—Despertate —dijo una voz a través de la niebla del sueño—. Dale, Bello Durmiente. Arriba —repitió la voz, sacudiéndose entre mis brazos.
¿Desde cuándo mis almohadas hablaban y se movía?
Gruñí y apreté mi agarre alrededor de la almohada parlante. Disfrutando de ese estado entre el sueño y la vigilia, donde todo se siente mejor, más suave y cómodo. O quizás era el simple hecho de que Sofi olía a caramelo y la piel de su cintura que rozaba mis dedos se sentía como seda.
En realidad, no estaba del todo seguro si estaba soñando o no. La posibilidad de que Sofi haya dormido conmigo era ganadora al premio de Fantasía del Año. Pero yo no tenía ese tipo sueños agradables. Yo solamente tenía pesadillas. Y eso me llevaba a la conclusión de que debía ser real.
¡La puta madre! Había dormido con una chica. Una que no sea de mi familia. Una que era nada más ni nada menos que Sofi.
Bueno. Había dormido muchas veces con ella de chico. Pero ahora era diferente. Por empezar no estaba Lucas roncando en alguna parte de la habitación. Pero era algo más. Era la sensación de saber que no habíamos dormido como nenes, con sólo nuestros brazos tocándose. Habíamos dormido como los grandes. Como las parejas enamoradas lo hacen.
Y ese sentimiento me hizo sonreír como un boludo, enterrando mi cara en el cuello de Sofi, depositando un par de besos. Un demonio cursi me estaba poseyendo y no me molestaba en lo más mínimo.
—¡Nahuel! —exclamó Sofi riendo a causa de las cosquillas, al tiempo que lograba escaparse de mis brazos—. Despertate.
Con una sonrisa adormilada, abrí los ojos y me sorprendió ver que aún no había amanecido. Por mi ventana entraba una suave luz, pero no había rastro del sol. Sofi estaba sentada en mi cama, mirándome fijamente a pesar que sus ojos estaban medio cerrados por el sueño. Sus dos colitas se habían desarmado durante la noche y su cabello era una maraña dorada que le cubría media cara y caía por sus hombros. Nunca se había visto más linda.
—¿Qué haces despierta? Todavía es temprano —me quejé con mi voz arrastrada a causa de la somnolencia. Luego de noches sin dormir bien, una sola noche sin pesadillas ni visiones me parecía muy poca recompensa. Quería permanecer en la cama al menos hasta que termine el siglo.
—En media hora, Lucas estará acá para entrenarte y si me ve en tu cama, estoy segura que te practicará acupuntura con esas dagas benditas —contestó, hablando demasiado rápido como para que mi cerebro aún dormido entienda.
«¿Lucas? ¿Entrenar? ¿Qué mierd...?»
Mi vista fue hacia la plancha de corcho amurada junto a la ventana. Aunque estaba demasiado oscuro como para ver los papeles prendidos con chinches, sabía que, junto a mi almanaque, había una hoja con los horarios establecidos por Lucas para ponerme en forma. Mi amigo había organizado una serie de entrenamiento y prácticas de parkour, incluso algunas sesiones de yoga. Según él, tenía que estar preparado para eventuales... "encuentros" con quién sabe qué cosas del submundo, incluyendo cazadores. Y como era propio de Lucas exagerar, él me había advertido que estaría aquí al amanecer. Y por lo que podía adivinar, sólo nos quedaban unos minutos antes de que mi amigo comenzara a fastidiar.
Me levanté un poco, descostándome por el respaldo de mi cama, y se me escapó un bostezo mientras me pasaba los dedos por mi cabello que más bien se sentía como un nido de carancho. Y me quedé en mi cama, viendo como Sofi se calzaba sus zapatillas e intentaba arreglarse el cabello. Odiaba que tenga que escaparse por la ventana, como un ninja. Pero sería peor -mucho peor- si ella se quedaba.
—Te veo en una hora —le dije mientras me acercaba a ella y la besaba. Si tenía sólo un par de días antes de que se vaya al otro lado del mundo, intentaría que sean los mejores días de su vida; y con eso me refería a que le daría una buena cantidad de besos para llevar.
Luego de asegurarme que Sofi llegó sana y salva a la casa de enfrente, me dirigí al baño a prepararme para mi primer día de entrenamiento jedi...
Estos serán unos días muy largos.
Efectivamente, los siguientes días fueron terribles. Cada mañana me levantaba a las cinco, desayunaba y me dirigía a la casa de Lucas, donde él y Sofi me esperaban para salir a correr. Correr, caminar y -en mi caso- arrastrarse como una babosa en el último tramo. Cuatro kilómetros después, yo ya estaba exhausto, pero entonces llegaban los abdominales y las flexiones y todas esas tortuosas rutinas de Crossfit. Y Lucas no dejaba de intercalar palabras de aliento e insultos al mejor estilo militar. Nunca había odiado tanto a mi amigo.
Pero el jueves había sido patético.
A las diecisiete flexiones ya había caído medio muerto sobre el pasto, sin ganas de seguir vivo.
Como cada vez, nuestra corrida acababa en la plaza 25 de Mayo, la plaza principal de la ciudad. Cuatro manzanas pobladas de viejos árboles, juegos infantiles y la estatua del General Obligado, el fundador de Reconquista, en el centro. Pero yo no me ponía a disfrutar del paisaje urbano, con las personas y vehículos que iban y venían por el centro de la ciudad. Yo estaba demasiado ocupado metiendo aire en mis pulmones, o al menos eso intentaba.
—Tomá —dijo Sofi, entregándome una botella de agua. Aprovechando que Lucas se había ido al baño, dejándome descansar uno segundos, Sofi se sentó a mi lado y sacó unas barritas de cereal se su bolsillo. Una vez que me terminé la botella de agua, acepté una de las barritas que me daba y me la llevé a la boca—. Cometela despacio o te hará mal —me advirtió demasiado tarde. Ya me la había devorado en dos bocados.
La miré mientras comía su cereal a bocados pequeños al tiempo que alongaba, estirando los músculos de sus piernas y brazos. Se veía tan grácil y relajada como un gato desperezándose luego de una siesta, como esas modelos de ropa deportiva. No parecía estar cansada en lo más mínimo.
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Editado: 11.11.2020