El chico ojos de fuego

25. Lo mejor de mí

A pesar de que la música estaba tronando en mis auriculares, no podía acallar a los pensamientos que seguían queriendo volverme loco. Las palabras de Foo Fighters perdían sentido en cuanto llegaban a mi cerebro. Conocía esa canción de memoria; era una de mis canciones favoritas en todo el mundo. Pero en ese momento no podía entender lo que quería decir. Era como si la estuviera escuchando por primera vez. Como si las palabras cambiaran de forma dentro de mi cabeza y tomaran otro sentido. Como si se transformaran en una lengua totalmente desconocida.

The best, the best of you?

¿Lo mejor de mí?

Cómo podría saber qué era lo mejor de mí cuando ni siquiera sabía quién era. Simplemente era un montón pesadillas, los recuerdos que había tomado prestados de otros.

Imágenes que volvían a mí en este momento, todo el tiempo. Se volvían más fuertes, más duros, más vivos. Palabras que intenté guardar en un baúl en lo más recóndito de mi cabeza regresaban. Arañando la tapa, desesperadas por escapar. Pero en cuanto lograron salir, cambiaron. No eran las criaturas pequeñas, sin forma, inofensivas que yo había guardado. Eran la verdad en su más monstruosa forma. La verdad que me negué a ver, que no me molesté en comprender.

Palabras que comenzaban a volverse grandes, pesadas y filosas. Las palabras de Alfonsina:

"Nahuel sos un lobizón, un arcano maldito."

Las de mi abuela:

"¡Es un monstruo!"

De la versión joven de mi padre:

"¿Y qué debo hacer? ¿Abandonarlo? ¡¿Hacer lo que Max no hizo?!"

De Sara:

"¿Sebastián? Sí. Él es un buen hombre... Y además tiene una deuda que saldar."

Las palabras de ese cazador:

"Si hasta adoptaste un cachorrito de lobizón, el hijo de tu mejor amigo. Esta... criatura es una vergüenza para la sangre de los cazadores."

Tantas palabras. Tanto peso dentro de mi pecho. Tantos pensamientos que querían hundirme. Era como si mi cuerpo pesara más de lo normal, como si mis huesos se hubieran vuelto de plomo y mi sangre, cemento fresco. No me sorprendería si mi cama se viniera abajo por lo pesado que me había puesto. Y eso sería una pena, porque mi actividad favorita durante las últimas treinta horas fue estar tirado en mi cama, escuchando música a todo volumen, con la vista fija en el cielo raso.

Luego de nuestra traumática charla familiar, mis padres habían decidido que lo mejor sería darme mi espacio, dejar que asimile toda la información. Eso estaba haciendo ahora mismo: pensar una y otra vez en la historia de mi padre.

—Hoy, cuando ustedes dos me siguieron, había ido a retirar las pocas pertenencias que él conservaba —dijo Sebastián, su voz había ido debilitándose y cobrando fuerzas a medida que nos contaba la historia de su vida, como un viejo y baqueteado moto...        

—Hoy, cuando ustedes dos me siguieron, había ido a retirar las pocas pertenencias que él conservaba —dijo Sebastián, su voz había ido debilitándose y cobrando fuerzas a medida que nos contaba la historia de su vida, como un viejo y baqueteado motor al que le habían obligado recorrer más de lo que podía. Pero su rostro había permanecido inmutable, sereno ante la resignación al pasado, con la vista fija en la caja que tenía en sus manos. Él no había llorado como mi madre o exclamado en ciertos momentos como Brenda. No tenía los puños apretados o se había mordido el labio, intentando contener la furia como yo—. Maximiliano había muerto ayer. Mi mejor amigo, un asesino... Tu padre, Nahuel, está muerto.

Muerto. Mi padre biológico estaba muerto y yo estaba feliz por eso.

Había pagado por sus crímenes con una vida de reclusión y una muerte lenta y miserable. Era lo mínimo que se merecía ese hijo de puta. Y, a decir verdad, tuvo suerte de morirse antes de que yo sepa toda la historia, porque quizás lo habría matado con mis propias manos si hubiera tenido la desgracia de ver su horrenda cara.

Él mató a mi madre, a su esposa. Intentó matarme a mí, el hijo que aún no había nacido. Y quién sabe a cuántos arcanos mató. Fue un monstruo.

Cuando Sebastián terminó de hablar, el silencio se apoderó de la casa. Nadie sabía qué decir. Y yo me quedé mirando a mis padres, mis verdaderos padres: a Sebastián y Alicia. Ellos me criaron sabiendo lo que yo era. Ellos me dieron una segunda oportunidad. Me dieron una familia sin importarles en qué clase de monstruo me convertiría.

—¿Por qué...? —mi voz se oía oxidada, rota—. ¿Por qué esperaron hasta ahora para contarme todo?

—Si te hubiéramos dicho que sos adoptado cuando eras chiquito, no hubieras dejado de buscar a tus padres biológicos —respondió Alicia. Mi mamá se veía tan triste y resignada. Pero había esa fiereza en su mirada que rebelaba ese instinto de hacer cualquier cosa por proteger a sus hijos, incluso protegerlo de ellos mismos.

—Hubieras corrido directamente al nido de los cazadores —comentó Brenda en tono práctico. Mi hermana había permanecido callada y atenta todo el tiempo. Pero su voz sonaba decidida y comprensiva. Por primera vez en mi vida, me di cuenta de que Brenda podría ser más inteligente de lo que quería aparentar.

—Las instrucciones de Esther fueron claras —agregó Sebastián—. No debía conocer el mundo arcano hasta tu primera luna.

«Claro que Esther estuvo metida por acá también» pensé. Y el Dr. Cabral y tía Sara. Tantas personas que arriesgaron su pellejo para protegerme.

—Ella vio que lo mejor para vos sería crecer lejos de todo el peligro del mundo arcano —dijo mi padre. La manera en la que dijo "vio" no tenía nada que ver con los ojos. Esther conocía mi futuro y eso no me gustaba mucho que digamos.




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