El chico que salvó mi vida

Capítulo 8

—Yo quiero carbonara —dijo un hombre, mirando luego a su mujer—. ¿Y tú? ¿Qué quieres?

—Lo mismo que tú, cariño.

—Perfecto, dos carbonaras y... ¿qué me sugieres para beber? —me preguntó, con un tono algo inquisitivo.

Me quedé pensativa un momento, ya que, en casa, generalmente suelo acompañar la pasta con jugo o agua.

—Un vino blanco les quedaría perfecto —sugerí después de reflexionar—. Podría ser un Chardonnay o, si quieren probar algo más típico, la especialidad de Italia: un Pinot Grigio.

La mujer, con una sonrisa mucho más amable que la de su esposo, me miró y preguntó:

—¿Por cuál te decidirías tú?

El hombre la miró de manera extraña, como si no quisiera que ella hablara más que él, como si sus palabras le resultaran inoportunas o molestas.

—Optaría por el Pinot Grigio —respondí, con seguridad.

—Bueno, entonces no se diga más... —dijo el hombre, y, tras un breve gesto de aprobación, me retiré rápidamente para hacer la orden.

Después de atender a la gente, las horas pasaron volando. Las personas se fueron rápidamente, y, para mi sorpresa, no terminé tan agotada como suelo hacerlo. Olivia estuvo completamente distraída, distante de todos, sumida en sus pensamientos. Boris también estuvo algo ausente, pero no tan de mal humor como ella. Lo cierto es que él no comprende lo que Olivia está sintiendo, ni yo, aunque al menos trato de analizar la situación e intentar adivinar de qué va todo esto. Boris no logra entender que entre las chicas existen ciertos códigos, códigos que se respetan profundamente. Lo que ocurrió entre ellos podría haberse dado solo si una de las dos amigas rompió primero ese código. Y si Olivia se acostó con Boris, significa que su antigua amiga quebró todo lo que hasta ese momento era un esquema significativo. Pero eso no implica que ella esté preparada para procesar lo que acaba de hacer, ni mucho menos para enfrentar las consecuencias de sus acciones.

No sé ni lo que estoy diciendo, seguramente estoy disociando... o tal vez solo necesito un café para volver a la realidad. Aunque, pensándolo bien, creo que sí tiene algo de sentido lo que acabo de decir.

O no.

—¿Cómo estás? —preguntó Alessandro, saliendo de la cocina y apoyándose en la barra a mi lado, con una sonrisa cálida.

—Bien —respondí, sin apartar la mirada—. ¿Y tú?

—Bien... —contestó él, algo vacilante, como si no estuviera del todo seguro de cómo seguir—. El otro día olvidé...

—Sí, ya sé lo que hiciste —interrumpí, con una sonrisa cómplice—. Tranquilo, no pasa nada. No te preocupes por eso.

—¿Segura? —preguntó, aún con una sombra de duda en su voz.

—Sí, Ale, en serio. No pasa nada —le aseguré.

Aprovechando que ya no había nadie en el lugar, él se quitó el gorro lentamente y me dedicó una sonrisa genuina, como si se quitara también un peso de encima.

—Me gusta cuando me llamas "Ale".

—Es tu nombre...

—Pero no todos me dicen así —respondió, mirando al suelo.

Me di la vuelta lentamente y me apoyé en la barra, dejándome caer de espaldas, mientras lo miraba con una expresión divertida, casi desafiante.

—¿Qué sucede contigo últimamente? —pregunté, dejando entrever que algo no estaba bien.

—No entiendo la pregunta.

—El otro día me halagaste, cuando nunca jamás lo habías hecho —dije, con una leve sonrisa irónica—. Y ahora te comportas tan extraño, ¿qué sucede?

Lo observé con atención, notando la incomodidad en sus ojos. No soy tonta, sé lo que pasa. Lo siento en el aire, en cada gesto, en cada palabra no dicha. Solo quiero que él lo diga, que lo reconozca.

Alessandro, nervioso, comenzó a jugar con el borde de su gorro, torciéndolo entre sus dedos como si eso lo ayudara a calmarse, pero en realidad no hacía más que delatar su inquietud.

Tiene veintisiete años, pero jamás me ha parecido tan un niño como ahora.

Me miró a los ojos con expresión seria, y luego, con un suspiro, dijo:

—Creo que me gustas —soltó, tras reunir algo de valentía.

—¿Crees? —pregunté, intentando disimular la sorpresa que, sin querer, se reflejó en mi rostro.

—Sí... no lo sé... estoy tan confundido —respondió, bajando la mirada, como si sus palabras pesaran sobre él más de lo que esperaba.

Lo entiendo, también me siento confundida, pero no porque sienta algo por él, sino porque hace años que alguien no me dice que le gusto. Mi último novio... fue un desastre. Todo lo que creía saber sobre el amor se desmoronó con él. Desde entonces, me he acostumbrado a estar sola, a no esperar nada de nadie. Y ahora, escuchar esas palabras me hace dudar, me hace cuestionar si realmente entiendo lo que está pasando o si simplemente me está sorprendiendo algo que creí olvidado.

—¿Te ha molestado eso? —dijo, claramente preocupado—. Mierda... no debí haber hablado.

—No, en realidad me siento un poco agradecida —respondí, con una sonrisa ligera, tratando de restarle importancia.

—¿Agradecida porque alguien gusta de ti? —preguntó, algo confundido, como si no pudiera entender cómo eso pudiera ser algo positivo.

—No voy a explicarlo, porque no lo entenderías... —reí suavemente, sin querer profundizar en algo que sabía que solo añadiría más confusión.

Él también sonrió, aliviado, como si la tensión se hubiera disipado un poco.

—Hoy atendí a una pareja extraña —le comenté, aún con la mente en lo sucedido.

—Todos son extraños, Aida.

—Sí, pero ellos... —dije, buscando las palabras adecuadas, sintiendo que lo que quería decir era más complejo de lo que parecía—. Parecían fingir, ¿sabes? Como si estuvieran tratando de salvar algo que ya está irremediablemente perdido, algo que ni ellos mismos se creen.

—Es que me incomodó un poco atenderlos —revelé, mirando al piso, buscando las palabras para expresarlo—. Él parecía un tipo duro, de esos que no se dejan tocar por nada ni por nadie, y ella... ella era todo lo contrario. Era como si estuviera completamente entregada, como si estuviera esperando algo que nunca llegaría.



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En el texto hay: romance, drama, streamers

Editado: 30.12.2024

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