—...Nos adentramos en el monte alrededor de las nueve de la noche —estaba narrando Lucas a la cámara filmadora que llevaba en la mano, intentando imitar a los documentalistas de Discovery Channel—. Ya hemos caminado por el terreno durante varias horas. Son pasadas las once pero no encontramos nada que nos lleve a la criatura...
Yo estaba liderando la marcha, con mi amigo unos pasos detrás de mí. Los pies me dolían, las ramas de los árboles rasguñaban mis brazos y los mosquitos estaban disfrutando de un festín con mi sangre.
Sí. Nada como una caminata nocturna en medio del monte para relajarte. Pegué un manotazo, intentando espantar a los molestos insectos, y casi tropiezo con una raíz que salía de la tierra. ¿Cómo era posible que sea más torpe que un perro monstruoso?
Hacía ya varias horas que el sol se había escondido en el horizonte. Y una enorme y redonda luna había tomado su lugar en lo alto del cielo. Una luna completamente llena.
Esto no estaba bien. Esto no iba a terminar bien.
Mi mano no dejaba de temblar y apenas lograba sostener la linterna sin que la luz titile. En realidad, todo mi cuerpo temblaba por los nervios, y el sudor frío que mojaba mi espalda me avecinaba lo que ocurriría en cualquier momento.
Me maldije al menos una cien veces. Definitivamente esta era la peor idea que haya tenido nunca.
¿Por qué siempre tenía que terminar atrapado en los caprichos de Lucas? ¿Por qué simplemente no lo até a una silla? ¿Por qué no le conté la verdad?
No tuve tiempo.
Últimamente, las cosas sucedían demasiado rápido. No habían pasado ni tres días desde que todo este embrollo comenzó. Y ya no sabía qué hacer. Mi vida era un completo descontrol.
—Che, Nahuel. ¡Nahuel!
Algo voló directo a mi cabeza.
—¿Qué querés? —me di vuelta, rascándome la cabeza con una mano. Eso había dolido.
—¿A dónde nos estás llevando? —preguntó Lucas.
La verdad había estado caminando un largo rato sin prestar atención hacia donde me dirigía. Desconcertado, miré a nuestro alrededor. Reconocí varios de los árboles que nos rodeaba. Estábamos... tan cerca del lugar donde me transformaba.
—No lo sé —mentí.
Esto se estaba poniendo cada vez peor. Sin darme cuenta, estaba llevando a mi mejor amigo a mi "territorio de caza".
¿Pero qué estaba haciendo? ¿En qué estaba pensando?
—Vámonos —le dije a Lucas y comencé a volver sobre mis pasos.
—¿Qué? —preguntó sorprendido. Él mejor que nadie sabía que yo no era de los que daban marcha atrás—. ¿Por qué?
—No vamos a encontrar nada, Lucas —contesté, exasperado.
—Pero...
—Pero nada. —La cabeza ya me daba vueltas y mi estómago parecía un lavarropas. Tenía que sacar a Lucas cuanto antes de acá—. Ya estamos grandes para estas cosas.
—¡Ah, claro! —exclamó, alzando las manos en un gesto dramático—. El señorito quiere hacerse el maduro para llamar la atención de una chica.
En ese momento, pude sentir como mi cara se prendió fuego de la vergüenza.
—¿Que yo qué...?
—No soy boludo, Nahuel —dijo, poniéndose furioso—. ¡Oh, casualidad, llega mi prima de visita y vos te pones todo raro!
Estaba hirviendo a fuego lento. La bronca y la vergüenza no hacían más que acelerar mi transformación. Debía irme de aquí cuanto antes.
—No es lo que pensás —le gruñí.
—¿Ah, no? Entonces ¿qué es? —me desafió.
Estaba perdiendo el tiempo discutiendo con Lucas. Y el tiempo se me estaba agotando. Tenía que alejarme de él cuanto antes. Me di vuelta y comencé a caminar, a correr, adentrándome más en la espesura del monte.
—¡Nahuel! —escuche gritar a Lucas.
Pero no me detuve. Tenía que alejarme lo más rápido posible.
De pronto, mi pie se enganchó con una raíz y terminé estampillado contra el piso.
La cabeza me daba vueltas y los raspones en mis manos comenzaban a arder en cuanto intenté rodar sobre la tierra e incorporarme sobre mis codos. Sin mirar, tiré con fuerza de mi pie y logré desprenderme de lo que sea con lo que me había tropezado.
Entonces, escuché el ruido de algo estrellándose contra piso.
Lucas estaba ahí. Al parecer había venido en mi búsqueda, después de todo. Pero la piel morena de su rostro había perdido todo color, y sus ojos se estaban abiertos con una expresión de horror. Pero no me miraba a mí, no tenía miedo de mí; estaba mirando a mis pies
—¡Mierda! —lo escuché gritar—. ¡Santísima mierda!
Sorprendido por su reacción, bajé la mirada y vi con qué había tropezado.
—¿Eso es...? —susurré.
—Sí —dijo mi amigo, agarrándose la cabeza con las manos—. Mierda.
No me había tropezado una rama, ni una raíz, ni nada de eso.
Me había tropezado con un cadáver.
Allí, medio enterrado en la tierra, estaba el cuerpo de un chico. Era muy joven, un niño aún, no debía tener más de doce, quizás trece años.
Lo más extraño no era exactamente el hecho de que estaba muerto, sino que parecía estar en perfecto estado. Su piel, a pesar de que su tenía una tonalidad azul, se veía casi sana y el cabello castaño que le cubría los ojos brillaba a la luz de la linterna. Y la expresión en su atractivo y aniñado rostro era casi pacífica; como si estuviese dormido.
—¿Q-Qué...? ¿Qué crees que le pasó?— balbuceó Lucas, usando la linterna del celular para alumbrar mejor el cuerpo.
—No tengo idea —dije, arrodillándome junto al chico; inspeccionándolo mejor. No tenía heridas, nada que nos diga qué había causado su muerte. Tampoco había indicios de descomposición. Ni siquiera olía mal.
—Voy a llamar a mi mamá; tenemos que avisar a la policía —dijo Lucas, sacando su celular—. ¡Carajo! No hay señal.
Lucas comenzó a caminar histéricamente de un lado al otro, agarrándose de su corto cabello. Estaba a punto de entrar en uno de sus ataques de pánico.
Pero había algo extraño en el chico muerto. Sí, algo aún más extraño... algo en su cuello.
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Editado: 11.11.2020