El chico que por amor vendió su alma al diablo

Recientemente, simplemente no me importa una mierda nada.

Ha pasado casi un mes desde que escribí por última vez, cuando estuve enfermo, ya estoy muy bien de salud. No he visto a María en un buen rato, a veces se me presenta en sueños la mujer que pedía sangre, he escrito muchas cosas, pero al poco tiempo las borro, no siento esa necesidad de descargar lo que traigo dentro por medio de la pluma. Hoy en la mañana me vi en el espejo del baño y me sorprendió ver uno de mis ojos desviados y el otro con el iris blanco, tenía heridas en mi cara que supuraban un líquido color naranja, tenía ojeras largas y profundas, luego de que pasó la sorpresa me acerque al reflejo y no vi nada en mis ojos, acerqué un dedo a las heridas de mi cara, la piel estaba levantada (aunque aún unida por sabrá dios qué) y se sentía pegajosa, con una de mis uñas rasqué un poco en la llaga, una lámina de piel se desprendió fácilmente cuando con una pinza hecha con dos dedos estiré suavemente, la lámina de piel se despegó de mi cara mientras unas hebras de la sustancia naranja se rompían a medida que se separaban. Abrí el grifo con la intensión de lavarme, eché un poco de agua con la predisposición de sentir dolor, con esa preparación con la que esperas el golpe de alguien más grande que tú, con la misma expectación con la que esperas un sobresanto mayor, pero no sentí nada, al mirarme nuevamente con desconcierto, me di cuenta de que estaba perfectamente como antes.  

Fui a visitar a mi madre con la intención de platicarle de María, la cosa se había armado gorda cuando se enteró de que estaba con la chica X y se armó igual cuando todo acabó; estoy un poco inseguro sobre contarle o no. Decido que lo haré. Y su reacción no fue del todo agradable, comencé a comentarle mientras su expresión se volvía cada vez más seria, mientras más seria se ponía más me arrepentida de haber empezado la charla, pero una vez había empezado no me podía detener. Su sermón fue un poco genérico y se basó en que tenía que pensar bien las cosas, que las cosas era mejor que no se repitieran, que me habían dejado muy mal como para volver a tropezar con la misma piedra, que era más conveniente para ambos que no me volviera a embriagar con la misma babosa en diferente presentación... Me dejó pensando, las cosas son difíciles y ahora piensa ¿Qué hubiese pasado si hubiera dado su aprobación? Pero también piensa: Madre siempre ha tenido la razón, madre nunca se equivoca... Yo sí. ¿En qué me acabo de meter? Estoy perdido, sin mapa, sin brújula y sin estrella del norte para encontrarme en el espacio. Soy el agujero negro que hay en la caja de mis costillas, paradójico, pero es en parte verdad, me he tragado lo que había dentro de ese cofre, e igualmente nadie sabe y nadie sabrá dónde es que voy a vomitar lo que llevo, o dónde está, o si en algún momento lo regurgitaré... De cualquier modo; C’est la vie. 

Esa noche soñé el escenario opuesto, la misma historia pero ahora madre me daba su consentimiento y su aprobación, durante la plática no pudo evitar aparecer en la escena la mujer que pedía sangre, aparecía como un vendedor que tocaba a la puerta, como la voz en la radio, y en el fondo saludándome y haciendo los mismos ademanes que en el primer sueño en la hipnosis... Finalmente también soñé un futuro, después de la aprobación que de todos modos no dejó de tener un toque incómodo, había pasado una semana y estaba a punto de presentarlas la una a la otra, las cosas marcharon de maravilla porque mi madre nos invitó a comer en un restaurante fino, teníamos para escoger cinco opciones de entrada, plato fuerte y postre, además de vino blanco o tinto, dependiendo de lo que escogieras para comer... Todo estuvo en orden en la cena, mi madre y María se llevaron perfectamente, yo me perdía en la forma en que ellas socializaban y se llevaban cada vez mejor las cosas que platicaban y que tenían en común. La mujer que pedía sangre aparecía de nuevo como el mesero que se acercaba a nosotros a preguntarnos si todo estaba en orden, y mi madre y María no se percataban de cuáles eran sus verdaderas intenciones, yo procuraba no verme extremadamente nervioso... aunque lo estaba... y aunque se notara.  

Cuando despierto tengo una sensación de culpa, siento un peso muy grande en mis hombros y una amargura tibia en el corazón, siento como si muriese por dentro y de a poco, así como las flores se mueren y marchitan. Siento culpabilidad por defraudar a mi madre, porque sé que le romperé el corazón haga lo que haga, quizás para esto estamos los hijos en el mundo, pero, no puedo evitar sentir la necesidad de impedirlo, de algún modo sé que la voy a hacer sufrir y si ella sufre yo sufro, los hijos no tienen motivo alguno para hacer sufrir a los padres, pero así es siempre; ha de ser una ley de vida o algo así por el estilo. 

Creo que es todo por hoy...




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