Sofi no dejaba de gritar.
Ella estaba de rodillas sobre la tierra, mientras su pequeño cuerpo se convulsionaba entre sollozos y ese extraño chillido que salía de su garganta. Con sus manos enterradas en su cabello que las llamas del fogón pintaban de cobre.
Brenda estaba junto a ella, cubriéndola con su cuerpo y susurrando palabras de consuelo con su voz asustada y confundida. Lucas estaba a unos pasos más alejado intercalando miradas preocupadas a prima y miradas inquisitivas a tres sujetos que estaban a su lado. Tres tipos que yo no conocía y que no olían a humanos.
Instintivamente corrí hacia mis amigos y me interpuse entre Lucas y esos tres tipos, dándoles un buen vistazo de mis colmillos al gruñirles.
—¡Nahuel! —exclamó sorprendido Lucas detrás de mí, sin atreverse a acercárseme. Lo entendía, la última -y única- vez que me vio así pensó que me lo iba a comer.
—Hey, hey. Tranquilo, lobizón —dijo con sorna uno de ellos, alzando las manos en señal de paz. Ese debía ser uno de los sujetos más raros que haya visto en toda mi vida. Era un pibe de unos veinte y algo, no mucho mayor que yo. O al menos eso parecía, porque tenía ese tipo de rostro que no denota la edad. Moreno y delgaducho y con una cabeza llena de rulos que no lograban esconder las puntas alargadas de sus orejas de elfo. Pero lo más impresionante eran sus ojos anaranjados de pupilas rasgadas, como los de un zorro—. Somos amigos, no comida.
«¿Acaba de citar Buscando a Nemo?» me pregunté extrañado.
—Sí, lobito. Los duendes también vemos televisión —respondió, aparentemente ofendido—. No es como si viviéramos en medio del monte.
—Pero si vos vivís en medio del monte —terció uno de sus acompañantes, con una risa ronca. Un muchacho pelirrojo con brillantes colmillos. ¿Más vampiros?
—¿A qué te referís con "más"? —preguntó el tercero, un hombre de unos treinta años y fortachón, con la cabeza rapada. Pero no reparé mucho más en ellos porque, en ese instante, las imágenes de mi sueño volvieron, todas en un flash.
Alfonsina. Los cables envolviéndola y su camisa de franela verde cubierta de sangre de heridas que ya sanaron. Los Nocturnos. Y ese ruido...
Di la vuelta sin importarme si estos tipos raros eran o no una amenaza y corrí hacia Sofi. Ella ya había dejado de gritar, pero tenía el rostro empapado en lágrimas y los ojos perdidos en quién sabe dónde. Parecía estar en shock.
Y yo no había qué hacer para traerla de vuelta. Siendo un perro del tamaño de un ternero, me era difícil saber cómo actuar con los otros, así que simplemente me acerqué a ella y rocé su mejilla con mi hocico.
—No sé qué le pasa —admitió mi hermana con un deje de desesperación en su voz que seguía con un brazo alrededor de los temblorosos hombros de Sofi—. Estábamos esperándote y de la nada ella comenzó a gritar. Ni siquiera sabía que alguien pudiera gritar de esa manera.
No podía hablar. No podía responderle. Y aunque pudiera, no sabría qué decirle.
¿Cómo era Sofi capaz de producir un sonido así? ¿Cómo era un humano capaz de producir un sonido así?
«¿So? Sofi» intenté llamarla mentalmente, aun sabiendo que era inútil. Ella no era un arcano, ella no podía oírme...
Pero para mi sorpresa, ella pareció enfocar un poco su mirada, como cuando un sonámbulo se despierta luego de pasear por toda la casa dormido.
«Sofi. Sofi...» insistí, a la vez que frotaba mi hocico contra su cuello, sin importarme la extraña audiencia que teníamos. «¡SOFÍA!»
—Na... ¿Nahuel? —murmuró, apenas moviendo sus labios.
«Sofi. Despertate» grité dentro de su cabeza, sacudiéndola un poco más fuerte.
Sofi pareció reaccionar, pero entonces se puso a gritar de nuevo. Pero esta vez eran gritos normales. Eran palabras. Incoherentes, pero palabras al fin y al cabo. Aunque el terror en su voz era tan palpable como lo había sido el chillido en mis pesadillas.
—¡No! ¡No! Las sombras. Las sombras vienen por nosotros. Otra vez, no. No quiero. Que se vayan. ¡Decile que se vayan!
«¿Sombras?» pensé extrañado. «¿Qué sombras, Sofi?»
Brenda la tomó entre sus brazos y la acunó como a una niña pequeña, como lo haría con Mica, diciéndole que todo estaría bien y que no había ninguna sombra, que nada le pasaría. Pero Sofi seguía murmurando cosas sobre sombras que la acechaban.
Entonces lo recordé. Todas las veces que, de chicos, Lucas y yo intentábamos tranquilizarla en uno de sus ataques, cuando decía ver sombras que nos acechaban y escuchar cosas. Pero yo nunca le creí, por supuesto. Pensaba que eran sólo pesadillas, o algún tipo de esquizofrenia.
Pero al parecer, no sólo mis pesadillas se hacían reales.
Desesperado, miré al resto del grupo en busca de... La verdad no sé qué esperaba encontrar. Nadie era capaz de darme una respuesta. Pues todos miraban a mi novia de la misma forma: con sorpresa, confusión, miedo o lástima. O todo junto.
Lucas, que no había dicho ni una palabra desde que había llegado, seguía parado en el mismo lugar que antes, sin quitar sus ojos de su prima. Estaba quieto, demasiado quieto. Y un Lucas que no se movía o hablaba era el peor augurio de todos. Los otros sujetos que habían aparecido de la nada no dejaban de mover sus ojos. De mí, a Sofi y luego se miraban entre ellos.
«¿Quiénes son ustedes?» pregunté por primera vez, poniéndome de patas pero sin separarme de Sofi y mi hermana.
—Seguro Francisco te habló de mí —dijo el duende. Me pareció escucharlo decir que era un duende—. Soy Maitei, Centinela del Consejo —se presentó con exagerada solemnidad, haciendo un extraño gesto de formar una 'C' sobre el lado izquierdo de su pecho, justo donde tenía bordado un extraño escudo en su casaca—.Y estos son el Colo y el Pelado —agregó señalando a sus compañeros.
—Basta con eso, idiotul—protestó el pelirrojo con un acento áspero y duro. Seguramente habría parecido el clásico estereotipo de vampiro rumano si no fuera por su pecosa cara de bebé y brillante cabello rojo.
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Editado: 11.11.2020