Había matado a un hombre.
No escuchaba la voz en mi cabeza. Ese susurro que me decía que lo había hecho por defenderme a mí y a mis compañeros. Que si yo no lo hubiera matado, él y sus compañeros acabarían con nosotros.
Yo lo había matado y punto. Yo le había enterrado esa rama en su estómago.
Me había convertido en un asesino. En un monstruo como mi padre.
Estaba temblando y empapado de sangre, y no podía moverme. No podía hacer otra cosa que ver el cuerpo humano y sin vida de Brunner. Apenas era de lo que pasaba a mi alrededor. A penas sabía que Alfonsina seguía estando a mi lado. Apenas sabía que Rodrigo aún seguía en pie, protegiendo a Maitei - parecía estar muy débil, de rodillas y sosteniéndose de su palo- de Adriano y Mitzuki. Apenas me importó que Walter seguía parado a un margen, mirando todo con diversión. Apenas noté que, de pronto, todos estaban mirándome.
Pero, de repente, un grito de furia y agonía invadió el claro. No era el grito de una banshee, como el de Sofi. Este era un grito entre humano y animal. El grito de un corazón que se destruye.
Y fue entonces cuando Mitzuki me atacó.
La naga se abalanzó sobre mí, tirándome al suelo en un abrazo mortal de su cola. Me encontraba panza arriba, una posición que me dejaba más indefenso que una tortuga, con su cola de serpiente envolviéndome como un resorte. Su agarre sobre mí se hacía más fuerte con cada lágrima que derramaba.
—¡Hijo de puta! ¡Desgraciado! No tenías derecho, basura. —Mitzuki estaba llorando.
Acercó su rostro deformado por la cólera y el llanto al mío, tomando mi cuello con sus manos. Y entonces pude notar el ardor en mi cuello, como si alguien me hubiera quemado con la punta de un hierro al rojo vivo. Era metal bendito. Las quimeras no tenían la maldición de los Señores, ellos podían llevar objetos bendecidos. Como un anillo de casamiento.
No sólo había matado a un hombre. Había destruido una familia. Aunque malvada, seguía siendo una familia.
Pero cuando vi a Alfonsina corriendo hacia mí, gritando mi nombre antes de que el mismísimo Walter la tomara por la cintura sin que ella pudiera soltarse, recordé que yo también tenía una familia. Tenía personas a las que proteger. Tenía algo por lo que vivir. No podía dejarme consumir por la culpa y esperar a que los jueces del infierno determinen mi condena. Tenía que luchar por mi vida y por la de los demás.
Y ese sentimiento me dio fuerzas para responder al ataque de la naga, mordiendo todo lo que alcanzaban mis fauces. Nunca había probado carne de serpiente -ni como humano, ni como lobizón- pero estaba seguro de que no quería volver a probarla jamás. La carne de naga era dura y fibrosa bajo mis dientes y su sangre tenía un gusto amargo y asqueroso. Pero me aguanté las arcadas hasta que logré aflojar el agarre de la Nocturna, hasta colocarme sobre ella. Pero Mitzuki no me iba a dejar ir tan fácil; ella aún tenía su cola enroscada alrededor de mi cuello en un acto desesperado por llevarme consigo al más allá.
Pero no era la luz al final del túnel lo que veía venir a toda velocidad hacia nosotros.
En un último intento por librarme de la naga, la mordí en la oreja, logrando arrancársela de la cara. A lo Mike Tyson. Podía imaginarme el dolor que eso le provocaba porque su cola se alejó de mi cuello, justo a tiempo para saltar sobre Ramona.
La loca de mi hermana estrelló nuestra Ford 100 contra la naga, aplastándola como si fuera una lagartija.
Salté sobre el capó y caí en la caja de la camioneta, de pronto, demasiado pequeña para mi cuerpo perruno.
Instantáneamente, el olor a mis amigos me invadió. Justo antes de ellos en persona aparecieran en mi campo de visión.
—¡Nahuel! Estás sangrando —escuché la voz de Sofi una octava más alta, antes de que ella asomara su cara por la ventanilla trasera de la cabina. El terror grabado en su rostro y en el de mi hermana, que aún sostenía con fuerza el volante.
«No es mi sangre contesté» gruñí sin atreverme a mirarla a los ojos, pero por el ligero "Oh" que soltó supe que ella entendió lo que eso significaba.
En cambio, Lucas y Yemelyan me miraban con sorpresa y diversión.
—¿Lo logramos? —se preguntó Lucas con incredulidad al tiempo que Yemelyan, asomando su cabeza fuera de la caja de la camioneta, espiaba bajo la camioneta.
—¡Lo logramos, vieja! —contestó sin poder ocultar sus colmillos en su sonrisa psicópata y chocando los cinco con mi amigo—. Menos mal que se ocurrió convertir el parachoques en un arma. Tu amigo es lo más, Vârcolac.
No estaba muy seguro qué era eso de "Vârcolac", esperaba que sea algo bueno. Pero el vampiro no se entretuvo mucho más en su victoria, porque en ese momento vio a sus compañeros. Maitei seguía tratando de reponerse mientras Rodrigo continuaba aporreando al escurridizo de Adriano.
Entonces, vi que Alfonsina seguía presa del agarre de Walter. Por más que se retorcía y pataleaba no podía alejarse de su antiguo amo.
En un pestañeo y sin mediar palabras, el pelirrojo y yo salimos corriendo hacia ellos. Él fue hacia el centro del claro, donde se encontraban sus amigos, mientras yo fu a la parte este, directo hacia Walter y Alfonsina.
Yemelyan era tan rápido que apenas era un borrón de traje negro y cabello rojo. Casi no vi la espada corta que apareció en su mano izquierda hasta que saltó sobre Adriano y cortó una línea recta justo entre sus omóplatos.
El Nocturno cayó al piso con la sangre corriendo por su espalda como una capa. Y por un momento, no pude evitar sentir pena por ese niño al que le arruinaron la vida convirtiéndolo en un monstruo. Pero uno menos de ellos significaba más vidas de personas inocentes.
Por otro lado, me hubiera gustado apreciar la ferocidad del vampiro rumano, pero yo tenía otro objetivo al que arrancarles algunas extremidades de su cuerpo. Pero antes de que pudiera arrancarle un brazo, el líder de los Nocturnos lanzó a Alfonsina por los aires y saltó a lo alto de un árbol.
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Editado: 11.11.2020