El chico ojos de fuego

30. La hora de los monstruos

Para antes del anochecer ya habíamos encontrado un lugarcito para instalar nuestro campamento. Brenda logró llegar con Ramona hasta un claro en medio del monte, cerca del arroyo y no muy lejos de mi lugar.

La idea era pasar la noche en vela, pero de igual manera habíamos traído una carpa y bolsas de dormir. Junto con bastante comida chatarra y carne cruda para mí; ya que a mi mamá no le gustaba la idea de que su hijo se coma animales en peligro de extinción. Sabía también que mi hermana había traído un poco de cerveza y un Fetnet Branca. Después de todo sí éramos un grupo de adolescentes acampando. Aunque las armas y el agua bendita en la mochila de Lucas dijeran lo contrario.

¿Quién sabía con qué nos toparíamos en el monte? La verdad, no quería pensar mucho en ello. Pero al fin y al cabo, para eso habíamos estado entrenando estos días. Los cazadores estarían rondando constantemente el monte y los lugares forestales en busca de lobizones. Tan sólo esperaba que esperaba que ese par cazadores que nos habíamos encontrado en el Parque Industrial fueran los dos únicos en Reconquista, y que se hayan tomado este fin de semana para irse bien lejos de vacaciones. Sin embargo, también estaba la posibilidad de encontrarnos con otros arcanos, y no de los buenos. Aunque el Doc le había prometido a mi papá que un par de Centinelas estarían cerca de nosotros, por si los necesitábamos.

Sip. Esta era una acampada muy normal.

—¿Dónde va esta cosa? —preguntó Sofi, sosteniendo una varilla de metal.

—¿Dentro del otro coso? —contestó mi hermana—. ¿O ahí va el otro cosito?

Moví la cabeza con desaprobación. No podía creer que alguien que trabaje en un local de herramientas y artículos de camping estuviese hablando de cosos y cositos. ¡Y que no sepa armar una carpa! A veces me sentía aliviado de no compartir genes con esta mujer. 

—Tenés que pasarla por el agujero en la tela para darle forma —respondí, dejando en el suelo las ramas que había conseguido para el fogón y acercándome hasta donde Sofi y Brenda estaban armando la carpa. Tomé el lado que estaba sosteniendo mi hermana y le mostré a Sofi cómo se debía hacer—. Bren, buscá las estacas o sino esta cosa saldrá volando en medio de la noche... ¿Y dónde está Lucas? —pregunté al notar la ausencia de mi amigo.

—Pescando —respondieron a unisón y con el mismo gesto que usaban todos con Lucas, ese que decía: "¿qué se le puede hacer, pobrecito?"

Mientras Sofi y Brenda armaban la carpa, Lucas había estado en la orilla del arroyo colocando unas cañas de pescar. La verdad no sé qué esperaba sacar, ¿mojarritas? ¿O tal vez palometas radioactivas con tres ojos?

—¡Ey, chicos! —Como si lo hubiéramos invocado, Lucas apareció con la radio portátil en la mano. -Escuchen esto.

Ante el tono urgente de Lucas, los tres dejamos lo que habíamos estado haciendo y prestamos atención a la voz que salía del aparato.

...presentan las mismas inquietantes similitudes de casos anteriores decía un locutor de la radio local—. Es el octavo caso en la zona en lo que va del año. También se denunciaron otras mutilaciones al sur de Rosario, cerca de Rafaela y Vera.

Pareciera que los ataques a los campos formaran un camino intervino una voz femenina.

Así parece ser concordó la primera voz. Un camino que viene desde el sur de la provincia directo a Reconquista.

Entonces la voz de los locutores dio paso a una canción de Abel Pintos.

Todos nos quedamos mirando a la pequeña radio en las manos de Lucas como si, de pronto, se hubiera convertido en una extraña criatura.

Brenda fue la primera en romper el silencio.

—Son vampiros, ¿verdad?

—Y deben ser varios y muy descuidados para dejar un rastro tan obvio —agregó Lucas—. De hace más de un mes que van apareciendo estos animales desangrados.

Nadie dijo más nada. Pero todos teníamos lo mismo en mente: estos vampiros no estaban siendo descuidados, estaban dejando un rastro a propósito... como si quisieran que alguien los siguiera.

 

Una vez que tuvimos todo listo y la luna había salido, sólo nos faltó esperar a que dieran las doce. Una espera que se me hizo eterna. Y la ansiedad en todos no me estaba ayudando mucho.

Pero que Sofi decidió matar el tiempo contando historias de terror alrededor del fogón. Todo un cliché. Aunque la idea no parecía tan mala cuando uno estaba sentado sobre una frazada vieja cerca del fuego con su lindísima novia en tus brazos, con la el olor a salchichas asándose y Soda Stereo sonando en la radio portátil. Al menos así podía fingir que era un adolescente normal acampando con mis amigos. Aunque sea tan sólo por un momento...

—Pero que no sea la trama de una película o videojuego —advirtió, mirándonos a Lucas y a mí con esa mirada aterradora tan parecida a la de su tía.

—Entonces vos tampoco sacas una historia de tus libros —respondió Lucas al instante, desde el otro lado de las llamas, con una latita de cerveza en la mano y una salchicha en la otra.




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