El chico ojos de fuego

16. Como la luz de las estrellas

Ha pasado una semana de mi desastrosa no-cita con Sofi, y sorprendentemente las cosas parecieron haber vuelto a la normalidad. O a lo que yo podría denominar normalidad: no convertirme en un enorme perro-lobo, no tener sueños extraños y no estar al borde de la muerte casi todo el tiempo.

Así que en estos días... ayudaba mi viejo en la armería; pasaba el tiempo practicando parkour o jugando videojuegos con Lucas; molestaba a mis hermanas y, sobre todo, trabajaba en mi amada motocicleta.

Por todo lo demás, parecía que mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados y tuve que acostumbrarme a tres verdades imposibles:

1) Era una criatura mitológica.

2) Estaba seguro que mi padre me ocultaba algo grosso.

3) Y, más increíble aún, estaba saliendo con Sofi.

Bueno, eso no estaba del todo claro. Yo no podía estar seguro de lo que ella sentía por mí más de lo que me demostraba con sus acciones. Y en ningún momento tocamos el tema de mi catastrófica declaración de amor. Sin embargo, pasábamos mucho, muchísimo tiempo juntos. Sofi iba a mi casa cada vez que Lucas no estaba en la suya y simplemente nos quedábamos hablando por horas. En realidad, prácticamente no había cambiado nada entre nosotros. Excepto por los besos.

—Tenemos que decírselo —me dijo Sofi por milésima vez, sin levantar la vista de su cuaderno donde garabateaba sin cesar.

—No es buena idea. Se pondrá como loco si le contamos lo que pasó —contesté, con la vista fija en la luna creciente que se alzaba en el cielo a pesar de que aún no anochecía.

«Una semana» pensé. «Sólo una semana para la luna llena».

Estábamos acostados sobre una vieja frazada en la terraza sobre el galpón de mi casa. Mirando el crepúsculo, disfrutando de la briza de verano y el cantar de las ranas, devorando una docena de magdalenas.

Este era mi lugar favorito en todo el mundo. Aunque aquí arriba no había nada a excepción de los tendederos de ropa y unas plantas de mi mamá y la vista de los tejados de las casa vecinas no era para nada hermosa; este era mi lugar. Cuando estaba enojado, triste o simplemente cansado de la inútil existencia humana, subía acá con una cerveza y puteaba a las estrellas. Sí, a veces me ponía tan romántico.

Y acá estábamos, simplemente pasando el rato.

Se suponía que Sofi estaba encerrada en su habitación, leyendo. Pero, en cambio, estaba tirada panza abajo sobre una manta a mi lado. Hacía un rato que estaba garabateando sin cesar en un cuaderno anillado, apenas iluminada por un par de linternas que reflejaban en sus anteojos haciéndola ver como un zorro a la luz de un auto. Como había perdido sus lentes de contacto en el río, debió volver a sus viejos anteojos y sus rizos dorados escapaban de su desprolijo rodete, lo que en conjunto delataban su "nerdidad". Podrían pasar mil años y yo no me cansaría de verla. Todo en ella parecía tan sereno y, a la vez, tan dinámico, vivo, como la luz de las estrellas.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —pregunté, curioso.

—Dibujo.

—¿Puedo ver? —pregunté, incorporándome sobre mis codos para verla mejor.

—No —contestó, intentando ocultar sus dibujos con el brazo.

—¡Oh, que malota! —bromeé, haciéndome el ofendido.

Pero ella simplemente me sacó la lengua en respuesta, alejando el cuaderno de mí.

Para su mala suerte, yo conocía su punto débil, su talón de Aquiles, o mejor dicho, panza de Aquiles y comencé a hacerle cosquillas.

—¡Ahh! ¡No! ¡Pará, pará! Okay —exclamó retorciéndose entre risas—. Okay. Podes ver mis dibujos.

La solté y me incorporé esperando mi premio.

—Pero sólo estas dos páginas —agregó, aunque no era necesario. Varias veces la había visto escribir en ese cuaderno y, aunque nunca lo quería admitir, sabía que era una especie de diario íntimo, y yo no era tan tonto como para invadir su privacidad.

Así que asentí obediente y observé sus extrañas obras de arte. Mientras ella se sentaba a mi lado, intentando recogerse el pelo que se le había escapado del rodete en el ataque de cosquillas.

En realidad Sofi no dibujaba nada feo, incluso podría decir que tenía talento. En una de las página estaban los bosquejos de cómo Sofi me había visto aquella tarde. Mi rostro, seguía pareciéndose a mí. Pero ligeramente deformado por el bello y los colmillos, el puente de la nariz plano y las orejas puntiagudas. También había dibujado mis garras peludas. En la otra hoja estaban mis brillantes ojos rojos; el único dibujo a color. E incluso había intentado dibujarme en mi forma de lobo.

—Yo no me parezco a Scooby Doo —rezongué, golpeando mi hombro con el suyo.

Sofi me devolvió el golpe antes de contestar con una sonrisa arrogante:

—Sólo es lo que interpreté sobre lo que vos me contaste —respondió y se quedó mirando la luna, algo pensativa un momento, antes de agregar, en un tono más serio: —¿Cuándo?

—En una semana —respondí, también dirigiendo la mirada al cielo por un instante; sin poder evitar que se me escape un suspiro. Una semana y la locura volvería a comenzar.

—¿Estás asustado? —preguntó, mirándome con esos enormes ojos que tenía.

—¿Qué más da si estoy asustado o no? —dije; con más amargura en mi voz de la que creía sentir. — Las cosas son como son. Yo soy lo que soy. Soy un...

No pude continuar hablando porque Sofi atrapó mis labios con un beso.

—Si estabas a punto de decir que eres un monstruo, te juro que te tiro del techo. Porque yo no estoy enamorada desde los cuatro años de un monstruo, sino de un gran chico que simplemente tiene un pequeño problema peludo.

Estoy seguro que estuve a punto de sufrir un ataque cardíaco.

—¿Enamorada? —pregunté con una sonrisa boba.

Sofi me miró sorprendida y completamente colorada.

—Te amenacé con tirarse del techo ¿y eso es lo único que registraste? —intentó desviar el tema.




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