El chico ojos de fuego

29. Nieve y oscuridad

Realmente odiaba mis sueños.

Esta vez era un lobizón y estaba corriendo por las ruinas de siempre. El laberinto de calles destruidas sumido en la oscuridad con la enorme y pálida luna llena que pintaba de plata la espesa bruma a mi alrededor. Todo parecía estar igual que siempre. Pero ella no estaba. La chica fantasma con la capa roja no estaba por ningún lado. En cambio, yo estaba persiguiendo una luz. Una pequeña esfera blanca. Era como una de esas luces malas de las que siempre escuché hablar a la gente del campo, como una estrella de Belén en miniatura. No tenía idea de por qué seguía a esa luz, así como nunca supe para intentaba cazar siempre a la chica de rojo. Nunca entendía mis sueños en sí.

Pero entonces, el fuego fatuo se metió entre dos edificios, altos y semidestruidos. Lo seguí. El callejón parecía no tener final. Era como un túnel que se extendía con cada paso que daba, absorbiendo todo en la oscuridad a excepción de ese puntito blanco que estaba persiguiendo. Estaba llegando a pensar que el callejón se extendía hasta el infinito, cuando la luz mala comenzó a aumentar de tamaño. Cada vez más y más grande; hasta el punto en que no podía ver nada más que aquella cegadora luz.

Y de pronto, la luz se había ido. Así también como las ruinas, los pilares, los edificios. Todo lo que me era familiar en mis sueños. El lugar en el que había estado cada noche desde que podía recordar, se había ido.

Ahora estaba en el borde de un claro, un círculo descampado rodeado de árboles oscuros. La luna seguía en el cielo nublado. Esa luna era la única cosa que reconocía, iluminando la nieve que lo cubría todo. Todo era blanco y negro. Nieve y oscuridad. Todo excepto ella.

En medio del claro había unos monolitos de piedra, todas grabadas en runas que parecían celtas, como un mini Stonehenge. Y flotando a un metro del suelo, en el centro de las piedras estaba...

Sofi.

Ella estaba suspendida en el aire, como en esos trucos de magia donde dejaban a alguien acostado sobre la nada misma, completamente inmóvil. Llevaba un ligero vestido rosa pálido que iba desde sus hombros hasta sus tobillos y muñecas. La tela era tan delicada y etérea que parecía estar hecho de los copos de nieve que caían desde el cielo y se posaba sobre ella.

Di unos pasos hacia Sofi.

Sin embargo, mis patas se sentían pesadas de repente, como si pisara sobre cemento fresco. Miré hacia abajo y... Mis huellas estaban cubiertas de sangre. Pero sabía que no era mía. Era más bien como si la sangre estuviera emergiendo desde la tierra, como si debajo de la nieve blanca y limpia se escondiera un lago de sangre. Resistí el impulso de vomitar y comencé a correr hacia Sofi, ignorando la pesadez de mis patas. Parecía como si la tierra intentara tragarme.

Lo que no podía ignorar era ese sonido que se extendía por todo el claro. Era el canto de un pájaro. Pero no es ninguno que yo conociera. Tampoco parecía ser real. Era chirriante, triste, desesperado, casi humano y terriblemente salvaje. Y cuanto más me acercaba a Sofi, más fuerte e insoportable se hacía el canto.

Estaba a punto de llegar a Sofi, cuando comprendí que el canto eran palabras. Una sola oración. Una sola sentencia.

«Ella ya no es tu Sofi».

El corazón se me salía por la boca cuando desperté        

El corazón se me salía por la boca cuando desperté.

Me senté en mi cama, mirando la oscuridad de mi habitación. Aún era de noche y yo ya no podría dormir. Tomé grandes bocanadas de aire en un intento por calmar el vértigo y es horrible sensación de peligro. Estaba temblando y empapado de sudor frío a pesar del fresco que entraba por la ventana, donde una luna casi llena me devolvió una mirada triste.

Otra vez. Otra vez tenía ese mismo sueño. Esa maldita pesadilla.

La nieve, la sangre... Sofi flotando inconsciente entre esas rocas.

Primero fue esa Caperucita Roja albina que parece una diosa. Luego una Blanca Nieves embarazada que resultó ser mi madre biológica. Y ahora Sofi convertida en una Bella Durmiente salida de una película de Tim Burton. Realmente estaba comenzando a odiar a los hermanos Grimm. Si seguía así mi cabeza se iba a convertir en un Disney World creepy.

Sin embargo, pensar esas pavadas no quitaba el hecho de que estaba aterrado de esas pesadillas. La última vez que mis sueños cambiaron había sido para mostrarme a mi verdadera madre y a una chica que todavía no había conocido.

El don de los sueños.

Mis pesadillas no eran simples expresiones de mi subconsciente o lo que sea. Y eso era lo que más me aterraba. Si me estaban previniendo de algo...

¡No! Por más que sea una de esas estúpidas premoniciones no iba a dejar que suceda. Yo no era Anakin Skywalker. Yo no iba a dejar que unas visiones me asusten. El destino no está grabado en piedra. Haría lo que fuera para evitar ver a Sofi así. Tan pálida, tan fría... Sin vida.

 

—¿A dónde vas, corazón? —preguntó con curiosidad mi mamá cuando saqué mi bicicleta del galpón.

Ella estaba tendiendo algunas ropas mientras Mica le pasabas los broches en orden cromático. Amarillo, verde, celeste, azul... Estaba comenzando a pensar que mi hermanita tenía TOC. El ruido del lavarropas era lo único que rompía con la calma de la siesta.

—A Claro de Luna. Hay algo que quiero preguntarle al Doc, o a Esther —respondí, dándole una mirada avergonzada a mi motocicleta. Cuando la luna comience a menguar me dedicaría exclusivamente a mi moto.

—Está bien —extrañamente de acuerdo—. Pero volvé antes de que anochezca. Sabés cómo se va a poner Lucas si no estás listo a tiempo para la acampada.




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