Las olas de lava habían abandonado mi cuerpo, quitando el caparazón con la forma de un flacucho adolescente y dejaron al descubierto el cuerpo de un enorme lobo azabache.
Este era yo, el lobizón... la bestia que llevaba adentro.
Este era el que estaba viendo Lucas.
Mi mejor amigo estaba parado frente a mí; totalmente inmóvil y pálido como una estatua. Me miraba como si estuviese en presencia del mismísimo demonio; el terror deformando sus facciones. El mismo terror que sentía yo. Estaba aterrado por lo que mi único amigo pensara de mí.
«Lucas...» intenté llamarlo, pero de mi hocico sólo escapó un lastimero ladrido.
Lucas dio un paso atrás.
«Lucas, soy yo. Tu amigo» ladré otra vez.
No podía oírme. No me entendía como Alfonsina; él no era un arcano... No era un monstruo como yo.
Aturdido y cansado hasta la médula, intenté levantarme sobre mis patas. Di un paso al frente, acercándome lentamente a mi amigo. No tenía idea de qué hacer para demostrarle que debajo de este pelaje seguía estando Nahuel. Pero, en cuanto di un paso al frente, Lucas salió corriendo como una bala.
« ¡Lucas!»
Un aullido desgarrador atravesó el aire nocturno.
Salí corriendo en su búsqueda, aunque no lo veía por ninguna parte. Lucas siempre había sido más rápido que yo, y más ágil también. Pero ahora yo tenía cuatro patas y sentidos sobrehumanos, un cuerpo especialmente hecho para cazar. Y en ese momento me di cuenta de la ironía de la situación: el supuesto cazador estaba siendo cazado. Odíaba las ironías.
Seguí el rastro de mi mejor amigo a través de la espesura del monte. Su olor era como una flecha de neón que decía "¡aquí estoy!". Una flecha que apestaba a jabón de coco, sudor y miedo... Miedo de mí. Me odié a mí mismo por todo esto. Últimamente me odiaba más de lo normal. Tal vez porque últimamente todo me salía mal; todas las decisiones que tomaba estaban mal.
Lucas no estaba lejos; a unos cien metros quizás. Aceleré la marcha y concentré toda mi energía en alcanzar a mi amigo.
Llegué justo donde acababa el rastro de su aroma. Él debía estar justo aquí; el aire estaba lleno de su olor. Pero no alcanzaba a ver dónde estaba. Miré hacia arriba, sabiendo que Lucas había trepado a un árbol para ocultarse.
Y de pronto...
Una figura borrosa cayó desde lo alto de un árbol.
Lo último que vi antes de perder la conciencia fue algo brillando bajo la plateada luz de la luna. Entonces, la temperatura de mi cuerpo descendió a un millón bajo cero y un monstruoso dolor me hundió en la nada.
Cuando el tornado pasó, desperté.
Sólo después de abrir mis ojos me di cuenta que, antes de desfallecer, había sentido esa extraña sensación de caer en un remolino.
Lo segundo que noté fue que era nuevamente humano. Volví a ser yo. Y lo único que llevaba puesto era un pantalón tan ligero que parecía estar hecho de la misma niebla que bañaba mis pies.
Estaba oscuro; apenas iluminado por unas amarillentas luces que venían de lo alto. Todo el suelo bañado de una fina capa de niebla. El lugar parecía ser un gimnasio; un enorme galpón con una cancha (que funcionaba tanto para practicar futbol, básquet y vóley) en un extremo y un sector de máquinas de entrenamiento en el otro. También había una pared de esas para escalar y un área de tiro, con una exposición de montones de armas. Era un lugar de entrenamiento casi militar.
En el centro estaban dos muchachos de veinte y alguito. Parecían estar luchando. Brazos que daban golpes precisos, piernas que aventuraban alguna patada, bloqueos y ataques; cada movimiento finamente calculado. Estos tipos sabían pelear. Pero sus movimientos estaban tan bien coordinados que supuse que solo estaban entrenando.
—Concentrate, Seba —dijo el más alto, su voz sonando amortiguada.
El aludido le propinó una piña en la cara a su compañero que logró bloquear rápidamente con una sonrisa arrogante.
Había algo en esos chicos que me parecía familiar.
Curioso, me acerqué tanto como pude, llegando al borde de ese raro campo de fuerza que rodeaba a los dos muchachos. En cierta forma, se sentía algo incómodo espiar así a las personas, tan abiertamente y sin que te vean. Pero desde luego esto era un sueño, ¿no? No era como si hubiera pasado de verdad. Sin embargo, en ese momento recordé el sueño que había tenido sobre mi padre y mi abuela. Me había parecido tan real ese sueño.
Los dos chicos daban vueltas en círculos lanzándose golpes. Uno parecía estar enseñándole al otro; marcándole los movimientos y dándole instrucciones.
El tal Seba, el más bajo, tenía el cabello rubio y un rostro casi cuadrado con ojos celeste, casi grises. Me resultaba tan familiar, pero no fue hasta que habló con esa voz profunda que supe quién era.
—¡Tiempo! Pido tiempo —dijo mi padre alzando las manos luego de esquivar un golpe que casi lo derriba.
—Estás muy distraído últimamente, Sebastián —dijo el otro muchacho—. ¿Qué te pasa? —preguntó, dejando ver su preocupación. Este era moreno, con cabello castaño oscuro hasta los hombros, un rostro de rasgos angulosos y fríos... había algo tan familiar en él.
—Nada en particular —contestó Sebastián, mi padre. Era tan extraño ver a mi padre tan joven. Aunque había visto fotos de él en su juventud, igual me sorprendió notar lo simpático y hasta despistado que se veía—. O todo —dijo, sentándose en el suelo—. La cacería, los exámenes, los partidos... ¡Las chicas! Tengo miedo que si me esfuerzo demasiado fracase en todo.
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Editado: 11.11.2020