El chico ojos de fuego

36. Vida por vida

Este era el plan:

Los chicos correrían hacia Ramona, mientas yo distraía a Walter. En caso de que él decidiese esquivarme e ir hacía ello, estaría Alfonsina para detenerlo. Brenda intentaría arrancar la camioneta -si es que podía, porque Ramona estaba completamente destruida, reducida a chatarra- al tiempo que Lucas y Sofi buscarían las armas que dejaron en la caja. Esperábamos que la puntería de Lucas nos sea de ayuda otra vez. Si milagrosamente lográbamos matar a Walter, tomaríamos a los Centinelas -vivos o no- y nos rajaríamos de ese endemoniado monte.

Y casi funcionó.

Al menos hasta que Walter me lanzó a la otra punta del claro y Alfonsina quedó presa de su antiguo amo, con la única mano de este alrededor de su cuello, quitándole todas las fuerzas que le quedaban.

Intenté levantarme de nuevo, pero esta vez, al caer, me había roto una pierna.

«Bien hecho, Nahuel» me regañé.

Aterrado, me quedé viendo cómo las últimas gotas de vida se escapaban de los labios morados de Alfonsina. Sus ojos cafés fijos en el Nocturno.

¿Por qué? ¿Por qué me pasaba esto? ¿Por qué tendría que ver morir a Alfonsina; a cada uno de mis amigos, como lo había hecho con los Centinelas? ¿Ese era mi destino? ¿Ver morir a las personas que deseaba proteger?

Entonces algo ardió dentro de mi pantalón... Esperen, eso sonó mal, ¿verdad? Metí la mano en mi bolsillo y allí estaba. La bolita mágica que me había dado Nara. ¿Cómo había llegado eso al bolsillo de mi pantalón? ¿Ni siquiera sabía por qué tenía puesta esta ropa? Pero ahí estaba, esa extraña albóndiga vegetal. Sólo que ahora no se veía como una albóndiga vegetal normal. La bolita parecía brillar bajo la luz de la luna, como si tuviera brillantina mágica o algo.

«¿Qué estás esperando, boludo?» me pareció oír la voz de Nara en mi cabeza. «Comete la puta bola mágica.»

Y así lo hice.

Podría contarles de lo horrible que sabía la cosa esa. Pero la verdad es que no pude prestarle mucha atención a su sabor, porque, en cuanto la tragué, la bolita pareció disolverse en mi cuerpo. De pronto, una extraña fiebre estalló dentro todo mi cuerpo y barrió con cada dolor y herida que tenía; como si esa bolita fuera una Semilla del Ermitaño, llenándome de energía en tan solo un latido de corazón.

Sin pensarlo mucho, me puse de pie, listo para acabar con ese vampiro aunque sólo fuera un humano debilucho.

Pero entonces, BAM.

Walter dejó caer a Alfonsina y dirigió su mirada hacia el agujero que había en su pecho, tan cerca de su corazón.

Mis ojos no podían creer lo que veía... Bueno, en realidad sí.

Sofi estaba parada junto a la camioneta, apuntando a Walter sin vacilación, con la propia arma del vampiro. El rostro de Sofi era hermoso y bestial a la luz de la luna, como la encarnación de una superheroína de comics.

No puede evitar pensar algo tan estúpido como: «esa es mi chica».

Pero todo volvió a pasar demasiado rápido.

En un abrir y cerrar de ojos, Walter había se había olvidado de Alfonsina y se había deslizado -porque ese tipo no corría, flotaba a centímetros del suelo- hasta Sofi, tomándola como rehén.

Desesperado, corrí hacia ellos.

—No, no —susurró, chasqueando la lengua. La voz seductora y la mirada furiosa de Walter me detuvieron a pocos pasos—. Yo no lo haría si fueras vos. ¿O querés que le rompa el cuello a tu novia? —agregó acercando su rostro al cuello de Sofi. Ella permaneció inquebrantable, con su vista fija en mí; aun cuando el asqueroso vampiro olfateo su cabello, soltando un suspiro—. Mmm... Deliciosa.

—Soltala, hijo de remil putas —gruñí, ardiendo por la rabia y la magia de Nara.

Podía sentirlo. Ya estaba completamente curado y con mis fuerzas recuperadas. Estaba listo para cambiar. Y mi cuerpo -ni lento, ni perezoso- ya estaba hirviendo con el fuego de la transformación. Esta vez casi no dolía. Quizás porque me estaba acostumbrando al fuego, o quizás porque nunca deseé tanto convertirme en la bestia. Nunca deseé con tantas fuerzas matar a alguien como ahora.

—Dije que la sueltes —repetí, dando un paso al frente. Sentía como el fuego cambiaba mi fisonomía; como mis garras crecían y mi rostro tomaba rasgos más feroces. Quizás no alcanzaría a convertirme en bestia, pero con esto me bastaba—. Sé que no la querés a ella. Vos me querés a mí. Vos me necesitás a mí.

—¿Y quién dice que no puedo hacer lo que quiera con tu amigita? —agregó con una expresión casi inocente, pero su voz seguía siendo fría y amenazante—. Ustedes mataron a mis tres... Siervos suena muy feo, ¿verdad? Digámosle compañeros. Es justo que yo me quede con al menos tres de tus amigos. Ojo por ojo, vida por vida ¿no?

En ese momento, mis ojos se fueron hacia mis amigos. Sofi seguía en sus asquerosas garras, intentando mantener la calma. A sus pies, Alfonsina yacía inconsciente en la tierra, pero el sube y baja de su pecho me decía que aún estaba viva. Lucas y Brenda estaban en la camioneta. Mi hermana, en la cabina de Ramona, dejó de intentar arrancar la camioneta y ahora no me sacaba esos ojos chocolate llenos de terror de encima. En cambio, Lucas estaba en la caja, con Daimon en la mano, pero no se atrevía a tirar por miedo a darle a Sofi.

Yo no iba a permitir que les haga daño a ninguno de ellos

—Ni lo pienses —rugí—. Vos me necesitás vivo —agregué, con una sonrisa psicópata deformando mi expresión, y llevé una de mis afiladas garras a mi cuello—. Elegí: o soltás a Sofi, o te quedas sin el ingrediente principal de tu proyectito.

—Sos astuto, pibe —sonrió divertido, el desgraciado—. Pero no tanto.

En ese momento, la mirada fija de Sofi atrajo mi atención. Ella no se veía asustada o enfurecida. Sino que una extraña calma bañaba sus rasgos. Ella se tan veía decidida, tan valiente, que no pude evitar pensar que yo no la merecía. Que mi otra mitad no podía ser una criatura tan hermosa.




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