El chico ojos de fuego

37. Su corazón se detuvo

Todo había comenzado por Sofi.

Ese día en la armería, cuando mis ojos volvieron a encontrarse con los de ella. En ese instante, la maldición se despertó y nuestros destinos fueron sellados.

Pero todo había comenzado mucho antes.

Antes de nuestro primer beso, esa tarde junto al arroyo.

Antes de nuestra boda de mentiras, de nuestras promesas.

Todo había comenzado cuando la vi por primera vez. Cuando yo tan sólo tenía tres años y caminé torpemente sobre mis piernitas hasta un cochecito de bebé, curioso por qué criatura se escondía ahí. Y cuando asomé mi cara, de puntas de pie y con mis manitos fuertemente agarradas al cochecito, me encontré con ella. Ahí estaba, todavía siendo una bebé de dos años, con unos risos tan dorados como el sol, sus cachetes pecosos y regordetes, y una hermosa e incompleta sonrisa. Una sonrisa que parecía pertenecerme sólo a mí, que siempre me perteneció sólo a mí.

Y en medio de tanta perfección estaba un par de enormes y curiosos ojos del color de la miel, del sol y la arena. Cuando nuestras miradas se cruzaron, fue como si el mar chocara por primera vez con una playa firme. Y desde entonces, el mar siempre volvió a la playa. Una y otra vez. Yo siempre volvía a ella.

Sofi era mi comienzo.

Mi alfa y omega.

Sofi sería mi fin.

Porque esto se estaba terminando. Sofi se estaba yendo. Y yo me iría con ella. Esa era la innegable verdad

—Tranquila. Todo va a estar bien —murmuraba Lucas con voz suave y tranquilizadora, con el rostro inclinado para poder ver a su prima, mientras le acariciaba su cabello, una cascada rubia, enmarañada y empapada de sangre—. Todo va a estar bien... Vas a estar bien.

En cuanto me vio llegar, mi hermana corrió hacia mí y, colocando mi brazo alrededor de sus hombros, me ayudó a llegar hasta Sofi. Los tres estaban llenos de tierra, sangre, pasto, moretones y rasguños. Alfonsina también había recobrado el conocimiento -al menos en parte- y recostada sobre la camioneta como una muñeca de trapo. Mis amigos, mi familia. No había podido protegerlos. No fui lo suficientemente fuerte para protegerlos. Y ahora...

Sofi.

Ya no pude más. El fuego, la adrenalina, la ira... Todo se había ido, dejándome solo un vacío helado. Mis rodillas se rindieron al fin y caí junto a Sofi, convulsionando entre lágrimas jadeos casi animales.

—Sofi —susurré, abrazando su cuerpo, apoyando mi rostro en su pecho, tomando su rostro entre mis garras. Sin saber qué hacer. Ella apenas respiraba y su corazón tartamudeaba dentro de su pecho, y la sangre... La sangre no dejaba de salir de la herida en su cuello.

—No le queda mucho tiempo, Nahuel —dijo desesperadamente Brenda. Ella estaba arrodillada a mi izquierda, sosteniendo la mano de Sofi. Se oía casada y triste, cuando le tomó el pulso—. Está perdiendo mucha sangre.

—Es la mordida —murmuró Alfonsina, como queriendo despertar de un letargo—. El veneno ya está consumiendo su sangre. No va a tardar en llegar al corazón.

—¿No podés chupárselo como el de las víboras? —gritó Lucas, desesperado por una salida.

—No es tan fácil —respondió, y en su mueca se veía cuanto odiaba su propia respuesta—. Además, ya perdió mucha sangre. Si bebo su sangre para sacar el veneno la desangraré por completo.

—¡Hacé algo! —rugí—. ¡Lo que sea, pero hacé algo!

—Vos sabés de esto —agregó Brenda, intentando sonar más calmada—. ¿No hay nada que podés hacer?

Alfonsina la miró, y luego a Lucas. Y a mí. Tomó una gran bocana de aire.

—Sólo hay una cosa que puedo hacer —dijo, con miedo, resignación y tristeza—. Pero es peligroso. Puede que no funcione.

—¿Qué es? —grité.— ¡Decilo!

—Un vínculo —contestó—. Darle mi sangre.

—¡Hacelo entonces!

—Nahuel... es peligroso. Ella no es humana. No sé en qué podría convertirse si le doy mi sangre.

—¡No voy a dejar que muera! —repliqué, sintiendo como las lágrimas caían por mi rostro—. Si es la única solución, hacelo.

—No me importa lo que sea —agregó Lucas, con lágrimas y determinación en sus ojos—. Es mi prima. ¡Quiero que viva!

En ese momento, los párpados de Sofi revolotearon.

—Hacelo... —susurró.

—¡Sofi! —exclamé acercándome a ella, acariciando su rostro empapado de sangre y lágrimas—. Sofi resistí. No voy a dejar que te pase nada. ¿Me escuchaste? Nunca te dejaré.

—Por favor —repitió y me tomó un momento comprender que se dirigía a Alfonsina. La vampira miró a Sofi y luego a mí. Asintió solemnemente.

—Está bien —aceptó y se volvió hacia Lucas—. Ayudame a llegar a ella.

Sin más palabras, Lucas dejó dulcemente a Sofi en el suelo y fue hacia Alfonsina, ayudándola a llegar hasta su prima.

Alfonsina se llevó su muñeca izquierda a la boca, con sus colmillos a la vista. Un hilo de sangre corrió por su brazo cuando se mordió. Luego posó su muñeca sobre los labios de Sofi, mientas la sangre caía dentro de su boca entreabierta. Un momento después la retiró.

Durante unos segundos no pasó nada.

De pronto, deje de escuchar los latidos se Sofi. Su corazón se detuvo.

Quise gritar hasta que mis pulmones se rompieran. Pero lo que salió de mi garganta no fue el nombre de a la chica que amaba y acababa de morir, sino un agudo y desgarrador aullido.

Quería huir. Quería desaparecer. Pero no podía moverme. Ya no me quedaba fuerzas para moverme. Ya no quedaba nada dentro de mí.

—Sofi, mi pequeña Sofi —susurraba Lucas, sin dejar de acariciar las mejillas de su prima.

La miré. Ella estaba tan hermosa como siempre. Su rostro se veía sereno, como si estuviera dormida, sus parpados cerrados de azulados y sus pestañas hacían sombra sobre su piel manchada de tierra y sangre que parecía pata bajo la luz de la luna, sus labios manchados de rojo.

Quería besarla. Darle un último beso. Tal vez si lo hacía despertaría como La Bella Durmiente de mis pesadillas.




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