Pasaron unos días y no sucedió mucho que digamos.
Lucas seguía castigado por haber llegado de madrugada a su casa. Y yo intentaba seguir mi rutina sin que mi familia note que tenía un brazo herido. Cuidaba de Mica, molestaba a Brenda y trabajaba en la armería intentando que el dolor en mi brazo no me haga gritar mientras limpiaba el local de mi padre.
Y hablando de padres... Mi papá había vuelto de su viajecito de pesca y pretendía que nada estaba pasando, aunque estaba seguro que él sabía que yo había tenido mi alunamiento, mi primera transformación como lo llamó Alfonsina. Así que, por el momento, yo también me hacía el tonto. No intenté hablar con sobre eso con él... ni con nadie.
No había ido a hablar con el Dr. Cabral. A pesar de que esperé verlo cuando el jueves siguiente fui al hospital a que me quitaran los puntos de mi hombro, no intenté ponerme en contacto con él. Lucas no podía salir de su casa y yo no me animaba a ir solo. Sabía que eso era tonto, pero estaba cansado de enfrentar todo esto solo; necesitaba del apoyo de mi amigo. Eso sí, en cuanto Nardelli salga en libertad, iría a hablar con el doc.
Pero lo peor de la semana fue Sofi.
Nos seguía a todos lados y utilizaba todas las artimañas habidas y por haber para hacernos hablar. Quería saber qué era lo que estábamos ocultando, qué había pasado realmente esa noche y por qué, de pronto, parecíamos estar estudiando y leyendo tanto sobre mitología y leyendas locales.
Por nuestra parte, intentamos de todo: que no pasaba nada, que no había pasado nada esa noche, que Lucas se había llevado Lengua a Marzo y yo le estaba ayudando a estudiar... y que, al fin y al cabo, no era de su incumbencia. Pero no había forma de quitárnosla de encima. Incluso le compramos el último libro de esa trilogía que tanto le gustaba. Pero ni una guerra entre ángeles y demonios la distrajo.
Estábamos en problemas.
Y hasta aquellos sueños extraños estaban empeorando.
Tenía el presentimiento de que intentaban darme algunas pistas de todo este rompecabezas en el que me había convertido. Pero eran tan confuso o yo era tan torpe que no alcanzaba a encontrarles sentido. Ni siquiera al sueño que me había acompañado toda mi vida.
Era un lobo y la ciudad en ruinas con la que soñaba desde que tenía memoria. Las altas paredes de cemento y los pilares mármol bañados por la plateada luna, destruidos, presas de los árboles y enredaderas que crecían a su alrededor.
Esta vez no corrí. Simplemente que quedé esperando a que ella viniera a verme.
«Nahuel»
Una voz hizo eco en el laberinto de ruinas, llamándome. Se oía como si viniese de todas las direcciones y, a la vez, parecía que estuviera susurrándome al oído.
Algo rozó mi hombro. Giré mi perruna cabeza y la vi. Era ella. Su capucha roja descansaba sobre una melena plateada, tan brillante y etérea como la luz de la luna. Sus ojos rasgados tenían el color más extraño y hermoso que haya visto, una mezcla de plata y oro. Y su sonrisa curiosa iluminaba su rostro infantil. Era la niña más hermosa que haya visto nunca, despierto o dormido.
«Nahuel» susurró el viento y entonces la figura de la niña se esfumó y se volvió a formar.
Pero ahora se veía como otra persona, como una adolescente de piel morena y largo cabello oscuro. Pero sus ojos seguían siendo los mismos, del color de la luna llena. Ella me miró con temor y pena; como si hubiera visto mi futuro y este no tenía un final feliz.
«Nahuel.» Y volvió a cambiar.
Esta vez se veía como una mujer de unos treinta y largos. Si la primera aparición se parecía a Caperucita roja, esta mujer era Blancanieves, con ojos y corto cabello tan negros como la noche. Una Blancanieves embarazada. Su pronunciado y redondo vientre parecía ser lo único sólido en su figura etérea.
Pero eso no era lo que más me sorprendió. Fue su oscura y cálida mirada la que me dejó pasmado. Ella me miró con tanto amor, como si yo fuera la cosa más maravillosa del mundo. Nadie me había mirado con tanta intensidad antes; ni siquiera mi mamá.
Y con otro latido de mi corazón, ella desapareció.
«Nahuel» y al fin pude reconocer la voz de...
—Nahuel. Nahuel, Despertate—. Sofi comenzó a zarandear mi brazo herido, haciendo que le lance un gruñido antes de despertarme por completo—. ¡Hey, hola! —me saludó con entusiasmo en cuanto me vio abrir los ojos.
—¡Sofi! Ho... hola —contesté sorprendido. No recordaba haberme quedado dormido sobre el escritorio, con el teclado como almohada. Genial, debía tener la cara cuadriculada.
—¿Sorprendido de verme? —preguntó con una sonrisa pícara, idéntica a la de la muchacha de mi sueño.
Sí, sí lo estaba.
—No. Digo sí. Dig... —alcé la vista al techo como si el cielo raso pudiera ayudarme. —Quiero decir... Ninguna chica entró nunca acá.
«¿Pero qué mierda acababa de decir?»
—Lamento romper tu record —Era obvio que Sofi no lo lamentaba—. Tu mamá me dejó pasar.
—No importa —contesté, pasándome una mano por la cara para quitarme el sueño, y quizás algún rastro de baba—. ¿Por qué viniste acá?
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Editado: 11.11.2020