—¿Unos tragos o qué? —propuso Boris con una sonrisa desafiante, mientras levantaba la mano para llamar a un camarero—. Quiero dos champagnes bien fríos y cuatro copas, por favor.
—Con dos no van a alcanzar —dijo Alessandro, riendo y levantando una ceja, divertido por la propuesta de Boris.
—Pero apenas estamos comenzando, no seas tan apurado —respondió Boris, lanzándole una mirada burlona—. Eres un borracho de primera.
—Ambos lo son —replicó Olivia.
Me reí para mis adentros, tratando de no intervenir en su conversación.
Aunque el VIP estaba poco concurrido, parecían ser todos influencers bastante conocidos. No quería mirar demasiado a Rex, porque seguro pensaría que soy una acosadora, cuando en realidad, casi ni lo conozco. Pero sí me gustaría poder decirle que anoche lo vi por primera vez y agradecerle por las sonrisas que, sin querer, me sacó. Claro, eso jamás lo haría. Porque así soy: indecisa, insegura, siempre atrapada en mis propios pensamientos y temores, incapaz de dar el primer paso.
Prefiero hacer como si no estuviera pasando nada, porque en realidad no hay nada que deba suceder.
—¡Oh, Dios! Aida, tienes que ver esto —me dijo Olivia, con la mirada fija en el bullicio que se formaba en el piso de abajo.
Estábamos sentadas cómodamente en uno de los sillones, mientras Olivia se encontraba cerca de las barandillas. Intrigada, me acerqué a ella y miré lo que estaba señalando. Lo que vi me dejó completamente atónita. Un grupo inmenso de chicas y chicos (aunque había una mayoría de chicas) se encontraba apilado abajo, con las manos extendidas hacia arriba, como si esperaran algo. El bullicio era ensordecedor. Gritaban el nombre de Rex e Ian con una intensidad que parecía no tener fin. En el momento en que ambos se asomaron por el balcón y se apoyaron en las barandillas, las chicas estallaron en un clamor aún más fuerte, un griterío que parecía romper el aire, como si la presencia de los chicos fuera lo único que importara en ese instante.
—Vaya... —le dije a mi amiga, aún sorprendida por lo que veía.
—Fans frenéticas —comentó Olivia, sin apartar la vista de la escena que se desarrollaba ante nosotras.
Me acomodé nuevamente en mi asiento, tratando de asimilar lo que estaba sucediendo.
—Me pregunto qué sentirán al ver todo eso —dije, pensativa—. Yo me sentiría completamente agobiada...
—Te ves agobiada ahora, y eso que no están así por ti —Olivia soltó una risita, sin dejar de observar el bullicio que se desataba abajo.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, demasiado rápido. De repente, una oleada de pensamientos me invadió. Pensé en mamá y también en los platos que no había tenido tiempo de lavar y en las dos facturas pendientes que aún debía pagar, lo que me hizo cuestionar por qué acepté venir aquí en primer lugar. Podría estar en casa, ahorrando tiempo y dinero, siendo más responsable con todo lo que realmente importa, aunque, en realidad, no haya gastado nada aquí. Pero esa sensación de incomodidad seguía acechándome, sin darme tregua.
Y, no sé por qué, pero el bullicio de las chicas abajo solo intensificó mi ansiedad, acelerando mi respiración y recordándome todo lo que había dejado atrás, todo lo que debería estar haciendo, todo lo que me pesa y no puedo evitar.
Para mí, todo esto es demasiado. Llevo tanto tiempo aislada, sin salir, sin enfrentarme a lo que realmente está pasando dentro de mí. Y ahora, de repente, todo ha cambiado de una forma tan impredecible, tan fuera de control, que ni siquiera sé cómo reaccionar. Es como si estuviera atrapada en un constante tira y afloja: aunque me obligue a reír, a trabajar, a caminar, todo sigue estando vacío por dentro. Como si mi cuerpo estuviera en marcha pero mi mente permaneciera atrapada en una especie de niebla densa, que no me deja ver ni respirar. A pesar de las sonrisas que ofrezco al mundo, de las palabras que pronuncio, sigo sintiéndome ahogada, como si fuera un espectador en mi propia vida, incapaz de escapar de esta oscuridad que se aferra a mí.
—Necesito aire —dije de repente, poniéndome de pie con una sensación de agobio que ya no podía ignorar.
—No es necesario que bajes —respondió Alessandro, con voz tranquila—. Detrás de ti hay una puerta corrediza que da a la terraza.
Asentí sin decir una palabra, agradecida por la opción que me ofrecía. Me dirigí rápidamente hacia la puerta, pasando por al lado de esos chicos famosos sin detenerme, como si estuviera en piloto automático. Al deslizar la puerta y sentir el aire fresco golpeando mi rostro, una ola de alivio recorrió mi cuerpo. Cerré los ojos un momento y le agradecí a Dios por no permitir que el agobio se convirtiera en un ataque de pánico en medio de la fiesta.
Cerré la puerta suavemente detrás de mí y me dirigí hacia las barandillas, buscando el espacio para despejar mi mente. Extendí la mano y, sin pensarlo, comencé a golpear las barandillas con una fuerza inesperada, sintiendo el impacto sin que el dolor me detuviera. Cada golpe parecía liberar algo dentro de mí, como si el sonido metálico pudiera ahogar la ansiedad que me invadía.
—¿Por qué...? —susurré, mirando al cielo, sintiendo cómo mis ojos se llenaban de lágrimas que amenazaban con caer—. ¿Por qué no puedo ser una chica normal? ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?
Cada vez que intento encajar, algo dentro de mí se resiste, como si todo lo que quiero fuera una vida simple, sin tanto ruido ni tantas expectativas. Pero no sé cómo llegar allí, no sé cómo dejar de sentirme tan... diferente.
Sé que la palabra "normal" está sobrevalorada, pero no puedo evitar desearla con toda mi alma. Ojalá pudiera retroceder el tiempo, volver a aquellos momentos en los que todo parecía más sencillo, más ligero. A cuando... a cuando era feliz. A cuando éramos cuatro, y no solo dos. A esos días en los que, aunque todo no fuera perfecto, al menos sentía que el mundo tenía un propósito, que no me faltaba nada. Pero ahora todo parece distinto, como si una parte de mí se hubiera quedado atrás, atrapada en el pasado, mientras el presente me consume con sus exigencias.