Marcos fue al colegio como cualquier otro día. Subió las escaleras del edificio, entró en clase, y se dirigió para sentarse en su habitual pupitre. Las conversaciones de sus compañeros retumbaban en sus oídos a la vez que captaba alguna que otra burla sobre su presencia. Marcos los ignoró y se sentó en la última fila al lado de la ventana. Siendo tan buen alumno, agradecía que sus profesores no le pusieran ninguna pega sobre sentarse tan alejado de la pizarra. Al menos en ese pupitre podía escapar de la vista de sus compañeros.
Cuando sonó el timbre, la directora entró junto a la profesora de inglés y se hizo el silencio. Como la directora solo solía pasarse por su clase para reñirles, no era de extrañar que se creyeran que se habían vuelto a meter en problemas.
Para la sorpresa de todo el mundo, había venido por razones totalmente distintas.
—Buenos días, alumnos de tercero... B, ¿verdad?
El despiste provocó más de una pequeña risita en la sala.
—Tercero B, sí —confirmó la profesora.
—A partir de hoy se unirá un nuevo compañero a vuestro grupo —dijo mientras hacía un gesto para que entrara.
Los ojos de Marcos se posaron con curiosidad en la puerta. Un chico medianamente alto entró para situarse justo al lado de la directora.
—Os presento a Matías.
—Encantado —saludó educadamente.
Marcos empezó a notar como sus mejillas se sonrojaban. Matías tenía el pelo corto de color castaño y ondulado. Su rostro, libre de acné a diferencia de la mayoría de los chicos de su edad, le hacía favorecer los rasgos de su rostro, ya de por sí bastante atractivos. Su ropa, aceptable sin llegar a ser formal, le hacía parecer un chico educado y responsable. No obstante, Marcos sabía muy bien que podía estar equivocando, pues muchas veces las apariencias engañaban.
—Matías, ¿por qué no vas a sentarte al lado de Marcos?
Marcos se removió en su silla nada más oír tal propuesta. No había caído en que el único sitio libre que quedaba era el de al lado de su pupitre.
Matías asintió y se dirigió hasta el final de la clase. Cuchicheos empezaron a escucharse, haciendo que Marcos se tensara.
—Hola —le saludó Matías con una sonrisa.
—Hola —repitió Marcos intentando no sonar muy nervioso.
El chico se quitó la mochila y se sentó. Marcos aguantó todas las miradas de sus compañeros hasta que la profesora intervino.
—Vale, ya está bien —dijo aplaudiendo dos veces—. Es hora de empezar la clase.
Marcos suspiró aliviado al no verse más observado.
Cuando la profesora empezó sus explicaciones, Matías se acercó a Marcos y en voz baja le dijo:
—Mis libros no llegan hasta la semana que viene. ¿Te importa si los veo contigo mientras tanto?
Marcos miró a Matías y asintió tímidamente. Matías sonrió en respuesta, y Marcos puso su libro de texto entre los dos pupitres para compartirlo.
—Gracias —susurró el chico nuevo.
Las clases transcurrieron con normalidad, hasta que llegó la hora del recreo. Una decena de compañeros se acercaron al pupitre de Matías para bombardearle con preguntas. Marcos, por el contrario, aprovechó la oportunidad para bajar al patio sin ser percibido.
Con su libro favorito en la mano, se dirigió al banco más alejado y se sentó. Estando por fin solo, era el momento perfecto para leer con tranquilidad.
Marcos se dio cuenta, sin embargo, de que por mucho que lo intentara, no lograba concentrarse. El chico desvió la mirada del libro para echar un vistazo al patio. Todo seguía como de costumbre, o eso creía. Cuando localizó a Matías en la pista, un sentimiento de tristeza y malestar le invadió. Matías se había unido a sus compañeros de clase para jugar al fútbol. Compañeros que habitualmente se metían con él, y le prohibían jugar por ser malísimo. Marcos ya esperaba que esto sucediera, pero, ¿por qué se sentía tan dolido?
Marcos agachó de nuevo la mirada hacia su libro, pero era evidente de que iba a ser incapaz de leer algo.
☆☆☆
Al día siguiente les tocaba gimnasia. A pesar de ser la asignatura favorita por muchos, a Marcos solo le producía ansiedad.
—Por primera vez en mucho tiempo, he decidido cambiar el tipo de deporte en equipo para evaluaros —dijo el profesor situándose en el centro del gimnasio con su carpeta de notas.
La clase se agitó y Marcos frunció el ceño.
El profesor calmó el ambiente y anunció lo que Marcos más temía—: Este curso, el juego en equipo se trabajará jugando al fútbol.
Todo el mundo explotó de emoción antes tales noticias. Todos, a excepción de Marcos, y algunas chicas.
—¿Nosotras también? —preguntó Marta con expectación.
—Sí, vosotras también. Aunque los equipos no serán mixtos.
—¿Jugaremos algún partido, o solo entrenaremos?
—Buena pregunta, Gema. La respuesta es sí, también jugaréis un partido, aunque el enfrentamiento seguirá sin ser mixto.
—¿Es necesario, profesor? Quiero decir, tampoco pasaría nada si jugáramos contra los chicos... —expresó Marta.
Carlos empezó a reírse y sus amigos le siguieron.
—¿Qué te hace tanta gracia? —le retó la chica.
—Nada, nada. Solo estaba pensando en la paliza que recibiríais si jugarais contra nosotros.
—Por qué tú lo digas.
—Pues sí, lo digo. Las chicas no tienen nada que hacer contra los chicos, y menos en un deporte como este.
—Bueno, espera, tal vez si haya uno al que le podríais ganar —dijo Carlos mirando con burla a Marcos.
Marcos empezó a sentir tanta vergüenza que ni se percató que Matías le estaba observando con un gesto de preocupación en el rostro
—Vale, ya basta —intentó poner orden el profesor—. No quiero oír más tonterías. Jaime, Matías —llamó el profesor—, elegid compañeros para vuestro equipo. Marta, Carla, lo mismo.
El profesor abandonó el centro del gimnasio y añadió: