Fue entonces cuando se armó un lío tremendo.
Salté sobre el troco caído y corrí hacia donde estaba Alfonsina. Ella seguía de rodillas en la tierra, intentando levantarse con las pocas fuerzas que le quedaban. Maitei estaba junto a ella, usando su cuerpo como escudo mientras luchaba con Adriano. El duende había tomado un aura casi animal mientras arremetía contra el vampiro blandiendo su lanza de doble punta como si fuera un báculo, a la vez que invocaba raíces y zarcillos que salían de la tierra intentando atrapar al vampiro. Pero Adriano era demasiado veloz para las plantas y lograba esquivarlas con facilidad. Aún desarmado, el Nocturno era un arma por sí solo, mandando golpes y patadas que Maitei apenas podía esquivar.
Mientras corría hacia ellos, vislumbré que Rodrigo y el hombre-toro, Brunner lo había llamado Walter, estaban cruzado en lo que parecía ser la batalla de judo más colosal de la historia. Eran dos montañas, una con cara de vaca y la otra con un solo ojo, que chocaban constantemente, golpeándose con una fuerza que no me atrevía a calcular. Sólo rogaba por no meterme en su camino.
Ya casi llegaba hasta ellos cuando algo se interpuso en mi camino. Era esa mujer, Mitzuki. Y ahora sabía perfectamente por qué no era como los vampiros. Ella era una naga -lo sabía porque había visto ese tipo de criaturas en algunos videojuegos-, una mujer serpiente. Hasta la cintura seguía siendo una hermosa mujer de aspecto oriental con ojos de reptil y ese extraño cabello de diferentes tonos de castaño. Pero en donde terminaba su blusa negra comenzaba una larguísima cola de serpiente que, extrañamente, se asemejaba a la de una yarará. Los mismos tonos marrones y amarillos de su cabello se repetían en patrones circulares a lo largo de su cola que debía medir más de tres metros y era lo suficientemente grande como para sostener su parte superior, como lo hacen las víboras de cascabel antes de atacar.
—¿Ibas a alguna parte? —preguntó moviendo su cola de un lado a otro. Casi esperaba que siseé como en las películas, pero ella no me dio el gusto.
«Sabés, me parece muy hipócrita de tu parte que uses pieles» le dije. «¿Qué pensarán de vos tus parientes que terminaron siendo carteras?»
Ahí estaba de vuelta. Mi sarcasmo elegía los peores momentos para escaparse de mi boca. Estaba comenzando a creer que mis últimas palabras sería un chiste malísimo. Y era muy probable que las diga esta misma noche.
—Pero sos más boludo de lo que pensé, ¿eh? —respondió la naga—. Pero como escuchaste, Walter te quiere vivo. Así que no me darán el placer de arrancarte el cuero mientras aún estás vivo —se lamentó haciendo un puchero que se vio interrumpido por su lengua bífida.
«Lo siento, pero no tengo pensado convertirme en la mascota de nadie» dije y me lancé al ataque.
Salté sobre la naga, yendo instintivamente hacia su yugular. Pero ella me esquivó con un golpe de su cola. Apenas toqué la tierra que ya me había impulsado sobre mis patas y volví a lanzarme hacia la mujer, intentando cortar su piel humana con mis garras en un movimiento instintivo. Esta vez no fue tan rápida y logré hacerle unos rasguños profundos en su brazo antes de que vuelva a lanzarme por los aires con su cola.
En realidad, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo; simplemente me estaba moviendo por puro instinto. Todas esas horas de entrenar con Lucas parecían serme inútiles en esta forma. Pero mi cuerpo sabía exactamente qué hacer. Sabía cómo debía moverme y a donde ir. Así que simplemente me puse a mí mismo en piloto automático y dejé que mi instinto me guiara.
La mordí, la rasguñé, la golpeé... una y otra vez. Y cada vez ella me lanzaba con su cola como si estuviera espantando mosquitos. Pero lo que ella no sabía que yo no estaba siendo simplemente malo en esto. Porque sabía que si yo realmente quería matarla, podría hacerlo. Pero mi intención no era herirla de verdad, todavía no.
Y por suerte, la naga no se dio cuenta de mi plan hasta que lo había conseguido.
«¡Maitei!» grité telepáticamente en cuanto logré colocarme espalda con rabo con el duende.
No sé cómo, pero Maitei descubrió rápidamente mi idea en cuanto me vio, detrás de él protegiendo a Alfonsina bajo mi cuerpo.
Clavó su palo en el suelo y la tierra comenzó a moverse bajo nuestros pies, patas y colas. Y un momento después, cientos de raíces y zarcillos salieron de la tierra y atraparon a Nocturnos. Excepto a Walter que lo vi saltar a un árbol en el momento justo. Pero no pensé mucho en eso. En menos de un minuto, los Nocturnos podrían liberarse de las trampas vegetales. Así que cargué a Alfonsina sobre mi lomo y salí corriendo de allí.
«Yo no era un cobarde» me dije. No estaba huyendo de allí. Estaba cumpliendo con mi única responsabilidad: cuidar de Alfonsina. Pelear con los Nocturnos no era mi asunto. Eran los Centinelas los encargados de poner en su lugar a los arcanos peligrosos, no un chico de diecisiete años sin habilidades para el combate. Yo sólo les estaría estorbando. La única forma de ser útil era mantenernos alejados de los Nocturnos.
Con ese pensamiento casi consolador, corrí todo lo que daban mis patas hacia el sur. Moviéndome como un perro del infierno por entre los árboles con las manos de Alfonsina enterradas en mi pelaje. Debieron pasar un par de minutos que me parecieron siglos hasta que decidí que ya era seguro parar.
Me detuve cerca de una pequeña laguna que más bien era un poso lleno de agua escondido entre una mata de árboles y arbustos espesos. Parecía lo suficientemente alejado del arroyo como para sentirme a salvo
Dejé a Alfonsina junto a la laguna y comencé a recorrer el lugar en busca de algún animalejo. Ustedes pensarán que este no era el momento de comer, y más cuando esos dos Centinelas estaban arriesgando su vida por nosotros. Pero necesitaba que Alfonsina reponga sus fuerzas. No podía dejar que siga pareciendo una muñeca de trapo, arrastrándola de un lado a otro.
#16643 en Fantasía
#8477 en Joven Adulto
profecia, licantropos vampiros, brujas amor hombres lobo banshee
Editado: 11.11.2020