El chico ojos de fuego

1. ¿Verdad o consecuencia?

—¡Dale, Nahuel! —gritó mi mejor amigo desde la mitad del puente—. Mirá que está anocheciendo.

Apuré mi paso sin mientras acomodaba mi caña de pescar en mi hombro; de esta pendía un balde con apenas los tres pequeños peces que logramos pescar esa tarde.

Lucas tenía razón, la luz natural era cada vez menor. A penas podía ver las oscuras siluetas de los dos puentes a mi derecha recortadas en el cielo rojo. A mi izquierda ya no se definía muy bien el serpenteante recorrido del arroyo. No miré detrás de mí, pero sabía que si me daba vuelta me encontraría sólo con un montón de árboles en el borde de la ciudad de Avellaneda, la misma vista que tenía al sur. Sólo que al frente podía ver, en la lejanía, la iluminada cúpula de la catedral de Reconquista, uno de los pocos atractivos arquitectónicos de mi ciudad.

Respiré profundamente mientras miraba fijamente mi camino: un viejo puente ferroviario destrozado y lleno de vegetación silvestre, completamente intransitable.

—Che, te juego una carrerita —hubo propuesto Lucas, mi mejor amigo de toda la vida, y por alguna razón acepté. Quien perdiera la carrera debería hacerse un tatuaje a elección del ganador en un lugar muy íntimo. Estaba seguro que a Lucas que quedaría lindo un unicornio en medio de...

—En sus marcas —dije, brincando sobre mis zapatillas con la energía que me brindó ese pensamiento, sin pensar en lo peligroso que podrían resultar dos tontos corriendo con cañas de pescar al hombro.

—Listos —contestó Lucas, con su corta y torpe silueta recortada por la anaranjada luz del atardecer—. ¡Ya!

Y echamos a correr.

Los agujeros producidos por las vías faltantes parecían de la nada y apenas lograba esquivarlos con un salto sin golpearme a mí o a mi amigo con la caña. Esto se veía más difícil de lo que me pintó Lucas.

«Te reto a cruzar corriendo el Puente Viejo» me dijo. «Será divergido» dijo. Pues la verdad, no era tan divertido. Estaba seguro que moriría aquí; que en cualquier momento caería al arrollo y me ahogaría. Pude imaginar la patrulla en la orilla del arroyo, la gente chismosa acumulándose, a los policías sacando mi cadáver del agua...

Estaba tan absorto en mis ideas pesimistas que no vi el faltante de vía delante de mí.

Mi mente ya veía venir la luz al final del túnel, pero mi cuerpo reacción en modo automático. Me impulsé todo lo que pude con mis larguiruchas piernas, usando la caña de pescar como jabalina, y logré dar una vuelta en el aire antes de aterrizar torpemente del otro lado. Mi cuerpo estaba temblando por la adrenalina, estaba seguro que mi corazón explotaría y apenas podía respirar. Cansado y tambaleante, me levanté limpiando la tierra de mis pantalones. Tal vez no fue un aterrizaje del todo exitoso, había perdido el balde con los peces y tenía un agujero en el pantalón por donde veía que una de mis rodillas sangraba.

Seguía escrutándome cuando Lucas que se me había adelantado apareció a mi lado de un salto.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—Sí —contesté, levantándome y quitando mi oscuro cabello de los ojos—. Al menos sigo en una pieza.

—Vamos —dijo dándome un golpecito en el hombro—. A que fue divertido, ¿no?

—Tenés que rever tu definición de diversión, Lucas —respondí.

Mi mejor amigo estaba completamente loco. Bueno, en realidad, era mi único amigo y los dos estábamos bastantes dementes. Lucas y yo éramos amigos desde que estábamos en el vientre de nuestras madres. Totalmente inseparables. Y aun así éramos totalmente distintos. Pero él siempre encontraba la forma de llevarme a hacer algo tonto, de lo que luego me arrepentiría.

Cómo ahora.

—Oww, ¿ya te pusiste aburrido? —replicó haciendo un puchero.

—¿A quién llamás aburrido? —dije, largando carrera—. A que te gano, enano.

—¡En tus sueños! —gritó, alcanzándome.

Así pasábamos los días: jugando, apostando, haciendo cosas estúpidas que sólo tienen sentido cuando tienes diecisiete años. Lucas y yo teníamos lo que mi madre llamaba "etapas". Nuestra etapa de artistas, nuestra etapa de querer formar una banda, nuestra etapa de skaters, de bickers, de científicos locos. Actualmente estábamos en nuestra etapa de traceur, corredores de parkour. A veces creía que todos estos pasatiempos de los que nos aburríamos en uno o dos meses los hacíamos para buscar algo de emoción, para escapar del aburrimiento de nuestras vidas.

No es como si me quejara de mi vida. No podría desear una vida mejor. Tenía una buena familia, buenas notas en el colegio, un trabajo de medio tiempo que me permitía comprarme los videojuegos y comics que me gustaban y, aunque mi vida social era casi inexistente, tenía a Lucas y algunos compañeros de la escuela con quien pasar el tiempo. Quizás el único problema era que mi vida era tan aburrida que hacía que lo monólogos de mi hermana sobre moda parecieran un show de Las Vega.

Ese era mi problema, mi vida era total y completamente normal, común, ordinaria; no había nada interesante en ella. Sin tan solo pasara algo emocionante en esta ciudad...

El sol ya casi se había ido por completo cuando llegamos al extremo sur del puente.

—¡Gané! —gritó Lucas, alzando los puños—. We are de champion, my friend...

—Sí, sí, como quieras —dije en modo zombi mientras me tiraba al piso.

«¡Oh, tierra firme! No sabés cómo te extrañaba.» No recuerdo la última vez que estuve tan contento por el simple hecho de estar respirando.

Para cuando llegué a casa estaba completamente exhausto. Sólo quería desintegrarme en mi cama y desconectar mi cerebro; pero mi madre insistió en que debía bañarme y cenar con la familia. Así que dejé a Lucas, nuestro invitado habitual para la cena, jugando con mi hermanita en la sala mientras me aseaba un poco.

Un baño de agua fresca se sentía de maravilla tras pasar todo un día de enero pescando a la orilla del arroyo. Cuando salí de la ducha me paré frente al espejo me encontré con un rostro de rasgos demasiado angulosos, con unos imposibles ojos azules, todo enmarcado por una cortina cabello negro del cual aún pendían gotas de agua. Quizás podría haber sido un muchacho guapo, de no haber sido por mi prominente nariz y mi palidez enfermiza... y porque con mi metro ochenta y mis largas extremidades podría haber pasado por un extraterrestre.




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