Las aves volaban sobre mi cabeza, el aire era fresco y esperaba lo mejor de ese día.
Tendría que conducir 5 horas seguidas para llevar al grupo juvenil de coristas a un concurso nacional muy importante para nuestro pueblo —en especial para el ayuntamiento— pues el alcalde había huido con todos los recursos económicos, dejando a su hijo pequeño con la niñera y cientos de pueblerinos enardecidos; si nuestro grupo lograba ganar el famoso concurso, el premio nos pertenecería, y el dinero se utilizaría para comprar un autobús. Mientras tanto, los coristas y yo deberíamos llegar en el camión de pollos de mi tío, era el único camión disponible, suficientemente grande y medianamente limpio para transportar humanos.
Mi tío era el hombre más desconfiado del mundo y cuando pidieron su camión prestado no se negó —siempre y cuando lo condujera él—, entonces el destino jugó en su contra y se rompió la pierna derecha, por su condición era imposible que cumpliera esa tarea, negándose rotundamente a que un desconocido lo hiciera, me lo pidió a mí, su sobrina y una de las pocas personas en las que confía.
—¿Están todos? —les pregunté a los coristas.
—¡Siiiii! —cantaron, alargando la última letra subiendo y bajando de tono.
—No canten —les dije—, no hay que gastar la voz antes de tiempo —sugerí para que cerraran la boca.
—Gracias por lo que está haciendo por nosotros señorita —habló una niña.
—Me van a pagar $30 dólares, es casi un gusto cariño. ¿Hay algo que deba saber? ¿Alguno es alérgico a algo? —negaron con la cabeza— ¿alguno tiene que ir al baño? —negaron con la cabeza— ¿alguno se marea si no va al frente? —negaron con la cabeza— ¿Alguno está embarazado? —negaron lentamente con la cabeza— Bien, por último, díganme Tenesi.
—¿Quiere que le digamos nuestros nombres? —me preguntó ella con ilusión.
—Hmmm. —fruncí la boca pensando— No.
Cerré la puerta y puse el seguro para que no se salieran a mitad de camino rodando por la carretera hacia una muerte segura.
Entré en el camión, detrás de mi asiento había una malla que era lo único que me separaba de los coristas, estaban sentados en dos largas tablas que eran sostenidas por dos baldes de pintura vacíos a cada extremo, niños a un lado, niñas al otro, les dí un vistazo rápido por el espejo retrovisor sin prestar mayor atención antes de encender el motor y abrocharme el cinturón, empezando un viaje —que sin saberlo— cambiaría mi forma de ver la vida.
—¿Y cuál es el plan señorita Tenesi? —se interesó la misma niña de antes, cinco minutos después de salir del pueblo.
—Parada para ir al baño, almorzamos en algún McDonald's al lado del camino y de vuelta al camión, otra parada para el baño y si tenemos suerte estaremos en el concurso a las 4:15 pm, con 45 minutos de ventaja.
—¿No cree que necesitamos más tiempo para arreglarnos?
—Les importa su voz, no como luzcan.
La niña dejó sus ojos en blanco y se rindió con la conversación, sentándose de nuevo con las demás. No tardó mucho para que los murmullos y las risas comenzaran ahí atrás, hablado entre ellos. Continué conduciendo una hora más, antes de que otro corista molesto interrumpiera el viaje con su petición de ir al baño. Cuando estacioné el camión en la gasolinera más cercana, resultó que todos querían bajarse a estirar las piernas y descargar la vejiga.
—Vamos, vamos, eso es, dame la mano —ayudaba a bajar a los coristas del camión— bueno, no quiero que se separen, tómense de las manos y vamos al baño; si pasa algo gritan, ¿vale? No quiero que hablen con extraños, ni que acepten nada de nadie ¿de acuerdo? —asintieron.
Me aseguré de que los baños de hombres y de mujeres estuvieran vacíos y cada uno entró al correspondiente, me quedé afuera cuidando las puertas para asegurarme de que nadie entrara o saliera sin mi autorización.
Había una motocicleta al lado del camión con las llaves puestas, pensé: ¿qué estúpido deja su motocicleta con las llaves puestas?, se la podrían robar. Entonces un tipo con una gran cicatriz en la cara, que bajaba desde su ceja hasta la mitad de su mejilla derecha y sobre su ojo, subió a ella y salió conduciendo por la carretera a toda velocidad, creí que nadie pensaría si quiera en acercarse a una motocicleta cuyo dueño se ve como un villano de películas para niños y supuse que eso le daba la confianza suficiente para dejarla con las llaves puestas.
Un chico salió de la tienda, se me hizo muy parecido a Dan y sin pensarlo dos veces salí corriendo hacia él, ocultándome tras el camión. El chico no se daba vuelta y la guitarra en su espalda imposibilitaba aún más verle la cara, estaba ahí, viendo hacia la carretera como si buscara algo.