El chico ojos de fuego

5. Girasol, jazmín y gato

No me di cuenta de que me había quedado dormido hasta que me despertó el mismo dolor de la noche anterior.

Estuve retorciéndome un sobre mi cama hasta que no pude luchar más contra mi instinto. Y, de un salto, salí nuevamente de mi casa. Mi cuerpo se movía sin necesitar las órdenes de mi cerebro, llevándome hacia el Puente Viejo. De lo único que era consciente en ese momento era de la agonía que se extendía por mi cuerpo como una plaga, del fuego quemando mis huesos...

Cuando recuperé la conciencia, ya era un enorme lobo.

Me quedé echado como un cachorro asustado. Todavía me parecía una pesadilla, una horrenda pesadilla.

Pero luego de lo que parecieron siglos, el hambre volvió. El mismo hambre salvaje de la noche anterior; pero peor. Mucho peor. Después de todo, no había comido nada en todo el día. Y aunque odiaba esa euforia que me invadía ante esa idea, debía cazar.

Justo en ese momento el aire se llenó con olor a sangre. Un aroma delicioso que por poco hizo que perdiera la cabeza y me controlase el hambre.

Corrí siguiendo ese delicioso perfume con el alivio de saber que no era humano. Seguramente era de algún animal que se había herido o lo habían atacado, convirtiéndose en presa fácil. Y como yo era el depredador más grande a kilómetros no iba a desaprovechar la oportunidad.

Pero me había equivocado.

Para cuando llegué a donde yacía el animal, un caballo flacucho, algo ya le estaba haciendo compañía. No algo, sino alguien.

Era una mujer joven, de no más de veinte años y arrolladoramente hermosa. Ella no me vio. Esta agachada sobre el animal, concediéndole toda su atención. Pero ¿qué hacía acá una chica con un caballo herido, en medio de la noche?

Por un momento pensé que podría ser su dueña y estaba tratando de ayudarlo; lo que era un caso perdido ya que el caballo estaba muerto. Pero cuando se puso de pie, me quedó claro que no era así. Ella era alta y esbelta. Y la luz de la luna le iluminó el rostro. Su tez de un color cálido y suave como el atardecer contrastaba con las gotas rojas que caía por su barbilla. Sangre.

Sin poder evitarlo, inspiré ruidosamente.

Con los reflejos de un felino, ella se volteó hacia mí.

Era tan hermosa. Una criatura diseñada para la noche. Sólo la luna podría haber revelado los destellos granates de sus ojos marrones y los reflejos rojos de su cabello castaño, que llevaba atado en una larga trenza.

Se quedó mirándome totalmente quieta. Pero con cada músculo listo para defenderse o atacar. Y sus ojos brillaron.

Instintivamente di un paso atrás. No sabía qué hacer. Nunca había estado tan aterrorizado en mi vida. Si ella había matado a ese caballo únicamente con sus manos y era hombre lobo muerto.

Curiosamente, un sonido melodioso y celestial salió de la muchacha. Estaba riéndose... ¿de mí?

—No sos un hombre lobo —dijo sonriéndome.

De un momento a otro toda su frialdad y ferocidad se evaporó de su expresión, pero sin dejar de mantenerse alerta, lista para defenderse de ser necesario. Sin embargo, ahora se veía más como una chica simpática y algo desarreglada que como una diosa salvaje

—Mmm, "diosa salvaje", eso me gusta —comentó con esa voz grave y dulce que derretiría hasta al más gay de los hombre; al mismo tiempo que se limpiaba la sangre de la boca con el dorso de su mano. Y cuando me volvió a sonreír me dejó ver un par de largos y afilado colmillos. No necesité pensar mucho en qué era ella.

¿Cómo...? ¿Podía leerme la mente?

—No exactamente —contestó, y esta vez pude notar su marcado acento porteño en su voz—. Vos podés comunicarte telepáticamente, más o menos.

«¿Qué?» pensé. «Yo no tengo poderes mentales.»

—Si pensás en decir algo, lo decís; solamente que no por la boca. Aunque los humanos no te escuchan, claro. —Hablaba con el tono mandón y sabelotodo de una maestra, como si lo que yo le preguntaba era una obviedad.

«¿Los humanos no me pueden escuchar?» pensé, intentando concentrarme para que ella lo oyera, o algo así. «Entonces ¿quiénes pueden?»

—Pues los demás arcanos, ¿no es obvio? —Ahí, ahí estaba de nuevo ese tonito soberbio. Yo no era una persona paciente. Y estaba seguro de que ya me hubiera molestado con esta chica y su arrogancia si no fuera la curiosidad... y cierto temor a que me arrancara la cabeza claro.

«¿Arcanos? ¿Qué son esos?»

—No sabes qué... ¿Hace cuánto que fue tu alunamiento? —preguntó y al ver la confusión tatuada en mi cara, aclaró: —Tu primera transformación.

«A ver... ¡Ayer!»

Piii. Se me estaba acabando la paciencia. Ya me estaba cansando que me trate como un ignorante. ¿Cómo iba a saber que podía hablar telepáticamente o qué es un Arca-no-sé-qué si ni siquiera sabía qué era yo?

—¿Ayer? —exclamó sorprendida—. Con razón tu voz se escucha tan joven. ¿Cuántos años tenés?

«Tengo diecisiete» pensé en decir. No me pareció necesario mentirle, si después de todo podía leerme la mente. «¿Me podés decir que soy exactamente?»

Ella pareció algo pensativa por un momento mientras me dirigía la mirada más penetrante que había recibido en mi vida. Casi creí que estaba escaneando mi cerebro, corroborando que no era alguien peligroso. Luego, volvió a sonreírme como si fuéramos amigos de toda la vida.

—Entiendo que tenés muchísimas preguntas, pero preferiría hablar en otro lugar. No me gusta estar cuando los carroñeros vienen por mi cena.

Al mencionar 'cena' mi estómago gruñó haciéndome recordar el hambre que tenía antes.

«Emm... ¿Te importaría?» pensé tímidamente indicando el cadáver del caballo con una pata. Esto era incomodo, pero me estaba muriendo del hambre.

—Adelante —contestó amablemente y se dio la vuelta—. No voy a mirar.

Una hora después y con la pancita llena, estaba sentado al borde del puente abandonado, el mismo puente por el que había recorrido antes de ayer con mi amigo. Me parecía que habían pasado años desde el domingo. El tiempo pasaba volando cuando todo tu mundo comenzaba a dar vueltas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.