la chica sexy del pronóstico, de quien todos los adolescentes estaban colados, anunciarlo en el noticiero de la tarde.

El teléfono sonó y subí corriendo las escaleras con los pantalones arremangados y la voz de Anabelle gritándome que me calzara los pies si no quería agarrarme un resfriado. Al entrar a mi habitación fui recibida por una ráfaga de viento que me puso la piel de gallina. Tomé el teléfono de mi escritorio y me dirigí a la cama, cerrando la ventana de un manotazo al pasar. Me lancé sobre los mullidos almohadones, enredándome con el cable de mi teléfono decorado con pegatinas y me cubrí con la frazada hasta el mentón. Volví a marcar el número que sabía que había estado llamando y aguardé.

Hola enana —me saludó aquella rubia dicharachera, sonando decaída.

Fruncí el ceño. Los años de amistad me habían provisto de un sexto sentido capaz de identificar hasta el mínimo cambio de humor en Eveline.

—¿Qué pasa? ¿Está todo bien? —pregunté, palpando el terreno. Hubo una pausa y me convencí todavía más de que no tenía intención de ponerme al día con algún chisme jugoso, como los que Eveline solía recolectar.

, solo estoy cansada. No sabes lo espantosa que fue la clase de hoy —me contestó, soltando un suspiro.

—Creí que estabas emocionada por aprender a tocar el piano.

Pff, no imaginé que ahora tendría que pasar tres tardes a la semana con una señora que parece salida de algún régimen militar de pianistas. Mamá está muy insistente con eso y acabamos de pelear.

Las "peleas" de Eveline con su mamá solían ser intensas. No solo porque fueran una marabunta de gritos y dramáticas actuaciones manipuladoras por parte de la progenitora, sino porque además de que Eveline no soltaba una sola palabra en contestación, los días posteriores su estado de ánimo cambiaba considerablemente, generando un drástico apagón en su personalidad chispeante. Era una relación complicada y hasta donde me parecía, no muy sana. ¿Pero qué podía saber yo? Mi madre había fallecido varios años atrás.

Eveline continuó un rato más rezongando sobre sus clases de piano y luego me habló sobre algunos inconvenientes que tenía con su nuevo auto, el cual había adquirido en su pasado cumpleaños tras estar todo el verano haciéndole berrinche a su padre para obtenerlo. El señor Genove, tan condescendiente como lo había sido siempre con su única y adorada hija, luego de considerarlo positivo para su bienestar, buscó una forma de hacer espacio en su apretado itinerario semanal para pagarle clases de manejo y con la advertencia de que eso no interfiriera en sus otras actividades, se lo regaló.

Continuamos hablando de todo un poco, especialmente del instituto y los compañeros que nos habían tocado ese año. Era la primera vez que no estábamos en el mismo salón y todavía no nos acostumbrábamos. Yo permanecí en el mismo en el que estaba desde el primer año, pero Eveline no corrió con la misma suerte.

Confieso que fue difícil adaptarme a estar sola, no porque no pudiera crear vínculos con los demás, de hecho no tardé en encontrar compañera de banco. Pero seguía siendo extraño, no era lo mismo estar seis horas consecutivas con mi mejor amiga que vernos un par de minutos en los recreos, ¡ni siquiera teníamos el mismo turno del almuerzo! Claro que para ella fue más llevadero, resultó que la pusieron con otros amigos que tenía de los clubes.

Eveline no paraba de contarme a cada oportunidad lo que hacía con ellos, así como las bromas que Charlie planeaba para los profesores y las burlas hacia los chicos nuevos. También recalcaba todo el rato lo genial que iba a ser ese año. A mi también me habría parecido genial si tuviera a todos mis amigos en el mismo salón, ¿quién no estaría feliz con eso?

—¿Estás nerviosa por los primeros exámenes?

—No, ya pude entablar relación con todos los nuevos profesores. Incluso la profesora Ceci, que dicen que es la peor, me enteré que hace yoga en el establecimiento junto al club a iremos un día de estos para encontrarnos de casualidad —me contaba Eveline sobre uno de sus laboriosos y típicos planes para sacar buenas notas, el cual era tener de tu lado a los docentes. Con su apellido no era tan difícil.

—¿Cómo lo averiguaste? Es muy cerrada con su vida personal. —Yo también la tenía ese año y era con las que más me costaba conversar.

—Oh, Michelle se enteró por su madre —farfulló, sin querer entrar en detalles.

—Ah, mira tú.

Michelle Saavedra era una gran amiga de Eveline, y una gran ex amiga mía. Ambas compartían la pequeña y para nada significativa característica de pertenecer a una de las familias más adineradas de Cuesta Verde y ahora estaban rebosando de alegría porque se habían encontrado en el mismo salón.

No seguí preguntando. Lo que hiciera Michelle me interesaba menos que ir a trapear el piso.

Eveline me siguió contando sobre lo que hizo en la hora libre que tuvieron, se interrumpió para comentarme lo poco que favorecía a Carmen el corte de cabello nuevo que se había hecho ese verano y finalmente le dedicó unos veinte minutos al reglamento del instituto que prohibía ciertas vestimentas. Entre el parloteo que soltaba sin siquiera hacer una pausa para respirar, o darme lugar a responder, mientras contaba una broma aparentemente muy divertida de Charlie, un nombre en especial atrajo mi atención.




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