El chico invisible

Capítulo 8

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La biblioteca estaba silenciosa. Había pocos alumnos merodeando por la instalación, cosa que agradecí. Suspirando, empecé a clasificar las hojas que estaban dispersas por la mesa donde estaba sentada, cuando noté que alguien se sentaba a mi lado. Curiosa, miré hacia el intruso que se había acomodado a mi lado y una sonrisa apareció en mi rostro al ver a Izan, que me miraba con interrogación. Solo habían pasado dos días desde que me invitó a la fiesta, dos días en los que le dije que era la reencarnación de la Virgen María. En sus ojos pude ver que quería preguntarme mil cosas y, aunque no fuera el momento, no iba a dudar en soltar las dudas que asaltaban su cabeza.

—¿Nada?—preguntó colocándose a mi lado. Enseguida supe de qué se trataba; no necesitaba contexto para entender que estaba preguntando por lo que le dije en el mensaje.

—Nada—volví a mirar mis hojas y sentí cómo Izan me cogía de la mano para que le mirase.

—¿Nada de nada? ¿Ni un pico? ¿Ni siquiera un...?—le corté, estaba alzando la voz y las personas a nuestro alrededor nos miraban curiosas.

—Nada de nada—me reí por lo bajo.

La mirada de Izan era un show; tuve que ponerme las manos en la boca para no reírme. Parecía que en esos momentos había matado a alguien. Comprendía el impacto que causaba decir eso, y más a mi edad, pero no era algo que me había afectado en mi vida. La verdad es que nunca me había parado a pensar en eso.

—Alice, ¿en serio que no has probado los placeres de la vida?—no pude contenerme más; una carcajada salió de mi boca, haciendo que todas las personas alrededor me lanzaran miradas, obligándome a callar de inmediato.

Miré los apuntes que tenía en la mesa. Izan suspiró y sacó los suyos. Estuvimos un buen rato en silencio, estudiando, ajenos a las demás personas, pero de repente, un estruendo hizo que me girara de manera brusca.

Vi a una chica sonrojada y apurada. Libros se habían caído de la estantería y un chico esbozaba una sonrisa que no me gustó. Sin dudarlo, me levanté de la mesa y, con paso decidido, fui hacia la pareja. Noté cómo la ira se estaba apoderando de mí. ¿Por qué? Muy sencillo: el chico estaba tirando los libros y casi provoca que uno impactara contra la chica. Rápida lo esquivó, y en ese momento apreté los puños; no soportaba a los abusones, era algo que siempre me había disgustado. Ya estaba cerca de ellos. Vi al chico; era alto, quizás casi dos metros, con pelo de color azulado, y los tatuajes asomaban por sus brazos. Pequeñas perforaciones decoraban su rostro y, la verdad, era bastante guapo. Era musculoso, pero no en exceso, y tenía unos hermosos ojos miel, pero claro, al ver su actitud lo veía horrendo; me daban ganas de darle un puñetazo en la cara.

—¿Hay algún problema?—mascullé mirando a los dos. La chica se apresuró a negar con la cabeza y, de golpe, me percaté de que se trataba de la chica con la que James había tenido relaciones en el baño. No me di cuenta en ese momento, pero la chica era preciosa. Sus ojos verdes eran grandes y estaban decorados con largas pestañas de ensueño. Su cabello negro le llegaba por encima de los hombros. Era delgada. Sus labios tenían forma de corazón, pero sus ojos, de nuevo, me llamaron la atención; vi el terror en ellos.

—No pasa nada, solo nos estamos divirtiendo, ¿a que sí, Alexa?—preguntó con una sonrisa que no me dio buena espina.

—S-sí—masculló por lo bajo, recogiendo los libros que el chico había tirado.

—¿Te crees que soy tonta? ¡Has sido tú el que ha tirado los libros, lo he visto! Así que...—me acerqué a la chica, le cogí suavemente del brazo, la levanté y le lancé una mirada llena de asco al chico—: Lo recoges tú—dije con decisión.

—Preciosa, creo que no te conviene enfadarme.

—Precioso, no me vengas con esas típicas frases de chico duro que quiere intimidar, porque déjame contarte algo... a mí no me funciona—dije con una sonrisa ácida.

Él se aproximó hacia mí de manera amenazadora. Rápida, coloqué a la chica detrás de mí. Crucé mis brazos, le miré de manera desafiante y me encaré a él. Vi la sorpresa en sus ojos miel. Alzó una ceja y una sonrisa extraña se formó en su rostro.

—Me gustas, chica; tienes agallas—confesó.

Incrédula, perpleja, le miré con una mueca de asco. La risa del chico resonó por la sala, haciendo que todos los que estaban allí le lanzaran gestos que indicaban que se mantuviera callado.

—Pues tú a mí no me gustas, chico—dije con la cabeza en alto.

Mi madre siempre me había dicho que debía defender a las personas indefensas, que debía ayudar a aquellos que necesitaban una mano. Yo me había quedado con esa elección. En mi instituto era considerada como la “justiciera” porque era la chica que intervenía cuando alguien intentaba acosar a otra persona; siempre saltaba en su defensa. No me gustaba que las otras personas trataran de ese modo a los demás. Mi educación siempre había consistido en que nadie era mejor que nadie, que debíamos ayudarnos los unos a los otros y que todo lo hiciéramos con el corazón. Así me había educado mi madre y con eso había crecido toda mi vida. Y no pensaba cambiar mi forma de ser, nunca.

—Tienes coraje, eso hace atractivo a una chica—iba a decir algo cuando alguien interrumpió.

Enseguida mis ojos divisaron a Izan, que miraba al chico con una sonrisa que tenía el nombre de: “problemas” y la verdad no sabía cómo iba a acabar esto.




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