Me sentí extraña, como si estuviera retrocediendo en el tiempo, exactamente a esos años atrás cuando descubrí a mi exnovio siéndome infiel. Mi corazón sufrió un leve dolor, una punzada que intenté ignorar con todo mi ser. Rex no es nada mío, a pesar de que compartimos un beso. Tal vez lo que realmente busca es algo superficial, como una amiga con beneficios, pero yo no estoy dispuesta a rebajarme ni a perder mi dignidad por algo tan vacío. Mi valor y mi respeto por mí misma no están en juego, y no voy a permitir que una relación tan superficial me haga perder lo que he construido.
Él no se había percatado de que yo estaba tras la barra hasta que Sonia, con su habitual agudeza, lo hizo mirar en mi dirección. Rex se puso pálido de repente, como si lo hubieran atrapado en el acto de algo peligroso, algo que no podía esconder. Intentó levantarse de inmediato, pero Sonia, con rapidez, lo detuvo.
Olivia llegó a mi lado, y pude ver de reojo cómo apretaba los puños.
—Retiro todo lo que he dicho sobre él —dijo, enojada—. No tienes que atenderlos tú. De hecho, puede que sea mejor que te vayas. Yo hablaré con Giuseppe y los demás…
—No, tranquila —respondí, intentando ocultar la incomodidad tras una falsa sonrisa—. Estoy bien. Y ya te lo había dicho, ¿no? No somos nada, no hay nada entre nosotros.
Mentira. No estoy bien. Me siento utilizada, aunque no logro entender del todo por qué. Al final, solo fue un maldito y estúpido beso, nada más.
Camino hacia ellos, sintiendo la mirada de Rex que no me suelta en ningún momento, hasta que llego a su mesa.
—Buenas noches —los saludé, intentando disimular la incomodidad—. ¿Qué desean beber?
Sonia me escanea de arriba abajo, con esa actitud tan suya, como si pudiera juzgarme a su antojo.
—Lo más caro que tengan —dijo con desdén—. Si sabes lo que es algo caro, ¿no?
—Sonia… —intervino Rhys, como si intentara calmarla.
—¿Qué? No he dicho nada malo —respondió ella, sin dejar de mirarme con una sonrisa cargada de sarcasmo.
—De inmediato se los traigo —respondí, tratando de mantener la calma.
Al girarme para irme, Rhys me detuvo suavemente al tomarme de la mano.
—Aida... ¿Podemos hablar un minuto?
—Disculpe, joven, debo hacer mi trabajo… —murmuré, soltándome con suavidad de su agarre antes de dar un paso atrás y marcharme, sin atreverme a mirarlo directamente.
Me dirigí a por la bebida más cara, la tomé con rapidez y la llevé a su mesa, luego me refugié en la cocina.
—¡En un minuto salen los platos! —avisó Alessandro con su tono habitual.
La punzada de dolor en mi cabeza me recorrió con fuerza, como ya había sucedido antes. Crucé la cocina con pasos vacilantes y me dirigí al baño lo más rápido que pude. Al mirarme en el espejo, noté que mi rostro estaba más pálido de lo normal; no me reconocía. Sin embargo, debía continuar trabajando. Sabía que la salud debía ser lo primero, pero cuando no tienes dinero, la salud pasa a un segundo plano, relegada a un lugar menos importante.
Salí del baño con pasos temblorosos, el mareo me nublaba la vista, pero logré tomar la bandeja con los platos de Sonia y Rex y me dirigí a su mesa.
Ahora solo estaba Sonia.
Cuando terminé de dejar los platos sobre la mesa, me disponía a retirarme, pero Sonia no me dejó.
—¿De verdad piensas que le gustas? —preguntó, lanzando las palabras a mis espaldas.
Me quedé inmóvil, clavada en mi lugar.
—Eres solo un pasatiempo, nena, no te hagas ilusiones —dijo con una risa burlona.
Sentí una punzada en el estómago, pero me giré con calma.
—Pues se nota que soy muy buena divirtiéndolo, de lo contrario no me habría invitado a pasar la Navidad con su familia —le respondí con una sonrisa que no alcanzaba a ser cordial.
No quería ser cruel, ni mucho menos tan borde como ella, pero las palabras me salieron sin filtro.
—Lo hace por pena, porque seguramente no sabe cómo deshacerse de ti sin lastimarte —dijo, escaneándome de pies a cabeza con una mirada despectiva—. ¿De verdad crees que alguien como él se fijaría en alguien que se ve como tú?
Tragué saliva, sin saber qué responder.
—Mírate —continuó—. Si yo fuera tú, dejaría de comer un poco más. ¿No notas el sobrepeso? ¿No sientes tus huesos cansados de soportar tanta grasa?
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no permití que ni una sola cayera. No quería darle el gusto de verme débil.
—Eres horrible, Aida —prosiguió con una risa venenosa—. Pero no te preocupes, tengo fe en que encontrarás a alguien igual que tú, alguien que te quiera aunque estés gorda.
Me tomé un momento para calmarme, pero las palabras no se quedaron dentro.
—Tú eres horrible —dije, controlando el temblor en mi voz—. ¿Te crees superior atacando a alguien por su físico? ¿Acaso no te dieron amor de pequeña? No haces más que demostrar tus inseguridades y tu falta de autoestima. Eres patética, Sonia. Y sí, tu cuerpo es el de una modelo, lo sé, pero ¿sabes qué más sé? Que es lo único por lo que te quieren, porque como persona, realmente no eres nada. Como persona, das mucho asco.
Me di media vuelta y me alejé sin esperar respuesta. Crucé la cocina nuevamente y me dirigí al baño, buscando un refugio donde pudiera llorar en paz. Me miré en el espejo, primero de frente, luego de costado, y luego desde todos los ángulos posibles. Jamás me había detenido a observarme de esa manera, y jamás me había sentido tan mal conmigo misma como en ese momento. No quería que sus palabras me afectaran, pero la maldita lo logró.
Me quité la ropa de trabajo y me cambié, tratando de recuperar un mínimo de normalidad. Al salir del baño, todos se quedaron mirándome en silencio.
—Me voy —dije, sin siquiera darles tiempo a reaccionar, y salí sin escuchar los reclamos que comenzaron a surgir detrás de mí.
Crucé el salón con pasos firmes, y en cuanto Rex me vio salir del restaurante, se levantó rápidamente de su mesa y me siguió, ignorando por completo el griterío furioso de Sonia a sus espaldas.