—¿Qué te pasa? —me preguntó Olivia, mientras me pasaba la última copa para completar la mesa.
Estábamos preparando una mesa especial para esa noche, una reserva exclusiva que ella iba a atender personalmente, ya que era una mesa VIP y Olivia se encargaba de todas las VIP.
—Nada, ¿por qué? —pregunté, tratando de disimular el cansancio.
—No paras de bostezar, ¿no has dormido? —preguntó Olivia, observándome con curiosidad.
Me sentí algo incómoda, sin saber cómo explicarle que había pasado toda la noche viendo a un chico que ni siquiera sabía que existía, jugando videojuegos.
—He tenido insomnio, lo de siempre —respondí, intentando sonar lo más convincente posible.
La verdad es que anoche, por primera vez, no experimenté el insomnio habitual. Aunque tenía un sueño inmenso, verlo a él resultaba mucho más entretenido. No podía apartar la vista de la pantalla, cada movimiento suyo era fascinante, como si no pudiera dejar de observarlo, aunque mi cuerpo me suplicara descansar.
—¿Y qué tal si...? —comenzó a decir Olivia, pero la interrumpí de inmediato.
—No puedo pagarlo —le respondí con sinceridad, sabiendo que ella ya conocía la respuesta.
Olivia siempre intentaba hacerme regresar a mis terapias, pero no entiende que hablar con alguien cuesta dinero, y es algo que no puedo permitirme en este momento. Hay tantas cosas de las que preocuparme ahora, tantas prioridades que no dejan espacio para algo que, aunque esencial, se ha convertido en un lujo.
—Necesitas un respiro, Aida —dijo ella, quien conoce toda mi situación y es mi mejor amiga, un detalle que olvidé mencionar antes.
—Haré como si no hubiera escuchado eso —dije, dándome la vuelta y regresando a la cocina.
El restaurante ya era bastante lujoso, así que imaginen cómo será la cocina. A pesar de todo, solo nos pagaban muy poco, pero no me quejo porque hay personas que, por más que lo intenten, no consiguen trabajo. Sin embargo, no niego que si se me presenta una mejor oportunidad no dudaré en aprovecharla.
Entré a la cocina solo para saludar a Giuseppe, el mayor de los hermanos Ricci, uno de los mejores chefs que he conocido en mi vida, junto a su hermano menor, Alessandro. Aunque, irónicamente, la palabra 'menor' no le hace justicia, ya que tiene veintisiete años, seis más que yo.
Giuseppe estaba balanceando una pizza por los aires con destreza, como siempre hacía para estirarla perfectamente.
—Hola —dije, colocándome a su lado, observando sus movimientos con admiración.
—¡Ciao, tesoro! —me respondió, saludándome con una sonrisa cálida mientras dejaba la pizza sobre una tabla de madera impecablemente limpia.
—¿Te interrumpo? —pregunté, algo dudosa.
—¡Para nada! —exclamó, mientras se limpiaba las manos con un trapo blanco—. Mira, estoy preparando una pizza napolitana, tu favorita.
—¡Qué delicia! —dije, casi sintiendo el aroma de la salsa de tomate que ya comenzaba a extender sobre la masa.
Era imposible no salivar.
—Haré una para ti cuando se vaya la gente, ¿quieres? —añadió, con una sonrisa traviesa en el rostro, como si supiera que era una oferta irresistible.
—Por supuesto... —respondí sin dudar, aunque en ese momento, sin saber por qué, mi mente recordó al chico que vi comiendo pizza en vivo anoche, con un gesto tan genuino de placer que aún me sorprendió.
—¿Aida? ¡¿Pero qué haces aquí?! —exclamó Alessandro al llegar, con una mezcla de sorpresa y frustración—. ¡Tienes que atender a las personas!
—¡Lo haré, pero no me grites! —respondí, alzando la voz ligeramente, aunque intentaba mantener la calma.
—Los italianos somos así... —susurró Giuseppe, sin apartar la vista de la pizza sobre su mesa, mientras con una mano experta cubría la masa con mozzarella—. Parece que gritamos, pero no lo hacemos de verdad.
—¡No te estoy gritando! —dijo Alessandro, ahora con una expresión más seria—. ¿Quieres que la gente huela el olor a comida que emane de ti después de estar aquí? ¡Vete ya!
—No seas tan duro con ella... —respondió Giuseppe de nuevo, con una calma inquietante, como si el conflicto no fuera con él, mientras colocaba más ingredientes sobre la pizza, como si el mundo siguiera su curso.
—¡Traje perfume! La gente no lo va a notar... —repliqué, en un intento de justificarme, aunque sabía que mi presencia no era la más apropiada en ese momento.
—Es cierto... la gente no lo notará —dijo Giuseppe, con la mirada perdida en la magia de la pizza, como si estuviera en otro mundo, flotando entre la salsa y la mozzarella.
—Vete —me ordenó Alessandro, su tono más autoritario que nunca.
—Podría pedir un aumento por aguantar tu mal genio, ¿sabes? —comenté, en tono burlón, cruzándome de brazos, aunque una sonrisa juguetona asomaba en mi rostro.
—Con gusto yo te lo daría, hay que tener agallas para aguantarlo... —respondió Giuseppe, mientras seguía armando la pizza con una destreza que parecía ensayar todos los días.
—Sabes muy bien que no somos nosotros quienes administramos el dinero —dijo Alessandro, colocándose el gorro de chef con una expresión que denotaba que ya estaba dejando el tema atrás para concentrarse en lo siguiente.
Se adentró aún más en la cocina, ya inmerso en su mundo de sartenes y ollas.
Sí, sé que parece que estamos discutiendo, pero en realidad, nosotros siempre nos llevábamos así. Era nuestra costumbre, nuestra forma de interactuar, como una especie de danza verbal. A veces, parecíamos como perros y gatos, pero, al final, sabíamos que no había maldad detrás.
—Lo sé... —suspiré, más por el cansancio de la rutina que por otra cosa, aunque me sentía tranquila.
—Hablaré con mi padre en cuanto pueda, sé que se está pasando con el tema de la paga, y no es justo —dijo Alessandro, su tono más suave ahora, con un atisbo de preocupación por el trato que recibíamos.
—Está bien, tranquilo —sonreí débilmente, aunque mi mente ya se había preparado para salir de la cocina y tomar un poco de aire.